Caminante ciego en la oscuridad
Quienes pasan la vida jugando perinola, sucumben, caso Latinoamérica con políticas telarañosas, valetudinarias y camina como un ciego en la oscuridad...
Joseph Schumpeter es un pensador austríaco que conjuga una perspectiva socialista suave con enorme sentido de la realidad económica, como lo revela su gran obra Capitalismo, socialismo y democracia, útil pese a su olvido (1942). Conjuga economía, ciencia política, derecho, y entre sus grandes aportes, que solemos utilizar sin saber que son suyos, se cuentan la aplicación de la teoría económica a la política, la reflexión sistemática sobre la “destrucción creativa” como factor esencial en la sociedad abierta, la interpretación del emprendimiento y del papel político de las clases medias. Entiende la tecnología como prolongación de nuestros cuerpos que hace milagros, fuerza que destruye y crea puestos de trabajo, factor de conflictos políticos y guerra entre los países, útil aún hoy cuando creíamos que eso pertenecía a la historia. Decía que el “capitalismo no sobreviviría frente al avance del socialismo” aunque no logramos interpretar esa misteriosa, en él, frase de esfinge, que no corresponde en nada con su análisis de entonces ni con la realidad de hoy.
El fundamento del “capitalismo” es la destrucción creativa que incesantemente demuele lo anterior y crea lo nuevo, desbarranca el pasado y por eso es difícil mantenerse al día. Hoy la vigencia de una laptop, por ejemplo, es de menos de dos años, y eso porque las empresas no apresuran el mercado. Se liquida toda una rama de la economía, otra la sustituye, prospera, crea puestos de trabajo, hasta que también cae. Por eso pocas afirmaciones tan insustentables como que “la automatización elimina empleos”. La revolución industrial fue un asombroso proceso de innovación-destrucción masiva de trabajo servil, que en apenas un siglo cambio acabó el antiguo régimen y llevó la expectativa de vida de veintidós años a más de cuarenta. La “revolución tecnológica” de Clinton y Al Gore creó 20 millones de empleos en EE.UU. La tecnología es también factor esencial de la globalización, porque países y regiones relegados se ponen a la vanguardia y superan a los antes predominantes, como vemos hoy con el milagro asiático.
Quienes pasan la vida jugando perinola, sucumben, caso Latinoamérica con políticas telarañosas, valetudinarias y camina como un ciego en la oscuridad. En dos siglos, pasamos del uso del hielo para conservar los alimentos, a la refrigeración; del telégrafo al smartphone, de la lámpara de gas al bombillo incandescente y ahora a las lámparas LED. La televisión pasa de los tubos de vacío al chip. Del disco de vinilo se pasó al CD, desaparecen, y del motor de hélice a la turbina. De la máquina de escribir al procesador de texto. De minitel a la internet, de la fotografía química y el reloj mecánico a los digitales, y luego al inteligente. Schumpeter también aporta como pocos para comprender la función social de los sectores medios, siempre “una variable incontrolable” en política, que desde el siglo XIX hasta hoy asumieron por igual acciones antisistema de izquierda o de derecha, no valoran demasiado la democracia y cambian de un momento a otro a la catástrofe. Mientras los estamentos populares suelen ser pragmáticos en sus decisiones políticas, utilitarios, al decir de Jeremy Bentham, las clases medias operan movidas por criterios moralinos, generalmente irreales, ilusorios.
Por ejemplo, en Venezuela, cambiaron desde posiciones de extrema izquierda irracional antipolítica en 1998 a la extrema derecha irracional antipolítica hoy, y respaldaron procesos autoritarios desequilibrados, locuras de ambos signos consecutivamente, con lo que se autoeliminaron como grupo social y como alternativa. Me producía asombro como defendían y defienden posiciones ingenuas con igual fanatismo e irracionalidad y se arrojaban por el barranco de caudillos para castigar los vicios de la democracia; pero aún más su incapacidad para aprender de la experiencia Schumpeter las estudia sociológicamente. Profesionales, empresarios, profesores, técnicos, intelectuales, burócratas, son los factores más dinámicos de la sociedad, los mejor formados académicamente, motores de los procesos de desarrollo. Son también síntoma de éxito económico, porque significan que la mano de obra se tecnifica y eleva su status. Resultan por lo tanto enormemente valiosos, pero es un error dar crédito a sus opiniones políticas, más ahora gracias a las redes sociales.
La opinión de un insigne neurocirujano sobre geofísica, vale tanto como la de este o de un político sobre medicina y viceversa. Al carecer de experiencia y conocimientos especializados, también carecen de sentido sabio en la disciplina, “piensan políticamente como niños”, dice Schumpeter. Su opinión es emocional, moralina, simple, confrontacional, porque carecen de know how. Aspiran a ser dirigentes porque la política les apasiona y transitan por ella sin saber siquiera como tratar con un mesonero, sin la más remota idea sobre que se debe hacer para ganar una elección, ni enfrentar adversarios avezados, astutos, intencionados, en síntesis, políticos. Sus pretendidos liderazgos, -pienso en Mauricio Macri, Ivan Duque, Guillermo Lasso-, equivale a designar una monjita para administrar un casino en las Vegas. Twitter es el sicoanálisis colectivo de los sectores medios. La inexperiencia aflora intolerancia, impericia, conflictividad, dificultades para rectificar, sordera a argumentos contrarios, para buscar soluciones transadas, no confrontadas, demonización del adversario.
