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De tontería

Es frecuente que nos admiremos de la belleza y grandeza de lo natural. Bastaría la breve descripción de un paseo a Canaima para darnos cuenta, de la magnificencia de la naturaleza

  • JOSÉ ANTONIO GÁMEZ E.

28/02/2024 05:03 am

“No debemos mencionar nada como inconcebible, como algo que literalmente no puede albergar la mente humana. La mente es infinita, incluso aunque sea una infinidad de tontería. La mente del hombre es divina, incluso en la insondable naturaleza de su oscuridad. Las personas pueden pensar en cualquier cosa seriamente, por muy absurda que sea. Las personas pueden creer cualquier cosa, incluso la verdad.” (G. K. Chesterton)

Si hay algo que conviene mantener, conservar, transmitir, eso es la capacidad de asombro. Especialmente para aquellos, a los que no nos queda más remedio que seguir aprendiendo. Mantener abierta la posibilidad de impresionarnos, de asombrarnos, puede ser la puerta para ser capaces de interesarnos. No cabe duda que es una actitud reflexiva, no espontánea. La capacidad de asombro, dice mucho de nuestra profundización y asimilación de lo aprendido. Es como la consecuencia necesaria, de estar en contacto con la realidad. Especialmente con su grandeza, que hemos de reconocer, nos supera en todos los casos.

Es frecuente que nos admiremos de la belleza y grandeza de lo natural. Bastaría la breve descripción de un paseo a Canaima para darnos cuenta, de la magnificencia de la naturaleza. Contactándola en estado puro. Al tiempo que se revela nuestra pequeñez. Con aquello que, con evidencia sublime, nos supera. Es un ejercicio que conviene repetir con frecuencia. Es una forma de tirar cable a tierra. Serenar nuestro intelecto. Hacer las paces con nuestra imaginación, muchas veces desbocada. Ese estado de serenidad y de paz es casi siempre una experiencia conocida. Especialmente por aquellos, capaces de contemplar lo natural. Nunca insistiremos lo suficiente, en la necesidad de la contemplación.

Sin embargo, somos poco conscientes de que la realidad más plena e inabarcable de la que podemos tener experiencia, son las otras personas. Nuestros iguales. Aquel a quien alguien llamó una vez: mi prójimo. Posiblemente cuando asistimos al nacimiento de un niño. Tal vez al encontrarnos a un anciano. Advertimos lo real e inabarcable del otro. Del otro igual a mi. Supone un encuentro con la realidad más extensa, profunda y misteriosa con la que podemos tener contacto directo. Es lo que los antropólogos llaman: Persona. Una realidad que dada su condición y grandeza, no puede menos que ser considerada como sagrada.

La problemática que presenta tal consideración, es justamente su aspecto individual. Porque aunque cada persona es única e irrepetible, la consideración que merece sólo puede tener validez al ser asumida por todos. Un logro que se presenta tan arduo, como la posibilidad de reconocer lo sagrado. Llegar a este punto nos hace reflexionar de nuevo sobre lo público y lo privado. Lo de uno y lo de todos. Lo que recordamos y lo que olvidamos. Muy especialmente lo que amamos y lo que despreciamos.

“No se puede lograr una combinación de palabras más magnífica y sagrada, una unión más augusta de sencillez y gloria, que esta gran combinación: «Casa pública». En una sola palabra se encierra lo más antiguo y sólido e imperecedero de la idea de la sociedad: la casa en la que cada hombre es amo; la casa en la que todo hombre es invitado.” (G. K. Chesterton)

José Antonio Gámez E.
jagamez@gmail.com
@vida.vibra
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