Prensa y literatura
Perfección y concisión son dos cualidades a las que aspira el texto de opinión de la prensa, y que no siempre se alcanzan, pero cuyo ejercicio permite al autor centrarse y conjuntarse, lo que será, qué duda cabe, vital para su prosa y su obra
El pensador venezolano Arturo Uslar Pietri solía rendir honor a la escritura en la prensa como a una gran escuela que le permite al autor cotejarse, echar a volar su pensamiento y forjar un estilo, hacer de la escritura semanal una disciplina que le permita estar activo, articular la palabra y ponerla al servicio de la sociedad por la vía de la generación de opinión, pero también prepararla para asumir el gran reto de la obra literaria. Afirmaba que los grandes escritores de América Latina han tenido en la prensa la mejor de las trincheras y es en esas páginas volátiles, que el escritor pone a circular y de las que luego se olvida, en donde yacen el germen de lo literario y conjuntan, si se quiere, las claves que serán determinantes a la hora del necesario análisis que deberá hacerse de la valía de un determinado autor.
Para muchos escritores son los textos periodísticos parte de su obra literaria, los cuentan como tal, y han pasado a engrosar gruesos volúmenes que son recibidos con enorme gusto por los lectores y por la crítica, y se erigen así en obras sobrevenidas, pero que dicen mucho a quienes se acercan a ellas, porque toman aquí y allá ideas y temáticas nacidas en tiempos diversos, siempre bajo la premura y la exigencia de rapidez por parte de la prensa, todo lo cual lleva al autor a concretar, a hacer una labor de síntesis extraordinaria, a precisar cada vocablo para que diga lo que deba decir; algo parecido a lo que acontece con el cuento breve: precisión y economía de lenguaje.
Hay autores en los que su obra periodística reunida es degustada con mayor entusiasmo que su obra literaria per se, y no porque ésta sea pesada o enjundiosa, sino porque el lector contemporáneo busca el mínimo esfuerzo y halla en el artículo de prensa una manera ágil y sencilla de asirse de la realidad, de conocer a un determinado autor, de sentir que está inserto en la corriente del ahora sin tener que leer gruesos volúmenes de principio a fin, sino que pueda saltarse textos sin remordimientos y no perderse del contexto, de ir a un índice y leer lo que más le resulte atractivo, de enterarse del pensamiento de un escritor en pocas cuartillas, de acceder a una estupenda prosa sin los requerimientos que conllevan largos ensayos o agigantadas novelas.
Lo minimalista es una suerte de moda que se prolonga en el tiempo, por lo que dejará de serlo por definición para insertarse en el uso y la costumbre como un estilo o una escuela literaria más, y para colmo resulta muy grato, ameno y significativo, porque con textos breves hay autores que pueden decir lo que a otros les llevaría centenares de páginas, y esto es valor agregado, y el lector lo disfruta enormemente, y si los textos están salpicados de inteligencia y de humor, pues se erigen en las delicias de un público que los asume como propios y los internaliza sin mayores conflictos de interés, y reímos con el autor, nos enervamos con él, vamos a empinadas cimas y también descendemos a los abismos de la existencia, recorremos mundos, visitamos lejanos países y conocemos muchos personajes, aprendemos del intelecto del autor y en paralelo hacemos también un estupendo ejercicio literario, que muchas veces nos empuja al resto de la obra y cerramos así ese círculo que nos lleva a un indescriptible gozo.
Hay tantas obras sobrevenidas de grandes autores, que no alcanzarían estas líneas para nombrarlas, pero baste con recordar las maravillosas compilaciones de los textos de opinión del español Javier Marías, que han sido más leídas que sus propias novelas, podría recordar acá: Aquella mitad de mi tiempo, que reúne piezas autobiográficas, Miramientos y Vida escritas, así como los inolvidables: Literatura y fantasma, Vida del fantasma y A veces un caballero, y por similares derroteros hallamos a Mario Vargas Llosa, de él recuerdo El lenguaje de la pasión, a Gabriel García Márquez con Por la libre, y ni se diga de Javier Cercas, cuyo volumen compilatorio Relatos reales se ha erigido en libro de cabecera y en una pequeña obra maestra de lo que él mismo denomina como “literatura mestiza”: mezcla de poema, relato y ensayo, o también como crónica de urgencia, que dibuja en nuestra mente la rapidez con la que el autor tiene qué vérselas a la hora de cumplir a cabalidad con las exigencias de la prensa.
Y por qué no mencionar también los casos de algunas revistas, que tenían en su staff a ciertos autores que además escribían en la prensa, y cuyas colaboraciones periódicas reunidas han sido todo un portento, baste solo mencionar al famoso Manual del distraído, del filósofo y escritor mexicano (de padre italiano y de madre venezolana) Alejandro Rossi, que reúne las piezas en prosa (ensayo y narrativa) publicadas en las revistas Plural y Vuelta fundadas por Octavio Paz, que pronto se popularizó y la crítica concuerda en afirmar que se trata también de una obra maestra capital de la literatura latinoamericana. De este libro el propio Paz dijo: “En su prosa, nítida y transparente, se mezclan con endiablada perfección las cualidades más opuestas: la claridad y el misterio, la melancolía y el guiño irónico”.
