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El respeto a la voluntad general

El pensamiento de Rousseau, base de la organización republicana, influyó decisivamente en la ideología política moderna y debe perpetuarse con nuevos desarrollos en la realidad viviente de la democracia

  • JOSÉ FÉLIX DÍAZ BERMÚDEZ

12/05/2024 05:02 am

Cuando en el año de 1765 las: “gentes del Rey” y el: “ejecutor de la alta Justicia” procedieron a quemar en las escaleras del palacio las obras de Juan Jacobo Rousseau, luego de ordenar a la ciudad de París entregar todos los ejemplares y a los impresores y librerías no venderlas. Era la forma como el autoritarismo pretendía vanamente destruir la libertad del hombre, el avance de la civilización, los derechos irrenunciables de los pueblos.

Rousseau fue el pensador extraordinario que encontró en la voluntad general: “el primer principio” del Derecho Público y la: “regla fundamental” del gobierno, y por ello, quien pretenda infringirla ejerciendo la tiranía, actuando como Rey o modernamente como Presidente, desconociendo a la República o atentando contra la democracia: “quienquiera se niegue a obedecer la voluntad general será obligado a ello por todo el cuerpo” social.

Democracia, democracia… ¡No son demócratas quienes pretenden desconocerla, no son demócratas quienes pretenden infringirla, no son demócratas quienes pretenden vulnerarla…! No son demócratas los que se sobreponen con sus ambiciones para desviarla, los que amenazan para no permitirla, los que evaden confrontarse legítimamente ante la vindicta inapelable de la voluntad general.

Para Rousseau, el gran sabio de la doctrina republicana, la voluntad general tiene que prolongarse en instituciones específicas y debe ser acatada en todos los actos de la autoridad. Al no verificarse así se pondría el Estado al margen del derecho, del mandato supremo de la soberanía popular cuya vulneración implicaría: “atacar al cuerpo” ciudadano.

Se agrede al cuerpo ciudadano de muchas formas: acosando, persiguiendo, sancionando; omitiendo y postergando, entrabando de todas las maneras posibles, con desmedido y flagrante descaro muchas veces, la expresión transparente y legítima de la voluntad popular. El mandato de ella es inapelable para los demócratas, es el mandato sagrado al que se debe y se somete el gobernante con escrúpulos, honesto, responsable, respetuoso de la Ley y de la determinación de las mayorías.

La voluntad general no es la voluntad individual del gobernante. No hay otra voluntad sino: “la común conservación y el bien general”, y contra su infracción se opuso el gran ginebrino al advertirnos contra las desviaciones burocráticas “cuando el vil interés se reviste descaradamente con el manto sagrado del bien público”, siendo en todo caso necesario: “sostener la voluntad general” expresada como acto de soberanía: “derecho que nadie puede arrebatar a los ciudadanos”, tal y como nos alecciona Rousseau.

La ciudadanía es una fuerza incontenible de voluntad consciente y decidida a favor del derecho de todos; es la protectora del bien común, y debe ser la expresión más cabal de los principios republicanos. Sin ciudadanía no hay orden, es un caos la sociedad, es el capricho y la arbitrariedad de algunos o de muchos, es la anarquía desenvuelta a favor de los enemigos de todos.

¡Cuántos enemigos visibles y encubiertos tiene la democracia! La citan pero la degradan; la usan pero la desprecian; la invocan pero la vulneran; la usan pero no la respetan; la critican para destruirla, son esas y otras las formas desgraciadamente comunes como sus oponentes la merman con sus actos, sus hechos, sus omisiones, con sus perversos intereses para controlarla, dominarla y exhibirse como si la representasen y defienden.

Existen desde siempre y más ahora: “modelos de democracia” que falsifican y manipulan la voluntad general o hacen ver la misma cuando en realidad no existe. Democracias de palabras, democracias de mentiras, democracias de traiciones, democracias de dictaduras. Esas formas de: “democracias” particulares supuestamente acordes con la idiosincrasia de ciertos países cuando, en realidad, son apariencias burdas del derecho y de la institucionalidad que no existe; “modelos de democracia” que desconocen de múltiples maneras las libertades y los derechos políticos.

La autoridad política se deslegitima si no cumple la ley y el mandato de todos. Un “pueblo soberano” no puede existir sino reconociendo el derecho y el interés general. Ni siquiera: “razones de Estado” pueden justificar el desacato de la voluntad general insuperable por su origen, lícita por su finalidad inobjetable que es el bien común, siempre siguiendo el pensamiento de Rousseau.

¡Democracia es derecho, democracia es libertad, democracia es voluntad general…! Me quedo para tratar de conceptuarla y desenvolverla en términos reales y principistas a la vez, con aquel sentido de democracia según el gran José Martí que: “… consiste más en permitir a todos la expresión justa, que en aspirar sin medida”, ya que con el:” …voto libre y frecuente, no hay guerra que temer, ni tiranía arriba, ni tiranía abajo, en las democracias”.

El pensamiento de Rousseau, base de la organización republicana, influyó decisivamente en la ideología política moderna y debe perpetuarse con nuevos desarrollos en la realidad viviente de la democracia que, independientemente de los lugares y las épocas, es el resultado del respeto absoluto a la voluntad general y del derecho de los pueblos de elegir soberanamente su destino político.

jfd599@gmail.com
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