El debate sobre las elecciones automatizadas daría como prueba. Después de veinte años asombra que la bandera de lucha sea regresar a las elecciones manuales, un arcaísmo equivalente a volver al teléfono de disco o pedir que los bancos y las universidades prescindan de las computadoras, porque pueden trampear clientes y estudiantes, con el prejuicio del “fraude tecnológico”. Un “experto” afirma rotundamente y “con plena responsabilidad” que “en ningún país democrático hay voto electrónico”, aunque existe en EEUU, la India, Brasil, Filipinas, Bélgica, Francia, Argentina, Perú, México, Canadá, Holanda, Alemania, Reino Unido, Italia, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá, Bulgaria, Parlamento Europeo, Estonia, Emiratos (en muchos se implanta parcial o progresivamente). Casi 40% de los electores del planeta votan con máquinas. Cómo respuesta, la ingenuidad vivaracha, el sombrero de copa: “eso es bueno allá, pero no aquí porque el gobierno es tramposo”. Parecieran creer que el fraude apareció en el mundo con los sistemas automatizados. La Ilíada de los secuestros electorales latinoamericanos se escribió con sistemas manuales en México, “la dictadura más perfecta”, por 70 años el arquetipo, sin máquinas de votación. El fraude republicano en Florida contra Al Gore en 2000, fue posible gracias al conteo manual, como se demuestra porque en las mesas adulteradas se contó “con las manos” ¡qué casualidad!
En los países democráticos se vota de las dos maneras. Y para terminar de “calzarse las ideas al revés”, diría Moliere, arrojan “sospechas” sobre quien argumenta lo contrario, vinculaciones oscuras, marañas, sin darse cuenta que patean un aguijón. Para que voten los venezolanos de la diáspora es indispensable que lo organice el CNE en virtud de un acuerdo con el Estado venezolano, porque nadie va aceptar resultados proclamados por una caimanera caótica. Y eso implica derogar sanciones y el no reconocimiento. Las elecciones automatizadas en Venezuela son la mejor noticia para sectores opositores que nunca tuvieron fuerza ni organización para cubrir las mesas electorales, porque la “gracia” abstencionista, los privó de aparato de poder frente a la maquinaria y los recursos del adversario. Gracias a la digitalización, la disidencia obtuvo repetidas victorias, porque los resultados no se pueden cambiar. Piden “un CNE equilibrado” que ya existe, y lo mismo ocurre con las condiciones electorales, pese a que la sumatoria de votos declarada por el CNE les dio victorias, pero han perdido los cargos por no entender la política. Se invocan ilusorias truculencias del CNE y las máquinas para una cosa, pero se aceptará para concurrir a las elecciones nacionales. La insensatez de la postura es tal que parece tratarse de una operación para declarar fraude. De otra manera no se puede entender.
El fundamento del “capitalismo” es la destrucción creativa que incesantemente demuele lo anterior y crea lo nuevo, desbarranca el pasado y por eso es difícil mantenerse al día. Hoy la vigencia de una laptop, por ejemplo, es de menos de dos años, y eso porque las empresas no apresuran el mercado. Se liquida toda una rama de la economía, otra la sustituye, prospera, crea puestos de trabajo, hasta que también cae. Por eso pocas afirmaciones tan insustentables como que “la automatización elimina empleos”. La revolución industrial fue un asombroso proceso de innovación-destrucción masiva de trabajo servil, que en apenas un siglo cambio acabó el antiguo régimen y llevó la expectativa de vida de veintidós años a más de cuarenta. La “revolución tecnológica” de Clinton y Al Gore creó 20 millones de empleos en EE.UU. La tecnología es también factor esencial de la globalización, porque países y regiones relegados se ponen a la vanguardia y superan a los antes predominantes, como vemos hoy con el milagro asiático.
Quienes pasan la vida jugando perinola, sucumben, caso Latinoamérica con políticas telarañosas, valetudinarias y camina como un ciego en la oscuridad. En dos siglos, pasamos del uso del hielo para conservar los alimentos, a la refrigeración; del telégrafo al smartphone, de la lámpara de gas al bombillo incandescente y ahora a las lámparas LED. La televisión pasa de los tubos de vacío al chip. Del disco de vinilo se pasó al CD, desaparecen, y del motor de hélice a la turbina. De la máquina de escribir al procesador de texto. De minitel a la internet, de la fotografía química y el reloj mecánico a los digitales, y luego al inteligente. Schumpeter también aporta como pocos para comprender la función social de los sectores medios, siempre “una variable incontrolable” en política, que desde el siglo XIX hasta hoy asumieron por igual acciones antisistema de izquierda o de derecha, no valoran demasiado la democracia y cambian de un momento a otro a la catástrofe. Mientras los estamentos populares suelen ser pragmáticos en sus decisiones políticas, utilitarios, al decir de Jeremy Bentham, las clases medias operan movidas por criterios moralinos, generalmente irreales, ilusorios.
