Espacio publicitario

EEUU y China: Guerra por Taiwán

Paso tras paso y por distintos caminos Estados Unidos pareciera haber ido evolucionando desde la “ambigüedad estratégica” hacia una “claridad estratégica”

  • ALFREDO TORO HARDY

05/04/2023 05:04 am

Durante varias décadas Estados Unidos sustentó su política hacia Taiwán en la llamada “ambigüedad estratégica”. Ello implicaba reconocer la existencia de una sóla China pero, al mismo tiempo, el permanecer deliberadamente impreciso con respecto a su disposición a defender a la isla en caso de una invasión por parte del régimen de Pekín. Esta situación, sin embargo, está cambiando a pasos acelerados.

Biden fue el primer Presidente de Estados Unidos desde 1978 en recibir una representación oficial taiwanesa a su toma de posesión. En octubre de 2021, el Secretario de Estado Anthony Blinken hizo un llamado formal a la ONU a dar una participación “robusta” a Taiwán dentro de su sistema y al interior de sus organismos especializados. También en octubre de 2021 se produjo la primera de las cuatro ocasiones en las que Biden ha manifestado explícitamente que su país acudiría en defensa de Taiwán en caso de ser atacado. De hecho, llegó a declarar que correspondía a Taiwán tomar su propia decisión con respecto a su independencia. En 2022, antes de abandonar su cargo, la “Speaker” de la Cámara Nancy Pelosi hizo un histórico viaje a Taipei, de la misma manera en que su sucesor Kevin McCarthy se apresta a reunirse en Washington a la Presidenta de Taiwán.

En adición a declaraciones y a manifestaciones simbólicas como las anteriores, un proceso de militarización creciente está cobrando forma en torno a Taiwán. No sólo contingentes militares estadounidenses se encuentran en la isla entrenando a sus Fuerzas Armadas, sino que el Pentágono ha formulado una doctrina militar de apoyo a la isla para el caso de una invasión. La misma no sólo entraña el posicionamiento de sus tropas en las cercanías a la isla, sino que enfatiza la dispersión y la alta movilidad de éstas en caso de contingencia, buscando el doble propósito de no ser fácilmente detectables y de poder, a la vez, realizar ataques coordinados.

A esta doctrina militar se le suma el fortalecimiento de su política de alianzas en la región y fuera de ésta, con miras a reclutar potenciales beligerantes adicionales, así como la identificación de penalidades económicas susceptibles de ser impuestas a China por Estados Unidos y sus aliados en caso de invasión. Todo ello conforma lo que ha sido denominado como la estrategia de “disuasión integral”. La misma es clara expresión de la seriedad con la cual Estados Unidos visualiza la posibilidad de una guerra con China en defensa de Taiwán.

Tal conjunción pareciera dar testimonio de que la postura política de Washington estaría decantándose en una dirección precisa, desprovista de ambivalencias. El objetivo primario de la misma sería disuadir a China, haciéndole ver que cualquier invasión a Taiwán le acarrearía inmensos costos. Ahora bien, al definir ese rumbo implícitamente se asume que de fracasar la disuasión vendrían la guerra y las sanciones, pues de lo contrario Estados Unidos perdería toda credibilidad como superpotencia.

Así las cosas, paso tras paso y por distintos caminos Estados Unidos pareciera haber ido evolucionando desde la “ambigüedad estratégica” hacia una “claridad estratégica”. Esta última se asienta en la noción de que cualquier invasión a Taiwán acarrearía la guerra con Estados Unidos. Tal “claridad estratégica” acarrearía, sin embargo, grandes riesgos para Washington. Entre estos valdría mencionar los siguientes.

En primer lugar, una disuasión a China sustentada en amenazas precisas, traza una delgada línea entre la disuasión y la provocación. De no moverse con mucho tino, Estados Unidos podría llegar a desencadenar precisamente el tipo de conflicto que busca evitar. Ello, pues cada nueva acción destinada a mostrar la determinación estadounidense se convierte en una amenaza adicional para Pekín, generando en este una percepción de inevitabilidad con respecto al conflicto.

En segundo lugar, al dar por descontado que una invasión a Taiwán conllevaría a una guerra con Estados Unidos, China podría convertir el ataque a las fuerzas militares estadounidenses en su primer paso para el inicio de hostilidades. Es decir, buscaría golpear primero para golpear doble. Siguiendo la lógica japonesa en Pearl Harbor, Pekín podría desatar un ataque sorpresa destinado a degradar tanto como posible la capacidad estadounidense para hacer la guerra. Sus misiles DF-26 le permitirían sembrar el caos en Guam e inhabilitar significativamente a las fuerzas militares estadounidenses localizadas en Okinawa y en otros lugares de la región. Ello, a no dudarlo, generaría un alto potencial de escalamiento hacia el ámbito nuclear, pues implicaría un ataque directo a territorio estadounidense (Guam), que se vería seguramente sucedido por un ataque a territorio continental chino.

