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Las ratas de Nueva York

Venezolanos, suramericanos y estadounidenses tienen los mejores hábitos de limpieza personal, que han de extender a sus ciudades y con apoyo oficial

  • ALEJANDRO ANGULO FONTIVEROS

21/09/2023 05:00 am

En la fantástica ciudad de Nueva York, quinta esencia mundial de lo cosmopolita y de la suntuosidad, por doquier pulula una monumental ironía en cabeza de la inmensa cantidad de ratas que la asuelan. Esta situación es una dramática antítesis en esa ciudad símbolo del lujo y de la magnificencia, así como también por el hecho de ser la capital de la eficacia y de la mejor Medicina del mundo. Acaso ese rotundo contraste explícase por el desinterés de los estadounidenses por la cultura: Allá no interesan mucho los actos ni las ideas sino los resultados. Es una “filosofía” utilitarista, por la cual siempre andan tan acelerados cuan desangelados.

El ilustre Uslar Pietri asegura de los neoyorquinos: “Comen poco, desabridamente y con premura. Las más de las gentes entran de carrera en el mediodía al mostrador de una farmacia y a medio sentar comen un sándwich. Es ese mismo sándwich, que a esa misma hora, hora standard del Este, comen uniformemente millones de hombres y mujeres. Algo sin duda tiene que ver esta alimentación con la historia de la isla, con su arquitectura, con su paisaje y con su espíritu. Forma parte de una sensibilidad, de una manera de entender la vida. (…)” (resaltado mío).

Ha mucho y bastante más hoy vive esa ciudad una tremenda invasión de ratas, la cual es muy preocupante no sólo por la pésima impresión que da sino –desde luego– por la inmensa suciedad implícita y las enfermedades que transmiten de por sí y mucho más en un ambiente tan desaseado. Se estima que en Nueva York hay entre dos y dieciséis millones de ratas, que hasta han atacado a transeúntes e incluso a niños. Una pareja de Nueva York denunció el haber hallado una rata ¡¡en su sopa!! El mismísimo alcalde de Nueva York (Arams) fue multado con seiscientos dólares “por no controlar las ratas en su propiedad privada” y al efecto le llevaron un descomunal y gigantesco gato, muy hermoso por lo demás.

Esa espectacular metrópoli se ve tan asolada por las ratas, que hasta están de modo tours turísticos –bien extraños por cierto– para ver los “batallones” de tales animales. El Espectador del 4 de septiembre de 2023 informa:

“Turismo de ratas en Nueva York, la última tendencia. El turismo de ratas es una industria creciente en medio de reportes de la administración de la ciudad de Nueva York sobre el problema por infestaciones de los roedores, que se han vuelto parte de la cotidianidad para los habitantes.

Los guías turísticos han decido añadir a sus recorridos del Empire State, la Estatua de la Libertad y Central Park nuevas paradas de sitios notoriamente infestados por ratas. En las calles, turistas se paran a ver cómo los roedores corren de restaurantes a las alcantarillas, mientras las animan
(resaltado mío).

Nueva York es la más famosa cuna de ratas en los Estados Unidos de América; pero el problema de las ratas se da en una larga lista de ciudades de EE UU. De acuerdo con un estudio anual realizado por la empresa Orkin, en 2022 Chicago era la ciudad con más ratas de Estados Unidos; Nueva York ocupaba el segundo lugar y Los Ángeles el tercero.

Y en medio de la desesperación ahora los neoyorkinos proponen “soltar gatos” en las calles de la espectacular metrópoli: Los “Ángeles guardianes” proponen “llenar la ciudad de gatos callejeros rescatados de los albergues para que cacen a las ratas y que, con su sola presencia, las ratas se vayan a otro lado”. Y los ciudadanos afirman que “la única solución al problema es la solución natural, porque las ratas les tienen miedo a los gatos”. En Chicago le dieron solución felina al mismo problema y es lógico porque los gatos son los depredadores naturales de las ratas.

