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Un autor clave en mi recorrido

Ni se diga: como ratón de librerías y de ferias de libros no me venía a casa sin uno de los libros de Paz, y fue tal mi empeño, que atesoro veintidós títulos que conjuntan una buena parte del grueso de su obra en verso y en prosa

  • RICARDO GIL OTAIZA

30/04/2023 05:03 am

Hay autores que nos marcan para siempre y cuya huella es tan profunda, que por más que pasen los años volvemos una y otra a ellos y siempre hallamos cobijo en sus páginas. Son esos autores cuyos libros llegan a nuestras manos y ya no podemos desprendernos de ellos, se hacen textos de cabecera, nos dicen mucho y nos estimulan a proseguir sin desfallecer por el empinado camino de las letras. Ya he mencionado acá a unos cuantos autores favoritos y esenciales en mi carrera literaria, y me había guardado al gran poeta y ensayista mexicano Octavio Paz (Ciudad de México 1914 – Coyoacán 1998).

No recuerdo con exactitud cuál fue el primer libro de su autoría que cayó en mis manos, pero lo que sí puedo decir es que La llama doble. Amor y erotismo causó un profundo impacto en mi vida, y hoy, después de veintinueve años de aquel descubrimiento literario, no ha habido ni un solo año en el que no lo haya releído; es prácticamente una obsesión literaria. Me fascina la belleza de su prosa, esa manera de jugar con los vocablos antagónicos que hace de sus frases grandes hallazgos estilísticos. Es realmente un portento de libro que nos interna por los densos territorios del juego del erotismo y su estrecha relación con la poesía. Si bien es un libro de un autor entrado en años para entonces (setenta y nueve), despliega tanta gracia y lozanía en sus páginas, que ya quisieran autores mucho más jóvenes alcanzar tal plenitud creadora.

Ni se diga: como ratón de librerías y de ferias de libros no me venía a casa sin uno de los libros de Paz, y fue tal mi empeño, que atesoro veintidós títulos que conjuntan una buena parte del grueso de su obra en verso y en prosa, que es bastante decir. Ay, El laberinto de la soledad, fue clave para la comprensión de la modernidad en el vasto territorio de la cultura de México, de América Latina y del mundo, y lo leí con arrobo, como quien descubre una mina y no se va a la cama hasta consumir cada gota, cada grano de aquel tesoro. Este dichoso título me inspiró en mi carrera, me abrió nuevos horizontes, me hizo ver que mi mundo no era lo que me rodeaba, sino aquello que hasta entonces desconocía. Casi seiscientas páginas que leí sin pausa, tomando nota, fueron determinantes en mi pasión por la ensayística y sus espléndidas posibilidades estéticas y salvíficas.

Cayó ante mis ojos Vislumbres de la India. ¡Guao, amigos, qué portento! De la mano ya no solo del connotado ensayista, sino también del diplomático que ejerció desde 1962 hasta el 68 el cargo de embajador en aquel país, recorrí fascinado aquellos vastos territorios, pude conocer su cultura, sus más profundos intersticios, pude nutrirme de un autor que no se contentaba con relatar sus extraordinarias vivencias, ya de por sí funambulescas, sino enriquecerlas con un conocimiento profundo, rayano en la erudición, pero con una prosa directa, sin recovecos ni subterfugios, que sabía clavar el estilete en el punto neurálgico de lo planteado, sin que ello significara ligereza o descuido.

Dios, pero me aguardaba El arco y la Lira, una verdadera catedral literaria, un libro tan realmente portentoso, que no se puede captar su densidad en una sola lectura, a menos que decidamos tenerlo a la mano durante muchos meses para no perdernos ni de una coma. Para los amantes del lenguaje, del verso y de la prosa este libro representa algo así como el sumun de lo posible desde el ensayo; es de esos libros que parecen un sombrero de mago: en cada frase y recodo hallamos una sorpresa y un delicioso sobresalto que nos lleva a un éxtasis casi orgiástico.

En una feria del libro me topé con el poema Piedra de Sol, costaba una fortuna porque era una edición de lujo numerada con un libro crítico anexo, y me la traje a la casa. Se trata de un poema fundante de las letras latinoamericanas, de una pieza tan perfecta y acabada, que en cada lectura caemos rendidos, nos entregamos sin más al gozo, y nos adentramos con pasmosa inquietud en los disímiles territorios de lo milenario y de lo verdaderamente atávico. Es, sin más, la suma de su ARS poética.

Un año antes de la muerte de Paz me sumergí en su magnífico tomo Sor Juana Inés de la Cruz o las trampas de la fe. ¡Qué decir amigos!, un tomazo que se disfruta de comienzo a fin, un libro sin concesiones a la poetisa, ni a su obra ni a su tiempo histórico, pero que desvela en toda su amplitud la complejidad de su figura histórica. Comprender a Sor Juana Inés de la mano de uno de los mayores autores de la lengua española, no es poca cosa, sobre todo porque hurga allí en donde se cuece la lava de su pasión y de su musa poética. Paz no juzga, ni discrimina, ni cataloga a la autora: se contenta con desvelarla en su más descarnada esencia, y esto ya es relevante.

He leído con sumo deleite: Apariencia desnuda. La obra de Marcel Duchamp; Árbol adentro; Hombres en su siglo; El signo y el garabato; Al paso; La otra voz. Poesía y fin de siglo; Convergencias; Tiempo nublado; Las peras del olmo; Vuelta; Puertas al campo; El ogro filantrópico; Sombras de obras; Los hijos del limo; Itinerario y Libertad bajo palabra. Después de lo leído considero que tengo un poquito de autoridad intelectual para afirmar, sin que me tiemble la mano, que Octavio Paz es una de las altas cimas en prosa y en verso de las letras universales. Hay que volver a él, es nuestro. ¡Y que no haya excusas!

rigilo99@gmail.com
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