Por ejemplo, en Venezuela, cambiaron desde posiciones de extrema izquierda irracional antipolítica en 1998 a la extrema derecha irracional antipolítica hoy, y respaldaron procesos autoritarios desequilibrados, locuras de ambos signos consecutivamente, con lo que se autoeliminaron como grupo social y como alternativa. Me producía asombro como defendían y defienden posiciones ingenuas con igual fanatismo e irracionalidad y se arrojaban por el barranco de caudillos para castigar los vicios de la democracia; pero aún más su incapacidad para aprender de la experiencia Schumpeter las estudia sociológicamente. Profesionales, empresarios, profesores, técnicos, intelectuales, burócratas, son los factores más dinámicos de la sociedad, los mejor formados académicamente, motores de los procesos de desarrollo. Son también síntoma de éxito económico, porque significan que la mano de obra se tecnifica y eleva su status. Resultan por lo tanto enormemente valiosos, pero es un error dar crédito a sus opiniones políticas, más ahora gracias a las redes sociales.
La opinión de un insigne neurocirujano sobre geofísica, vale tanto como la de este o de un político sobre medicina y viceversa. Al carecer de experiencia y conocimientos especializados, también carecen de sentido sabio en la disciplina, “piensan políticamente como niños”, dice Schumpeter. Su opinión es emocional, moralina, simple, confrontacional, porque carecen de know how. Aspiran a ser dirigentes porque la política les apasiona y transitan por ella sin saber siquiera como tratar con un mesonero, sin la más remota idea sobre que se debe hacer para ganar una elección, ni enfrentar adversarios avezados, astutos, intencionados, en síntesis, políticos. Sus pretendidos liderazgos, -pienso en Mauricio Macri, Ivan Duque, Guillermo Lasso-, equivale a designar una monjita para administrar un casino en las Vegas. Twitter es el sicoanálisis colectivo de los sectores medios. La inexperiencia aflora intolerancia, impericia, conflictividad, dificultades para rectificar, sordera a argumentos contrarios, para buscar soluciones transadas, no confrontadas, demonización del adversario.
El debate sobre las elecciones automatizadas daría como prueba. Después de veinte años asombra que la bandera de lucha sea regresar a las elecciones manuales, un arcaísmo equivalente a volver al teléfono de disco o pedir que los bancos y las universidades prescindan de las computadoras, porque pueden trampear clientes y estudiantes, con el prejuicio del “fraude tecnológico”. Un “experto” afirma rotundamente y “con plena responsabilidad” que “en ningún país democrático hay voto electrónico”, aunque existe en EEUU, la India, Brasil, Filipinas, Bélgica, Francia, Argentina, Perú, México, Canadá, Holanda, Alemania, Reino Unido, Italia, Bolivia, Ecuador, Colombia, Panamá, Bulgaria, Parlamento Europeo, Estonia, Emiratos (en muchos se implanta parcial o progresivamente). Casi 40% de los electores del planeta votan con máquinas. Cómo respuesta, la ingenuidad vivaracha, el sombrero de copa: “eso es bueno allá, pero no aquí porque el gobierno es tramposo”. Parecieran creer que el fraude apareció en el mundo con los sistemas automatizados. La Ilíada de los secuestros electorales latinoamericanos se escribió con sistemas manuales en México, “la dictadura más perfecta”, por 70 años el arquetipo, sin máquinas de votación. El fraude republicano en Florida contra Al Gore en 2000, fue posible gracias al conteo manual, como se demuestra porque en las mesas adulteradas se contó “con las manos” ¡qué casualidad!
En los países democráticos se vota de las dos maneras. Y para terminar de “calzarse las ideas al revés”, diría Moliere, arrojan “sospechas” sobre quien argumenta lo contrario, vinculaciones oscuras, marañas, sin darse cuenta que patean un aguijón. Para que voten los venezolanos de la diáspora es indispensable que lo organice el CNE en virtud de un acuerdo con el Estado venezolano, porque nadie va aceptar resultados proclamados por una caimanera caótica. Y eso implica derogar sanciones y el no reconocimiento. Las elecciones automatizadas en Venezuela son la mejor noticia para sectores opositores que nunca tuvieron fuerza ni organización para cubrir las mesas electorales, porque la “gracia” abstencionista, los privó de aparato de poder frente a la maquinaria y los recursos del adversario. Gracias a la digitalización, la disidencia obtuvo repetidas victorias, porque los resultados no se pueden cambiar. Piden “un CNE equilibrado” que ya existe, y lo mismo ocurre con las condiciones electorales, pese a que la sumatoria de votos declarada por el CNE les dio victorias, pero han perdido los cargos por no entender la política. Se invocan ilusorias truculencias del CNE y las máquinas para una cosa, pero se aceptará para concurrir a las elecciones nacionales. La insensatez de la postura es tal que parece tratarse de una operación para declarar fraude. De otra manera no se puede entender.
@carlosraulher
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