Y además los gatos son los máximos depredadores de la naturaleza, donde no es posible hallar un animal que los supere y aun los refranes –reflejo de la sabiduría popular– lo confirman: “Las siete vidas del gato” o “un gato con siete vidas”. Su gran agilidad y fortaleza son inmensas y basta el verlos trepar con suma facilidad a los árboles. Su rapidez los hace cazar hasta las más peligrosas serpientes venenosas, así como escorpiones. Mucho más aún: El gato es el animal más importante de la Historia –según los entendidos– porque sin los gatos la Humanidad hubiera desaparecido por causa de las ratas…

Una muy distinguida científica del IVIC, Gina D'Suze, PhD y Jefe del Laboratorio de Neurofarmacología Celular allá, me dijo hace años que los gatos eran los mejores cazadores de alacranes; pero que eran superados por las gallinas porque si a los gatos algo les llama la atención –como suele ocurrir– dejan a los alacranes para ir por lo otro y aunque vuelven, a veces ya éstos han huído. En cambio las gallinas los atacan con tal saña que no se van hasta que los despedazan. Pasa que es mucho mejor tener en el hogar un gato –animal más limpio del planeta– que a una o varias gallinas.

La pasión por los gatos es de antiguo y muy grande. Al extremo de que en Egipto los adoraban cual unos dioses. Eran las mascotas preferidas por la mayor parte de la población y los palacios les eran propios y como sus altares. No solamente porque, según aquellas creencias, estuvieran relacionados con la espiritualidad y con los dioses, sino también por su utilidad: Eran compañeros fundamentales en el hogar, porque servían para mantenerlos limpios pues cazaban ratas y serpientes y un largo etcétera y, por tanto, mantenían a la población alejada de estas plagas que no sólo provocaban enfermedades, sino también acababan con las cosechas. Los dioses relacionados con estas cualidades a menudo se representaban con rasgos felinos. Los antiguos egipcios fueron uno de los primeros pueblos de la Tierra en domesticar a los gatos, alrededor del año 2040 a. C. Les daban tánta importancia que procuraban darles la mejor dieta, los adornaban con collares y penaban con la muerte a quienes los mataran. Y sepultaban a los gatos en lujosos sarcófagos.

Los gatos están entre las mascotas preferidas de millones de personas en el mundo. Según el Centro de Investigación Estadounidense en Egipto (Arce), a través de una ardua observación, esos felinos combinan la gracia, fertilidad y el cuidado tierno, con la agresividad y rapidez. Los gatos no pueden compararse con los perros en cuanto al amor que demuestran por sus dueños y que en los perros es conmovedor. Al respecto vale recordar el hermoso poema y epitafio que dedicó Lord Byron a su perro Terranova, Botsawin, esculpido en el mármol de su sepultura. La gran nobleza de los perros hace repudiable el muy frecuente insulto de llamar “perros” a otras personas. Por otro lado, jamás se ha oído a nadie ofender a otro diciéndole “¡usted es un gato!”. El temperamento independiente de los gatos es admirable e impresionante su dignidad y hasta su estampa, porte, elasticidad y elegante modo de andar: Las mujeres, que en realidad de verdad caminan con divina gracia, harían bien con observar ese desplazamiento de los gatos…

Tornando al arduo tema de las ratas, en Venezuela también ha habido graves pestes –enfermedades infecciosas– causadas por las ratas, al través de la bacteria Yersinia pestis. En 1658 hubo una terrible epidemia de peste en Caracas, con dos mil muertos en setenta días o un ¡¡veinticinco por ciento de mortalidad!! (No se pudo calcular la letalidad porque no se conoció el número de casos). Caracas parecía una ciudad muerta y según Luis Alberto Sucre, citado por Ricardo Archila y por Ceferino Alegría, “sólo interrumpe el silencio (…) la voz de los que en públicas rogaciones, vestidos de hábitos en señal de penitencia, van rezando por las calles: ‘Aplaca Señor tu ira, tu justicia, tu rigor, dulce Jesús de mi vida ¡Misericordia, señor!’ ”. En toda la historia de Caracas, “jamás ha habido una catástrofe comparable con esta peste”, al decir del profesor José Antonio Calcaño. Seguidamente la epidemia extiéndese a todo el territorio de la en aquella época Gobernación, donde produjo diez mil muertes. Apenas tres años después, en 1661, vivió Caracas una época sombría de ratas, sequía y hambre.

