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El vicio de las colecciones

Hoy que las miro, impertérritas y dignas en los libreros, llevando con estoicismo el inexorable paso del tiempo, me alegra haberlas adquirido

  • RICARDO GIL OTAIZA

08/10/2023 05:03 am

Debo confesarlo: he sido un comprador compulsivo de libros, hasta el punto de adquirir los mismos títulos de distintas ediciones. Es decir, no me conformaba con comprar el volumen deseado y leerlo, sino que en mi afán la di por acumular libros. En días recientes le pregunté a un colega y amigo mexicano, quien comparte conmigo el ser lector, escritor, editor y bibliófilo, si está haciendo la Colección Grandes Pensadores Gredos, que se vende en quiscos de México y de otros países de América Latina, amén, por supuesto, de España, cuestión de la que me enteré con gran envidia por YouTube, ya que a Venezuela no llega ni por asomo, y su respuesta me pareció sensata: “La colección completa no, porque no la quiero de adorno sino para leer, jeje, y algunas obras las tengo en otras editoriales. Conseguí algunos, pero el que más aprecio es el de Séneca…” Mi respuesta no se hizo esperar: “En eso no nos parecemos. Yo compraba los libros por vicioso. Títulos repetidos de distintas editoriales. Colecciones que no podía leer completas. Por eso tengo todavía tanto libros para estrenar. Comenzaré a leer por segunda vez el Quijote, cuando termine la relectura de El jugador de Dostoyevski, y lo haré con ejemplares sin estrenar.”

Lo dije aquí hace ya muchos años: amo las colecciones, lo que incluye, como ha de suponerse, a las enciclopedias. Siendo muy joven tuve mi propia farmacia y una buena tarde se estacionó un camión frente a la puerta, y de él se bajó un señor de mediana edad, muy risueño, quien sin mucha antesala me entregó los catálogos de la Enciclopedia Británica y de la Enciclopedia Hispánica. Cuando vio que mis ojos se iluminaban de ilusión y gula, me hizo una oferta tentadora: si compra ambas enciclopedias de regalo le doy los libreros en madera pulida, varios libros clásicos de obsequio, y puede pagarlas en cómodas cuotas durante un año. Al ver que dudaba, agregó: “Con solo la inicial le dejo ya ambas colecciones, y le armo de una vez los muebles para que empiece a disfrutar de inmediato de su lectura”. Créanme, amigos, no acepté la oferta, me dio temor endeudarme, y ni duda cabe que llevo más de tres décadas lamentando mi insensatez.

Amo coleccionar libros, y como ya no puedo hacerlo porque a Venezuela no entran las promociones de las distintas editoriales españolas, pues no me queda otra alternativa sino conformarme con ver los videos en los que los YouTubers desembalan los libros de sus respectivos estuches y cartones, y nos muestran con lujuria los hermosos ejemplares tapa dura, que llegan semana a semana a los puestos de revistas y periódicos. A parte de la ya citada colección, están saliendo dos más muy apetecibles: Colección Biblioteca Gredos y la Colección Cátedra Letras Hispánicas de Salvat. Las redes por lo menos me mantienen actualizado del dinámico mundo editorial, y de sus ingentes propuestas. Me está pasando, ni más ni menos, como a aquellos amantes de los postres, que tienen prohibido comerlos, y van a las pastelerías y panaderías a ver y a oler, y con eso se conforman.

En los últimos treinta años hice varias colecciones de libros y de discos. Si bien algunas no pude completarlas, porque sencillamente las descontinuaron sin previo aviso, y nos dejaron a los bibliófilos y melómanos colgados de la brocha y piando como pajaritos, otras sí las hice contra viento y marea. Recuerdo que tenía a unos amigos chilenos que eran dueños de un buen quiosco de revistas y de periódicos cerca de la casa, y les pedía que me los apartaran, y ellos muy gentilmente lo hacían. Cerca también estaban dos quioscos más, a los que acudía a pedir ayuda, cuando por cualquier circunstancia a los amigos chilenos se les olvidaba apartarme los libros, o cuando el hijo o la hija no tenían la previsión de los padres, y los vendían sin remordimiento alguno, y yo feliz de la vida salvaba el pellejo casi en la raya.

Pareciera mentira, pero en eso de las colecciones de libros se formaban pequeñas o grandes mafias, que se daban a la tarea de cargar con todo lo que llegaba de Caracas, para después revenderlo a precio de oro en puntos claves. Varias veces me vi recorriendo los quiscos de la ciudad tras un ejemplar díscolo, huidizo, que se resistía a irse conmigo a casa. Me pasó con las Obras Completas de Jorge Luis Borges, de apenas dos volúmenes, editadas por RBA, que por nada de este mundo lograba hallar el primero, y tuve que darle una buena propina al dueño del quiosco para que lo consiguiera a como diera lugar. Y lo consiguió, dos o tres semanas después, aunque un poco golpeado, pero tuve que conformarme.

Todas las colecciones se han preservado muy bien, y de ellas he leído, no a todos, pero sí a sus conspicuos representantes. Hoy que las miro, impertérritas y dignas en los libreros, llevando con estoicismo el inexorable paso del tiempo, me alegra haberlas adquirido, y si bien es cierto que a veces me sentía poseso de un extraño vicio, sobre todo cuando debía recorrer toda la ciudad para hallar el faltante, es cierto que todas esas vicisitudes le dieron calor y colorido al proceso, azuzaron el morbo y la intriga, me llenaron de una inmensa ilusión y coronaron el recorrido con una indescriptible felicidad, al poder tener el objeto deseado en mis manos como un gran trofeo. Esto forma parte de mi experiencia y de mi vida, y cada libro atesorado es testigo callado del recorrido.

rigilo99@gmail.com
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