Perfección y concisión son dos cualidades a las que aspira el texto de opinión de la prensa, y que no siempre se alcanzan, pero cuyo ejercicio permite al autor centrarse y conjuntarse, lo que será, qué duda cabe, vital para su prosa y su obra.
rigilo99@gmail.com
Para muchos escritores son los textos periodísticos parte de su obra literaria, los cuentan como tal, y han pasado a engrosar gruesos volúmenes que son recibidos con enorme gusto por los lectores y por la crítica, y se erigen así en obras sobrevenidas, pero que dicen mucho a quienes se acercan a ellas, porque toman aquí y allá ideas y temáticas nacidas en tiempos diversos, siempre bajo la premura y la exigencia de rapidez por parte de la prensa, todo lo cual lleva al autor a concretar, a hacer una labor de síntesis extraordinaria, a precisar cada vocablo para que diga lo que deba decir; algo parecido a lo que acontece con el cuento breve: precisión y economía de lenguaje.
Hay autores en los que su obra periodística reunida es degustada con mayor entusiasmo que su obra literaria per se, y no porque ésta sea pesada o enjundiosa, sino porque el lector contemporáneo busca el mínimo esfuerzo y halla en el artículo de prensa una manera ágil y sencilla de asirse de la realidad, de conocer a un determinado autor, de sentir que está inserto en la corriente del ahora sin tener que leer gruesos volúmenes de principio a fin, sino que pueda saltarse textos sin remordimientos y no perderse del contexto, de ir a un índice y leer lo que más le resulte atractivo, de enterarse del pensamiento de un escritor en pocas cuartillas, de acceder a una estupenda prosa sin los requerimientos que conllevan largos ensayos o agigantadas novelas.
Lo minimalista es una suerte de moda que se prolonga en el tiempo, por lo que dejará de serlo por definición para insertarse en el uso y la costumbre como un estilo o una escuela literaria más, y para colmo resulta muy grato, ameno y significativo, porque con textos breves hay autores que pueden decir lo que a otros les llevaría centenares de páginas, y esto es valor agregado, y el lector lo disfruta enormemente, y si los textos están salpicados de inteligencia y de humor, pues se erigen en las delicias de un público que los asume como propios y los internaliza sin mayores conflictos de interés, y reímos con el autor, nos enervamos con él, vamos a empinadas cimas y también descendemos a los abismos de la existencia, recorremos mundos, visitamos lejanos países y conocemos muchos personajes, aprendemos del intelecto del autor y en paralelo hacemos también un estupendo ejercicio literario, que muchas veces nos empuja al resto de la obra y cerramos así ese círculo que nos lleva a un indescriptible gozo.
Hay tantas obras sobrevenidas de grandes autores, que no alcanzarían estas líneas para nombrarlas, pero baste con recordar las maravillosas compilaciones de los textos de opinión del español Javier Marías, que han sido más leídas que sus propias novelas, podría recordar acá: Aquella mitad de mi tiempo, que reúne piezas autobiográficas, Miramientos y Vida escritas, así como los inolvidables: Literatura y fantasma, Vida del fantasma y A veces un caballero, y por similares derroteros hallamos a Mario Vargas Llosa, de él recuerdo El lenguaje de la pasión, a Gabriel García Márquez con Por la libre, y ni se diga de Javier Cercas, cuyo volumen compilatorio Relatos reales se ha erigido en libro de cabecera y en una pequeña obra maestra de lo que él mismo denomina como “literatura mestiza”: mezcla de poema, relato y ensayo, o también como crónica de urgencia, que dibuja en nuestra mente la rapidez con la que el autor tiene qué vérselas a la hora de cumplir a cabalidad con las exigencias de la prensa.
Y por qué no mencionar también los casos de algunas revistas, que tenían en su staff a ciertos autores que además escribían en la prensa, y cuyas colaboraciones periódicas reunidas han sido todo un portento, baste solo mencionar al famoso Manual del distraído, del filósofo y escritor mexicano (de padre italiano y de madre venezolana) Alejandro Rossi, que reúne las piezas en prosa (ensayo y narrativa) publicadas en las revistas Plural y Vuelta fundadas por Octavio Paz, que pronto se popularizó y la crítica concuerda en afirmar que se trata también de una obra maestra capital de la literatura latinoamericana. De este libro el propio Paz dijo: “En su prosa, nítida y transparente, se mezclan con endiablada perfección las cualidades más opuestas: la claridad y el misterio, la melancolía y el guiño irónico”.
Perfección y concisión son dos cualidades a las que aspira el texto de opinión de la prensa, y que no siempre se alcanzan, pero cuyo ejercicio permite al autor centrarse y conjuntarse, lo que será, qué duda cabe, vital para su prosa y su obra.
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