En tercer lugar, Estados Unidos podría incurrir en algo similar a la figura jurídica del “ultra petita”, es decir, ir más lejos de lo que su mandante le solicita. Diversos trabajos publicados en la revista The Economist del 11 de marzo de 2023 dan cuenta de la identidad imprecisa de los taiwaneses y de su falta de consenso con respecto al como reaccionar frente a una invasión china. Ello incluye profundas dudas sobre la pertinencia de hacer resistencia a tal invasión. Buena prueba de esa ambivalencia son unas fuerzas armadas de apenas 163.000 soldados y un contingente de reserva mediocremente entrenado. Habida cuenta de que resistir la invasión entrañaría una devastación profunda de sus infraestructuras y áreas urbanas, a más del inmenso costo humano involucrado, es fácil comprender la falta de estomago para la lucha que caracteriza a su población y lo impopular que resulta toda referencia a la guerra con China. De hecho, un escenario reciente del Centro de Estudios Estratégicos e Internacionales de Washington señalaba que, aún logrando resistir exitosamente a una invasión gracias a la intervención de Estados Unidos y Japón, Taiwán sobreviviría como entidad autónoma a costa de ver destruidos todos sus servicios básicos. Tomando en cuenta que lo que aquí se plantearía no sería la absorción de Corea del Sur por Corea del Norte, sino la de Taiwán por la segunda mayor potencia económica del mundo, que constituye a la vez su mayor socio comercial, la reticencia al combate asume plena validez. Así las cosas, Estados Unidos podría estar resultando más papista que el Papa.

En cuarto lugar, porque Estados Unidos y China mantienen intereses asimétricos con respecto a Taiwán. Para Pekín, la reunificación con Taiwán asume carácter existencial. Ello entrañaría lo que se visualiza como una restitución histórica y un acto de afirmación soberana. Para Pekín, se trataría del último cabo por atar del llamado “siglo de humillación” sufrido entre 1842 y 1945, el cual se caracterizó por la masiva expoliación del país. Para materializar lo que considera como su derecho natural sobre la isla y la realización del “sueño chino”, Pekín estaría dispuesto a asumir cualquier costo, por elevado que este fuese. Ello colocaría en profunda desventaja a Estados Unidos, quien se vería obligado a elevar sus apuestas a niveles que muy posiblemente desbordarían su interés real por la isla.

En quinto lugar, y más allá de la movilidad y de la coordinación de sus fuerzas que el Pentágono plantea como estrategia en caso de conflicto, también aquí Estados Unidos se encontraría en desventaja. Tal desventaja se mediría en términos de distancia y de concentración de contingentes. Mientras la distancia entre tierra firme china y Taiwán es de 144 kilómetros, la distancia entre Hawái y Taiwán es de 8.529 kilómetros y de 11.265 kilómetros contados desde California. A la vez, el grueso de la Armada china, la mayor del mundo en número de naves de guerra y de submarinos, se concentra en sus costas. Entre tanto, las fuerzas navales estadounidenses se encuentran diseminadas en nueve comandos regionales distribuidos alrededor del planeta. Ello, sin contar con la potente fuerza misilística china que cubriría un amplio radio de acción y con la totalidad de su Fuerza Aérea situada a corta distancia.

En definitiva, dentro de una relación costo-beneficio la “claridad estratégica” estadounidense con respecto a Taiwán pareciera no tener demasiado sentido. Tal como ha señalado Stephen Walt, uno de los mayores exponentes de la escuela del realismo político estadounidense: “Estados Unidos ganaría muy poco con esta postura abierta…Finalmente, un cambio de política que confiere pocos beneficios adicionales y conlleva costos y riesgos significativos, resulta innecesaria y poco sensata” (“Should the United States Pledge to Defend Taiwan?”, Foreign Affairs, September 15, 2022). En efecto, a lo largo de varias décadas la “ambigüedad estratégica” se basto para disuadir sin amenazar explícitamente. Más aún, dejó abierta la puerta para que Estados Unidos pudiese eximirse de ir a la guerra con China en torno a Taiwán, sin con ello afectar seriamente su credibilidad. Tal como se presentan hoy las cosas, tarde o temprano vendrá la guerra entre ambas superpotencias. Sólo esperemos que la misma no escale a lo nuclear.

altohar@hotmail.com
Siguenos en Telegram, Instagram, Facebook y Twitter para recibir en directo todas nuestras actualizaciones
-

Espacio publicitario

Espacio publicitario

Espacio publicitario

DESDE TWITTER

EDICIÓN DEL DÍA

Espacio publicitario

Espacio publicitario