Consumada la Guerra Fría en 1991, hubo un período de reajustes; pero, el redil del decenio 1990 y los años posteriores al 11S fue la ausencia de competitividad en los mercados, debido básicamente, al dominio político-económico y militar de EEUU, aunque se admitió como una prueba de que el mundo estaba en línea con esa dirección básica del orden mundial; EEUU deseaba disminuir tácticamente, su presencia militar en el mundo para irse a liderar desde la retaguardia; aspiración que desapareció ante el reto de una potencia asiática emergente; la República Popular China (RPC), ofrecía a Washington en momentos de conflictividad críticos que impedían el tan deseado “leading from behind”, lo que hace de EEUU una potencia aflictiva, aunque, según las estadísticas de producción petrolera 2023, es la de mayor producción, gracias a la explotación del shale oil o petróleo de esquisto, equivalente a unos 12,9 millones bpd. Aun así, el gobierno de EEUU debería adecuar su política exterior a la dinámica mundial actual, cuyo reto principal en una era de correlación sería oponer una competencia estratégica, no solo en el ámbito militar; pues, nada en política mundial es inevitable. La geopolítica subyacente del poder, es importante; pero, la historia revela que no bastan para acordar qué países normarían a futuro. Lo más importante estribaría en las decisiones estratégicas que tomen las naciones: cómo se organizan internamente, en qué invierten, con quién se alinean y quién desearía hacerlo con ellos; cuáles conflictos libran, cuáles disuaden y cómo. Cuando el presidente Biden se posesionó de su cargo, reconoció que la política exterior de EEUU estaba en punto de inflexión –desajustada-, por lo cual las decisiones que tomen los estadounidenses deben ser, ahora, de un gran impacto a futuro. Los puntos fuertes de EEUU son muy amplios, tanto en términos absolutos como en relación con otros países. Tiene una población creciente, abundantes recursos y una sociedad abierta que atrae talento, inversión, impulsa las mejoras y reinvención. Por tanto, los estadounidenses deberían ser idealistas sobre su futuro. Pero la política exterior de EEUU se ha desarrollado en una época que se hace muy rápidamente, pasado y la cuestión ahora es si puede adaptarse a su principal reto al que se enfrenta: la competencia en una era de interconexiones. Casi todas las facetas de la crisis actual en EEUU son muestra de una degradación de la capacidad del gobierno federal para abordar los problemas públicos urgentes; vale decir, superar esa disfunción administrativa.