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Ese destino llamado periodismo

Ser periodista no es una profesión, sino un juramento moral, y no son estos tiempos actuales territorios enternecidos para ejercer ese compromiso. Se les extermina en cualquier rincón del planeta, como a garbones, con saña desmedida

  • RAFAEL DEL NARANCO

21/04/2024 05:07 am

A conciencia de cuantiosísimos años faenando en el periodismo, creemos poder expresar que esta profesión, o apasionamiento recóndito, es uno de los compromisos más resbaladizos de fraguar, como lo especifica el elevado número de profesionales que determinan todos los años revelaciones de arbitrariedades salidas del poder creciente de organizaciones políticas o quizás pandilleras, produciendo que la libertad de información continúe siendo pieza reveladora reseñada con acontecimientos escalofriantes.

La inmensidad de esas transgresiones permanece inmunes, lo que hace añadir a la complejidad del oficio, poder hallar la reseña precisa, e informar con ella los hechos tal como acontecieron.

Ser reportero no es una profesión u oficio, sino un compromiso púdico, y no son estos tiempos buenos para ejercer esa propensión de coraje. Se les asesina en cualquier rincón con saña desmedida.

En la Declaración Universal de los Derechos Humanos, documento adoptado por la Asamblea General de las Naciones Unidas, el 10 de diciembre de 1948 en París, hay cinceladas estas palabras que para diversos países son arcilla, simple légamo sin valor:

“La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los derechos más valiosos del hombre. Todo ciudadano puede, por lo tanto, hablar, escribir, imprimir libremente (...)”.

Sin duda es una utopía, pero ineludible ante la vida.

Docenas de periodistas - hombres, mujeres - soportan cada año pavorosos avatares por reflejar los hechos tal como suceden, no al deseo del tiranuelo o los grupos de presión del instante.

No olvidemos ahora - y si es posible en ningún tiempo - esta admirada y acreditada frase: “El hombre para ser hombre, debe ser libre”.

Cuando existía el estado despótico soviético, un idealista enunció: “Llevad la libertad de prensa a Moscú, y mañana Rusia será una república libre”.

En Colombia, tierra tan cercana - por ofrecer un ejemplo entre cuantías de sucesos - ser periodista es hacer ejercicios de malabarista, una forma de “ruleta de la muerte”, y una puñetera suerte si sale inmune; de lo contrario, que lo expresen a partir de ahora las subterráneas tumbas con cráneos desmenuzados, bocas llenas de guijarros, cristales y clavos, de las docenas de reporteros que por enfrentarse a la barbarie con sus artilugios de escribir, yacen hoy en fila interminable, formando parte de la lista del pavor que no cesa.

Las embestidas tajantes a medios de comunicación por catervas apoyadas por alguna fracción cercana al estatalismo, que determinados reporteros, fotógrafos o técnicos de televisión, soportan con sus consecuencias, predominan hace demasiado tiempo y, de no ponerle coto, se irá convirtiendo en un tobogán vergonzoso, amargo y doliente.

Es sabido que siempre es asequible matar al reportero. Es un punto calmoso y fijo. Va siempre por libre, casi desguarnecido, únicamente lleva un bolígrafo, papel, grabador o cámara. Y ahí está, en medio de la trifulca o el suceso cotidiano.

Ah, siempre en primera hilera, enredándose a la puñetera vida o lo que queda de ella, por una misión muy por encima, la mayoría de las veces, de sus propias fuerzas como hombre o mujer común, aunque no lo sea, ya que al final posee la irresponsabilidad de un loco, la templanza de un cuerdo, la valentía del deber por encima del propio miedo, y esa ingenuidad de creer que vale la pena jugarse la existencia por algo tan prosaico, poco definido, y hasta fantasioso, como el derecho a informar.

Y todo a causa de poseer en la sangre el narcótico de una profesión, que es una pasión incontrolada por buscar la verdad. Y ya sabemos que ésta endiablada profesión, es siempre es la primera víctima.

Con todo - y no es masoquismo, sino pasión desbordada- el periodismo sigue siendo la profesión más apasionante para todo hombre o mujer con ensueños.

Persistentemente se ha venido creyendo que el periodismo, esa s esencia vital de seres filántropos y honrados, donde los pequeños pecados veniales, nacen más de la zozobra que de una calculada intención. Por ejemplo, agonizar por narrar una historia.

El reto en el presente tiempo, con caliginosas situaciones que nos abren conflagraciones destructivas con políticas tremebundas bajo disímiles desacuerdos, revelan que la “aldea global” está más que en otro tiempo, camino de su propia destrucción.

El III Conflicto Global está irradiado igual que una trompeta a las puertas de la bíblica Jericó.

Es un apesadumbrado instante para la humanidad. Es cierto: han habido innumerables guerras a cada paso de su historia, pero en ningún tiempo con tanta preocupación y Apocalipsis como ahora.

Nuestro planeta Tierra - el único para nosotros hasta el momento - está desbordado de ojivas nucleares dispuestas para hacer evaporarse a la raza humana, y con ella, hacer polilla el hermoso mundo que nos cobija.

Algo que pudiera calmar esa tempestad, sería la conversa, pero en su mayoría esa virtud se halla rota.

Las Naciones Unidas, creadas pocos días después de la II Guerra Mundial - 24 de octubre de 1945 - a modo de freno hacia los delirantes enfrentamientos entre los estados, se hallan hoy descalabradas, y poco o nada se puede hacer.

Sí, quizás algo: mirar el cielo protector en busca de ayuda.

rnaranco@hotnail.com
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