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Locura y literatura

La locura no es incompatible con la literatura, es más: la realimenta, hace de ella materia que trasciende el hecho y el oficio, para internarse en los más profundos intersticios del alma humana

  • RICARDO GIL OTAIZA

05/03/2023 05:03 am

Cuando hablamos de locura y de desvarío en la literatura, de inmediato se nos viene a la mente el personaje Alonso Quijano, quien perdió el seso de tanto leer novelas de caballería y terminó metamorfoseado en el caballero andante Don Quijote de La Mancha, quien se parapetó para llevar adelante las aventuras que tenía en la cabeza y en su salida arrastró consigo al pobre de Sancho Panza, erigido en su escudero, y que por cierto, por más ignorante que fuera, no estaba más cuerdo que su “héroe”, al creer a pie juntillas todo lo que le contaba, pero resulta que esto es mera ficción, personajes inventados y anécdotas hilarantes que nos llevan a profundas reflexiones filosóficas, pero la vida tiene mucho más en el tintero, y es aquí cuando pienso que a lo mejor Miguel de Cervantes tenía también su toque de locura, algunos tornillos y tuercas flojas, y algo he leído sobre esto, y no sería extraño que así fuera, porque el genio es casi siempre rayano con la pérdida del juicio, con la mezcla entre realidad y ficción.

El arte está cimentado en la locura, y la literatura, de manera particular, no escapa a este sino, a este factum terrible, es más, podría escribir un libro de gran éxito sobre este tópico, y me sobraría material para otros más, y basta que tan solo eche un ojo a varios de los grandes autores de ayer y de hoy para corroborarlo, y cuando leo del ego inmenso y enfermizo de muchos de estos autores, de sus portentosas mentes, de sus a veces mordaces y despiadadas maneras de ser consigo mismos y con los otros, pues la respuesta me viene dada, y ya recordarán ustedes aquella vieja expresión de Santa Teresa de Jesús: “La imaginación es la loca de la casa”, y esto es determinante, porque en ellos se ha roto ese dique que separa lo que hay en la mente con la cruda realidad, y llega entonces el desbordamiento patentizado en desvarío, en alucinación y en obra.

Es larga lista de los escritores desquiciados, podría comenzar con el gran Víctor Hugo, el celebérrimo autor de Los Miserables, y sin más detalles, pero al conocer el libro, podemos sacar como conclusión que una mente sana no llegaría jamás a los extremos que podemos ver en sus páginas, pero cuando leemos en su biografía y nos cercioramos de los horrores que vio siendo apenas un niño en su Francia natal, y que muchas de aquellas cruentas imágenes aparecerán años después en su obra, nos explicamos algunas cuestiones y las conjeturas se transforman entonces en certezas, pero si a esto se aúna su propensión desmedida y enfermiza al comercio del sexo, incluso a una edad avanzada, su egolatría, su vanidad y su cursilería, y su inaudita ambición que lo llevó a escribir miles de páginas que posiblemente nadie alcanzará a leer nunca, nos queda la clara visión de un genio profundamente atormentado.

En su libro La tentación de lo imposible, Mario Vargas Llosa desarrolla en profundidad la vida de Víctor Hugo y su obra Los Miserables, y hay una afirmación que cierra con broche de oro el aspecto que he tocado hasta ahora: “… la definición más bonita de él la hizo Jean Cocteau: Víctor Hugo era un loco que se creía Víctor Hugo”.

Y si de genios hablando de genios se trata, el propio Vargas Llosa ha dado muestras a lo largo del tiempo de que algo en su mente tampoco anda muy bien, hay un cierto toque, un “sutil” desvarío, y no me vengan con excusas trasnochadas, porque un señor que es Premio Nobel porque tiene una obra literaria portentosa, y que además se ha llevado todos los galardones y reconocimientos que son posibles alcanzar en las letras hispanas (y francesas) en el mundo de hoy, y que cercano ya a sus ochenta años abandona a su esposa de toda la vida para vivir un tórrido affair con la “reina de corazones” Isabel Preysler, para convertirse en la portada del mundo de la farándula (patentizada en la revista española Hola), que fuera estigmatizado con fuerza por él mismo poco tiempo atrás en su libro La civilización del espectáculo, pues no resulta muy sensato que se diga; hay una incoherencia de base. Y si a esto se suma el impulso y atracción temprana por las mujeres de su familia (su tía política Julia y su prima Patricia, con quienes se casó), pues material hay de sobra para montones de tesis psicológicas y psiquiátricas.

La locura no es incompatible con la literatura, es más: la realimenta, hace de ella materia que trasciende el hecho y el oficio, para internarse en los más profundos intersticios del alma humana, y quien escribe está consciente de tal posibilidad, aunque muchas veces no la acepta en sus propias y personales circunstancias, y avanza en su proceso, y se deja llevar como quien se interna en su oficio sin percatarse de estar ya instalado en otros mundos, y así ha sucedido con celebridades como Virginia Woolf, Edgar Allan Poe, Hermann Hesse, León Tolstoi, Ernest Hemingway, como el propio Kafka, y, ni a qué dudar, Fernando Pessoa, cuyo testamento psiquiátrico es sin lugar a equívocos su Libro del desasosiego, lo mejor de su obra en prosa, y de poetas ni se diga, los versos son caldo de cultivo del desvarío: Antonin Artaud, Leopoldo María Panero, Charles Bukowski, Paul Verlaine, y muchos otros, fueron sin más, poetas malditos, perdidos en sus propias oscuridades y genialidades, y a pesar de su desvarío, o precisamente por él, marcaron las letras, dejaron honda huella, hicieron posible lo imposible.

rigilo99@gmail.com
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