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Instantaneidad y literatura

En esto de la brevedad en la literatura tuvimos a insignes precursores, y de entrada menciono a Jorge Luis Borges, porque gustaba de la concreción y fue un crítico acerbo de las novelas extensas y su argumento era lapidario

  • RICARDO GIL OTAIZA

09/04/2023 05:03 am

Vivimos en un tiempo signado por lo tecnológico, y es precisamente esta circunstancia la que marca escuelas y estilos en las artes, y de esto, como cabe suponerse, no se escapa la literatura, que dicho sea de paso se ha hecho consustancial a una forma de ser y de sentir, y si bien la fuerza del mercado literario empuja a la novela como a un género de peso en sus apetecidos predios y a ser sobrevalorada con preeminencia en las estanterías de las librerías, perviven también la poesía, el cuento y el ensayo, y en todo este gran espectro literario hallamos también variantes, que son llevadas por la fuerza de las circunstancias a un necesario reacomodo que dé respuesta a un público lector que no goza de mucho tiempo para leer, que quiere en un tris enterarse del “asunto”, que busca en la brevedad respuesta a sus ansias de disfrute de las artes, sin tener que invertir gran cantidad de esfuerzo y de horas.

En este sentido, tanto en verso como en prosa la literatura se ha hecho más compacta, siempre buscando público y mayor pegada en medio de un mundo movido por la instantaneidad y la vertiginosidad, y en esto han contribuido mucho las redes sociales, que con frases u oraciones cortas, palabras claves, aforismos, sentencias, eslóganes, epígrafes y figuras retóricas (todo lo cual se podría encerrar en el denominado “minimalismo”), busca expresar con gran economía el sentir humano y sus pasiones, y que ello genere en el lector un enorme disfrute estético.

Por supuesto, este fenómeno no es exclusivo de la literatura, sino que lo podemos observar en todas las expresiones artísticas, de allí que las TICS se hayan erigido de un tiempo a esta parte en los más portentosos vasos comunicantes entre el arte y el público, y ahora podamos acceder a obras pictóricas y escultóricas, a la danza, al teatro, al cine y a piezas musicales, sin movernos del sofá, y no solo eso, sino que de ellas nos muestren apenas destellos, “abrebocas”, lo que cabe en un abrir y cerrar de ojos, y que con tan poco nos sintamos satisfechos y nos hagan creer que conocemos de arte, y cuando los artistas se atreven a mostrar más, digamos que un concierto completo, o una obra entera, los indicadores de las plataformas como Instagram o YouTube les señalan que la atención feneció en pocos minutos, y que su visualización cesó sin que se hubiera completado la descarga.

La incompletitud es pues signo de nuestros días, todo es a las carreras, las relaciones interpersonales son con pequeños mensajes de texto o de voz, y como estamos en un mundo de vértigo y no hay tiempo para escuchar por ejemplo un mensaje de voz que sobrepase los dos minutos, WhatsApp incorporó un acelerador de voz a 1.5x y a 2x, lo que nos permite escuchar los mensajes como si de una carretilla se tratara, porque es imposible que nos detengamos a atender con calma lo que nos han enviado, y somos testigos de muchos que hasta maldicen por lo extenso de los mensajes, y del “abuso” que cometen los que nos atrevemos (me incluyo) a grabar mensajes hasta de veinte minutos. Y en esto, como en tantas otras cosas, tenemos también que hacernos perdonar.

Paradójicamente, y volviendo al territorio literario, a los editores les fascinan las novelas extensas, y en promedio son las que más venden y se hacen con los premios, y resulta curioso, porque en un mundo en el que resumimos nuestros sentimientos y emociones en apenas un tuit de ciento cuarenta caracteres (y que llegarán a cuatro mil, según lo anunciado por la empresa), y que vemos en treinta o sesenta segundos bailes y piruetas, o los sermones y consejos de los novedosos “influencers” o luminarias en TikTok o en Reels, resulta cuesta arriba imaginarnos a esa gente leyendo novelas de seiscientas o setecientas páginas como les agradan a las editoriales.

En esto de la brevedad en la literatura tuvimos a insignes precursores, y de entrada menciono a Jorge Luis Borges, porque gustaba de la concreción y fue un crítico acerbo de las novelas extensas y su argumento era lapidario: podemos escribir en pocas páginas lo que muchos presentan en extensas novelas; de hecho, a esos libracos son más las páginas que les sobran que las verdaderamente sustanciosas, y prefirió en su obra la síntesis del cuento a la gran arquitectura de la novela, cuestión irrebatible si consideramos que alcanzó la perfección en el género, al renovarlo desde la hondura filosófica y hasta metafísica, y otro gigante de lo minimalista fue Augusto Monterroso, quien leyó a Borges, y supo hacer del cuento breve una pieza digna de admiración y de portento literario, y hasta renovó el casi olvidado género de la fábula.

Otro argentino que echó mano de lo breve fue mi tocayo Ricardo Piglia, quien tiene en su haber un libro exquisito, hondo, inteligente, que tituló precisamente Formas breves, y que no por ser breve debe leerse a las carreras, porque cada frase y cada párrafo encierran tantas cosas en sí mismos, y de tal densidad y belleza, que se quedan gravitando en nuestra cabeza y debemos volver una y otra vez sobre lo mismo, hasta que nuestra razón se contacta con el corazón y con el espíritu y logramos atisbar su eje o su esencia.

“Lo bueno, si breve, dos veces bueno”, dijo Baltasar Gracián en su Oráculo manual y arte de la prudencia, y no le faltaba razón, y hoy se aplica, no por la calidad, sino porque no hay tiempo para nada. ¡Patético!

rigilo99@gmail.com
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