Ya en el siglo XX, en 1908 hubo una invasión de peste en La Guaira, donde el sabio Rangel –quien por desgracia moriría trágicamente al año siguiente– toma drásticas medidas. Esa espantosa epidemia fue considerada la primera de peste bubónica sufrida por la capital, que entonces tenía ocho mil habitantes. De mediados de marzo a fines de junio ocurrió esa severa epidemia (sesenta y cuatro casos, treinta y ocho muertos, ¡¡cincuenta y nueve por ciento de letalidad!!). La denunció el Dr. Rosendo Gómez Peraza, quien por ello fue encarcelado por el general Cipriano Castro. El sabio Rafael Rangel, comisionado por el Gobierno para enfrentarla, niega primero su naturaleza bubónica (acaso esto por aquello o para no correr la misma suerte del Dr. Gómez Peraza) pero la confirmó después e inmediatamente aplicó drásticas medidas sanitarias, como expresé antes. La peste pasó de La Guaira a Caracas, donde se mantendrá en forma endemoepidémica hasta 1919.

A esta altura de la exposición, siento la obligación moral de referirme con más amplitud al sabio Dr. Rafael Rangel, fundador de la parasitología en Venezuela, quien apenas a los treinta y dos años de edad murió de modo trágico pues en el laboratorio del Hospital Vargas –testigo de sus esfuerzos e intensos estudios y fatal melancolía–, ingirió cianuro de mercurio o de potasio la tarde aciaga del 20 de agosto de 1909. Sobre su mesa de trabajo se halló una carta atribuida al Dr. Rangel, que alguien entregó mucho después al Dr. Enrique Tejera:

“Querido amigo:

Quisiera decirte muchas, muchas cosas, pero ¿para qué? Es muy difícil sentir el dolor de los demás.

Escucha: esta es mi angustia; sin que lo puede evitar vive en mí, siempre, un sentimiento extraño y penoso de desolación, de inmenso abandono, de catástrofe moral en que mi yo está siempre al borde de un abismo.

Yo lo siento, óyeme: yo he sido un eterno prisionero de mí mismo.

Mira, quisiera decirte…”.

En la notable biografía del Dr. Rafael Rangel por el Dr. Marcel Roche este último fragmento: “Mi vida ha sido un eterno naufragio; la esperanza, un suplicio infinito”.

Varios factores –aparte de los desconocidos– se combinaron para desencadenar la crisis emocional en que muy lamentablemente se quitó la vida: Quizá y sin quizá el sentirse objeto de discriminación racial; las críticas por su actuación científica en la epidemia de peste antes referida; la responsabilidad que le enrostraron por las drásticas medidas antipestosas de la Guaira y los reclamos consiguientes; la hostilidad y deslealtades; y la terrible aberración de negársele una beca para mejorar sus conocimientos en el exterior…

La tragedia del sabio Dr. Rangel constituye severa lección para un pueblo que no ha sabido preservar ni enaltecer sus más nobles valores. En Venezuela es muy de lamentar la tradicional conducta o actitud de colectividades y Gobiernos hacia el investigador silencioso, de labor noble y fecunda. Es de recordar la famosa frase de uno de los más insignes prosistas e intelectuales venezolanos, Juan Vicente González: “Esto es Venezuela, madrasta inclemente de sus mejores hijos”.

En suma: retrotrayéndome al tema de las ratas, es una verdad apodíctica el que proliferan en la suciedad que, por lo tanto, hay que evitarla al máximo. En Caracas está descuidado el aseo en algunas zonas y, por ejemplo, hará tres meses he visto en San Bernardino algún gran y asqueroso montón de basura tirado en una acera, parte de la calle y para colmo a una cuadra del muy famoso Centro Médico… Eso es tan denigrante como harto lamentable y muy especialmente en la bella ciudad de Caracas. Decía el eminente intelectual y escritor venezolano Rufino Blanco Fombona, con toda la razón, que “Venezuela es un país de imitadores” y, en especial, agrego, de los estadounidenses por parte de un sector de la población: Ojalá que aquello de San Bernardino, por ejemplo, no sea en ejecución de tan ridículo prurito imitativo, que ojalá recayera en las grandes virtudes de los estadounidenses como la contracción al trabajo ordenado y eficiente…
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