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La prisa en la escritura

No podemos corregir en caliente porque nuestra mente nos engaña, ya que los mapas mentales nos hacen leer las palabras que quisimos plasmar, y no necesariamente las que pusimos

  • RICARDO GIL OTAIZA

02/07/2023 05:03 am

La escritura como todo proceso creativo tiene su tiempo y su maduración. Veo demasiada improvisación y ligereza en muchos autores, y esto trae consigo textos chapuceros y fáciles, escritos por no dejar, o para atrapar a incautos, o para entrar en un mercado al que muchas veces no le importa la densidad ni el arte, sino vender libros por toneladas y lucrarse sin detenerse un momento a analizar si aquellos textos enriquecerán intelectualmente a los lectores, si los azuzarán a vivir más plenos y felices, si quedarán en sus mentes como gruesos sedimentos que no batirá el viento ni estropeará la pátina del tiempo, si cambiarán sus vidas para siempre o pasarán sin pena ni gloria a engrosar las columnas de libros perecederos, innecesarios, candidatos a ser guillotinados en las editoriales, que tuvieron posiblemente su minuto de gloria, pero que apenas fueron brizna de paja llevada por la corriente a ignotos abismos de necedad y de mal gusto.

La prisa es mala consejera y en la escritura es un salto mortal, porque es el resquicio a través del cual pasan errores, digresiones, cacofonías y mil circunstancias que implican, sin más, horrendas máculas en las páginas, pifias del tamaño del mar, inadvertencias que pudieron ser captadas o sopesadas desde el reposo del texto y la revisión constante, que son mecanismos imprescindibles que debemos tener en cuenta quienes nos dedicamos profesionalmente a la actividad literaria, y a la escritura en general. Suelo afirmar en mis talleres de escritura que tenemos que dejar enfriar los textos, no podemos corregir en caliente porque nuestra mente nos engaña, ya que los mapas mentales nos hacen leer las palabras que quisimos plasmar, y no necesariamente las que pusimos, y es este retorcido proceso psicológico el que nos lleva a jurar que la frase, la oración y el párrafo están correctos y seguimos de largo.

Y es la prisa la causante de todo esto, porque no nos permite detenernos con serenidad frente al texto y leer con la cabeza fría y en voz alta (indispensable para captar los errores y los ruidos internos) lo que hemos escrito, y lo damos por bueno y definitivo sin mayores problemas. Mi madre afirmaba que mi abuelo siempre repetía, cuando veía estudiar a sus hijos, que no cejaran ni un momento en aprenderse la lección, que buscaran la seguridad del conocimiento, que estudiaran “hasta que les supiera a ajo”. Pues bien, esta afortunada frase la he adoptado con bastante éxito en el proceso de corrección de los textos y me digo una y otra vez: “Hasta que me sepa a ajo”. Suelo decirles también a mis estudiantes que corrijan sus textos “setenta veces siete”, como dice en la Biblia, lo que implica que siempre habrá la posibilidad de hallar errores, que la escritura jamás será perfecta, pero sí perfectible, y esto nos deja un grato sabor a triunfo: pequeño, transijo, pero triunfo al fin.

No hay nada más desesperante (por lo menos para mí) que leer un texto publicado en el que se me haya escapado una errata. Y me sucede a pesar de todas mis previsiones y técnicas. Resulta que cuando el texto sale publicado lógicamente que ya se ha enfriado en mi mente, y al leerlo de inmediato se encienden las luces rojas de alerta que me dicen que hay un error, que algo pasa, y salta el nivel de cortisol, me lleno de estrés y de coraje, y me recrimino la ligereza, la prisa y el descuido, y no me los perdono jamás, entonces le escribo a la editora y la pongo al tanto, y ella, siempre amable, corre a la pantalla y hace la corrección y solo así regresa la espantada y vapuleada felicidad a mi vida por el texto publicado.

Sí, amigos, dije felicidad, y no me da vergüenza afirmarlo, porque a pesar de tener añales publicando libros y artículos (varias décadas), y que me haya puesto viejo frente al teclado, cada vez que sale un libro o un texto de mi autoría me invade el gozo, y no sé si será la vanidad autoral (que la debo tener, pienso que sí, nadie escapa a ella), pero ver un texto en la pantalla o en el papel es un pequeño triunfo frente al esfuerzo y el trabajo realizado de horas en soledad, en perfecto soliloquio, aislado del mundo, ajeno a toda circunstancia, conversando con las ideas y los fantasmas, riendo o entristeciendo a solas, hablándole a la nada; porque eso es la escritura: Solipsismo en su vasta expresión creadora.

La escritura es un oficio recio, exige demasiado de su cultor, es una rueda sinfín que nos lleva de un autor y de un libro a otros, de un texto a otro más, y nunca se detiene, porque siempre habrá un tema para escribir, una idea por desarrollar. La vida es la cantera, la musa, el motivo o la chispa que nos impele a encender la máquina para internarnos en las páginas, y mientras el cursor titila frente a nuestros ojos, igual lo hacen las palabras que bullen desde adentro, que afloran y buscan quedar plasmadas. Y lo hacen, qué duda cabe, pero lo que casi nunca se da es ese texto magnífico y precioso que tenemos en la mente, con el que soñamos, el ideal de todo autor, siempre habrá brechas por cerrar, utopías por alcanzar, la liebre tras la zanahoria, pero así es la vida y no hay nada más humano que la escritura: nos lleva a otros mundos, a densos o sutiles territorios, al encuentro con nosotros mismos. Y aspiramos que sea con lo mejor de cada uno y que llegue al lector, el fin último de toda esta locura.

rigilo99@gmail.com
www.ricardogilotaiza.blogspot.com

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