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Mis verdaderos lectores

La experiencia de la escritura me ha llevado a conocer a cientos de lectores, a recibir de ellos realimentación, a establecer con algunos una amistad que aún hoy se mantiene a pesar de la inquina del tiempo, que todo mata

  • RICARDO GIL OTAIZA

03/09/2023 05:03 am

Hace pocos días un querido amigo, a quien respeto y admiro, me dijo en el momento en el que nos saludábamos: “Ricardo, ya nadie te está leyendo, tenemos que hablar”. Mi reacción fue simple, si se quiere, porque jamás he creído en los absolutos, y como la mente es ágil y atrevida pensé, pero no se lo dije, que a lo mejor es él quien ya no me lee, y sentí nostalgia, porque siempre tuve en su persona a un inteligente y agudo interlocutor, y perderlo es como perder todo un mundo. Lo único que podía expresarle, presa como estaba de asombro y desconcierto ante semejante afirmación, era que quizá esa gente no me lee porque he centrado mis columnas en la literatura y eso, como ha de suponerse, circunscribe mi espectro de lectores a quienes son amantes de las letras. Claro, mi respuesta fue mucho más concreta, ya que estábamos en medio de una reunión: “Amigo, quizá ya no me leen porque sólo escribo de autores y de libros, hablamos luego”.

Lo conversado quedó dando vueltas en mi cabeza durante varios días, y me repetí mil veces que la escritura obedece a una pulsión interior, a una necesidad de expresar y de comunicar, que hablo de aquello por lo que siento pasión, ya que soy un ser pasional, pero estoy consciente, eso sí, que como columnista no puedo encerrarme en una burbuja, que debo estar en sintonía con el latir de mi propio tiempo histórico, pero también considero que el único compromiso de un autor es con su propio pensamiento y con su obra, que no puede supeditar, jamás, sus pálpitos y sus sentires, a lo que los demás esperen de él. Sí, reconozco, que esto podría sonar a encapsulamiento, a solipsismo y a un sobrevenido egoísmo de mi parte, a sentirme deslindado de mi realidad, pero considero que las letras tienen que estar puestas al servicio de las ideas, jamás de las meras circunstancias del momento, porque éstas pasan y traen muy pronto obsolescencia y olvido.

En el ínterin me formulé decenas de interrogantes e hice un recorrido a mi largo camino como autor y columnista, y veo que he sido diverso en mis temáticas, que he hablado de todo en la prensa, que he auscultado el pálpito de mi propia realidad local, nacional y planetaria; eso sí, sin traicionar mis anhelos y deseos como autor. Quienes me siguen desde hace muchos años saben que no miento en esto, y quien así lo desee puede perfectamente ir a los anales de la presa regional (y luego la nacional) de hace más de tres décadas, y podrá verificar que mi pluma ha sido un termómetro de la cotidianidad, que con ella fustigué el poder establecido, las creencias del momento y la impostura de muchos farsantes y filibusteros. Sin embargo, hay en los centenares de textos escritos (deben acercarse a unos dos mil) un eje aglutinador, una premisa, un común denominador: la literatura.

¿Quiénes son mis lectores? La experiencia de la escritura me ha llevado a conocer a cientos de lectores, a recibir de ellos realimentación, a establecer con algunos una amistad que aún hoy se mantiene a pesar de la inquina del tiempo, que todo mata. Y cuando hablo de “mis lectores” me refiero, no sólo a aquellos que leen mis columnas, sino también a los que leen mis libros. La escritura ha sido para mí (y, por supuesto, la lectura), una tabla de salvación, un oasis en medio de los más difíciles y tormentosos episodios de mi vida, cómplice además de lo grato del oficio: saber que hay alguien sin rostro que me lee, y que a pesar de no conocer nada de él o de ella, de ignorar su nombre, profesión y nacionalidad, sé que está al otro lado de la página, y que un “algo” inasible, posiblemente metafísico (un hilo sutil) nos une por instantes en una suerte de comunión espiritual.

Debo pensar, para resguardo de mi salud mental y de mi autoestima, que ese alguien llamado lector desconocido, me apoya o me maldice, y ambos extremos no se anulan, sino que se complementan. En otras palabras: Mi lector desconocido no tiene por qué estar de acuerdo con todo lo que yo expreso en mis a veces desaforados libros y columnas, porque es su derecho asentir o disentir. Ese “alguien” sin rostro y yo formamos parte del mismo equipo: yo escribo, y él o ella recibe con agrado o con enojo mis ideas y mis ocurrencias, y las comenta o no con agrado o desagrado, se las guarda para otra ocasión o las tira al cesto de la indiferencia. Y así es la vida: Un amplio espectro de posibilidades, una diversidad extraordinaria y enriquecedora, que nos lleva por múltiples senderos.

Mis lectores, tanto conocidos como desconocidos, me impulsan día a día a continuar escribiendo, porque si bien es cierto, como lo expresé líneas arriba, que la obra responde a la pulsión interior del autor, y que su único compromiso es con las ideas y con la obra, son los lectores los garantes de todo este complejo proceso, son ellos quienes con su lectura silenciosa hacen de la palabra una red de complicidades, ya que la pasan de boca en boca, de contacto en contacto, hasta hacerse letra inteligible y certera. Mis verdaderos lectores son los que alguna vez estuvieron atentos a mis textos y que en un periodo de su vida se alejaron; son los que continúan fieles y desafiantes a mis ideas, quienes me increpan o me aúpan, aunque yo no los conozca, y son, qué duda cabe, los que vendrán, los que quedarán atrapados en mis escritos y los disfrutarán o aborrecerán, pero a quienes no seré indiferente.

rigilo99@gmail.com
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