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Lector de cuentos

Parecerá un lugar común, pero no hay de otra: he leído con estupor al narrador uruguayo Horacio Quiroga y sus cuentos me han batuqueado en lo más profundo de mi ser

  • RICARDO GIL OTAIZA

16/07/2023 05:03 am

Suele aceptarse como una verdad que los lectores nos iniciamos con la narrativa breve, y es lógico que así suceda, porque el cuento o relato es una posibilidad cierta cuando aún no se ha formado en nosotros el hábito de la lectura, cuando nos parece inalcanzable la cima de una novela de quinientas o más páginas, cuando los agobios propios de la existencia nos llevan a desempeñar múltiples actividades y no contamos con mucho tiempo para dedicarlo a un texto de largo aliento, que nos pone a cabecear, que nos arranca más de un bostezo, que hace de nosotros rehenes del libro y no vemos el día en el que finalicemos su lectura, porque sencillamente se nos hizo eterna y dura, y a esa empinada cima llegamos fatigados y acezantes, a punto del colapso.

Si bien en mi caso empecé a leer y escribir novelas, no es usual que esto suceda, porque como lo argumenté líneas arriba, el cuento es ideal para adentrarnos sin traumas en el mundo de la literatura, para crear el vicio de la lectura, para ir ganando los espacios y la cancha que nos permitan avanzar hacia otros derroteros que requieran de nosotros una mayor disciplina. Y con esto no pretendo minimizar la importancia del cuento frente a la novela, nada de eso, porque como ya lo he expresado en columnas anteriores, considero al cuento un género complejo, exigente, que requiere de nosotros destreza y capacidad de síntesis, que nos permitan escribir en pocas páginas historias que se cierren en sí mismas como mundos autárquicos, que no les sobren ni les falten nada, que cada palabra y cada coma se correspondan con el fin último de la narrativa breve: causar un impacto en el lector, dejarlo pensativo y reflexivo, asestar un duro golpe en su interioridad, de tal modo que no tenga escapatoria y se haga un poseso de lo allí contado, y anhele seguir ahondando en las páginas de un libro.

Ahora bien, a pesar de la complejidad del cuento, no exige del lector días, semanas o quizás meses para finalizar su lectura, y es precisamente esa instantaneidad la que le otorga a la narrativa breve primacía en un mundo como el nuestro, en el que los potenciales lectores no quieren invertir tiempo en un texto, desean cuanto antes resultados, buscan obtener un disfrute sensorial profundo sin mucho compromiso de su parte, y que en sus cabezas queden historias y personajes que azucen su fantasía, que los hagan más humanos, que les otorguen la sutil sensación de vivir otras vidas, que complementen su propia realidad y puedan así seguir de largo insertos en la corriente de la existencia.

He sido lector de cuentos y esos textos leídos han sido escuela para mi formación literaria, sus improntas están en mi interioridad y me impelen, como en un bucle recursivo, a ser producto de lo leído y a la vez generador de contenidos literarios. Y en esa realimentación se ha generado mi propia obra literaria, y ella ha sido catalizadora de la obra de otros (quienes así me lo han manifestado), y en esa rueda sinfín pasa la existencia: siendo observador y participante de los procesos humanos, e impregnado además con entusiasmo en la odisea del mundo.

Parecerá un lugar común, pero no hay de otra: he leído con estupor al narrador uruguayo Horacio Quiroga y sus cuentos me han batuqueado en lo más profundo de mi ser. La lectura de sus Cuentos Escogidos, editados en el 2008 por Alfaguara, me ha producido una inquietante sensación de gusto y repulsión al mismo tiempo; es difícil explicarlo sin caer en el absurdo. He leído todos los cuentos de Gabriel García Márquez en una espléndida edición del Grupo Editorial Norma, que compila: Ojos de perro azul, Los funerales de la mamá grande, La increíble y triste historia de la cándida Eréndira y de su abuela desalmada y los Doce cuentos peregrinos, y debo expresar con gozo que casi todas esas piezas son maestras, y en varias ellas se asoma ya con fuerza su Macondo proverbial.

Leí con placer los Cuentos Completos de Arturo Uslar Pietri que contienen los siguientes libros: Barrabás, Red, Treinta hombres y sus sombras, Pasos y pasajeros y Los ganadores, y cada vez que regreso a muchas de estas magistrales piezas recuerdo una entrevista en la que le preguntaron al autor: ¿Qué considera él pasará a la posteridad de toda su obra?, y sin inmutarse expresó que “algunos de sus cuentos”. Hoy, cuando buena parte de su obra ha sido olvidada por las viejas y nuevas generaciones, pienso que sería muy hermoso que sus cuentos fueran llevados a las escuelas, a los liceos y a las universidades y que nuestros jóvenes se “perdieran” en el goce de su lectura.

Recomiendo la Colección de Cuentos de Tulio Febres Cordero, que disfruté enormemente hace décadas. En tal sentido, hay una edición facsímile del Consejo de Publicaciones de la ULA de 2008, que tuve el honor de prologar. Leí con arrobo los cuentos de Javier Marías reunidos en el tomo Mala índole. Cuentos aceptados y aceptables (Alfaguara, 2012): todas piezas magistrales. Tengo en mis manos los Cuentos Completos de mi buen amigo el narrador venezolano Denzil Romero, que leí en una cuidada edición de El otro, el mismo (2002), y que son piezas exquisitas por el español barroco tan perfecto y cuidado del autor. Y quien esto escribe también publicó libros de cuentos: Paraíso olvidado, El otro lado de la pared, Hombre solitario, Trilogía de espectros, Cuentos Antología personal y Cuentos selectos.

rigilo99@gmail.com
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