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Filibusteros cósmicos

La fatalidad mandó a Cepal a convencer a los gobiernos de posguerra que exportar café, cambures, caucho, maíz, petróleo, hierro, era una “explotación” indigna, subdesarrollante (“que culpa tiene el tomate…”)

  • CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ

15/01/2023 05:08 am

Dicen que Latinoamérica es un continente inviable y al ver su historia, un hilo de pánico hace temer que sea cierto. Quienes sostienen esto pretenden demostrarlo con la baja calidad de las universidades, el retraso científico tecnológico, la inexistencia de un tejido empresarial fuerte, el escaso flujo de inversiones, el anacronismo de los intelectuales, de una forma u otra, enemigos de la modernidad, la democracia y naturalmente colectivistas, estatistas, populistas y simpatizantes de cualquier escoria autoritaria que aparezca, incluido Pedro Castillo. Si sacamos a Uruguay, bendito mientras cuenten con la genialidad de Pepe Mujica, cuando algunos países intentan asomar la cabeza, la coalición de sabios imbéciles logra torcer la marcha y regresar al pasado. Por citar apenas dos casos, durante los 50 exportar materias primas empujaba hacia adelante, abría perspectivas de futuro, mientras Asia registraba aterradores índices de miseria, pero hoy son los países de mayor crecimiento económico y apertura, encabezados por China. Las fotografías de niñitos famélicos rodeados de moscas de las favelas brasileras, se tomaban entonces en Hong Kong, Cambodia, China.

La fatalidad mandó a Cepal a convencer a los gobiernos de posguerra que exportar café, cambures, caucho, maíz, petróleo, hierro, era una “explotación” indigna, subdesarrollante (“que culpa tiene el tomate…”). Un filibustero cósmico, el argentino Raúl Prebisch, ideó que “el modelo agroexportador” era la fuente del atraso, había que industrializar a la fuerza; y ese esquema demente no logró borrar del mapa la región en treinta años con el desastre de la deuda externa, gracias a las ambulancias del FMI. De no ser así, seríamos una especie Somalia gigante o Cuba. En el mismo período la izquierda armada, -en varios sentidos-, con su teoría de la dependencia, miraba por encima del hombro el “reformismo cepaliano” y tenía orgasmos múltiples con ver a “Fidel”, su antimperialismo, el control total de la economía y la vida social bajo una tiranía feroz. La diferencia entre uno y otro es que mientras Cepal quería muy poca y restringida inversión privada, la dependencia aspiraba fusilar a los kapitalistas. El filibustero cósmico en esta etapa fue Eduardo Galeano, autor de un desgraciado panfleto del que al final de la vida se arrepintió, aunque sus fanáticos no quisieron enterarse.

Mal síntoma que el libro más leído de ciencias sociales de la región sea semejante derrelicto. El terremoto mundial, la crisis de la deuda en los 80, enseñó a los gobiernos a cepillarse los dientes en economía, usar jabón, derrotar las hiperinflaciones, las hiperdeudas externas, las hiperdevaluaciones; que existían variables necesarias de estabilizar para crecer y enfrentar los problemas sociales ¡Ahora sí! ¡Estamos condenados a triunfar! El alto crecimiento económico trajo estabilidad democrática en Chile, Argentina, Brasil, México, Uruguay, Paraguay, Ecuador, Colombia, Centroamérica, etc. Pero la asombrosa mediocridad intrínseca de las élites, intelectuales de izquierda que no sabían ni quien era Den Xiaoping y de derecha que no tenía idea de Reagan, no entendían lo que pasaba en el mundo y nos lanzaron de nuevo al barranco por odio a la democracia, los partidos y el kapitalismo. Apenas en 2019 vi con asombro al economista Dr. Tonto, de apellido Castillo, Casas o Cuevas, reflexionar sobre la virtudes del vandalismo “benefactor,” culpa de la injusticia social, como si hablara de Haití o Nicaragua, ante la arremetida bárbara contra la democracia chilena, país que ya había ingresado al club de los desarrollados.

Reapareció la contrarrevolución y el continente dio la vuelta en U para desnucarnos durante los 2000 en experimentos iguales de peores que las revoluciones del siglo XX. Se pensaba que, a diferencia de otros países del “cambio de era”, con la revolución ciudadana Ecuador en 2007 había ganado la rifa de un gobierno autoritario, pero que se cuidaría de no afectar las reformas de los 80/90, entre ellas la dolarización. Pero comienza por levantar la raída vocinglera populista contra la “injusticia de la deuda” por “ilegitima” y había “compromisos nacionales urgentes que pondré por delante”. Ante los desconcertados y crédulos fondos de pensiones holandeses, suecos o irlandeses que tuvieron la ingenuidad de comprar “ilegítimamente” bonos ecuatorianos, el gobierno desconoció a sus acreedores por kapitalistas y declaró el impago, en un típico acto de viveza criolla, como el célebre mono que aprovecha al león dormido para darle un palo en lomo. La deuda ecuatoriana era pequeña (10 mil millones de dólares) por la correcta administración previa del Ecuador y su dolarización, pero estafar a los acreedores destruyó la confiabilidad del país, incorporado ahora a la banda de tracaleros globales, junto con el kirchnerismo y otros impresentables.

El efecto inmediato del presidente economista de “la revolución ciudadana”, los papeles financieros se devalúan y sube la calificación de riesgo. Se vendían para hacer cotillones y como buen vivote tropical, el mismo los compra con lo que “coronó” 7 mil millones y liquidó la deuda, pero también hasta el último átomo de credibilidad en el gobierno y la economía ecuatorianos. Lo extraordinario es que Correa contaba con holgados recursos y estas operaciones son solo para dejarle claro al sistema financiero internacional quien lo tenía más grande y usó los abundantes ingresos petroleros en repetir la desgastada, curtida y harapienta comedia populista. Repartir dinero a chorros para hacerse amar, lo que también como siempre produjo un crecimiento artificial del consumo y la economía, pero la condenó, como dicta la navaja populista, a la pronta desgracia. Récord mundial en velocidad de crecimiento del gasto público, derroche y corrupción de hasta cinco veces la tasa de crecimiento económico. El Estado duplicó su peso en la economía, con la perversa multiplicación de deudas y nóminas.

Durante la etapa inicial del espejismo que viven los bochinches populistas, tuvieron sus quince minutos de fama: crecimiento de las clases medias, aumento de programas sociales, reparto a manos llenas y prebendas a amigos y financistas, reducción de la pobreza, una ilusión fugaz, como siempre, hasta que se terminó la fiesta. Los extremos de la locura fueron tales que la deuda pública, que como decíamos, era de apenas 10 mil millones, creció como Hulk a 100 mil millones de dólares (diez veces) pese a haber tenido ingresos petroleros por 80 mil millones. El presidente, enemigo del sistema financiero, tuvo que entregar la mitad de las reservas de oro a Goldman Sachs para conseguir financiamiento que le permitiera por lo menos pagar a los empleados y las facturas, y después de bramar contra el FMI, terminaron pidiéndole apoyo. El sucesor, Lenin Moreno, detiene la revolución, pero termina tan catastróficamente (7% de intención) que no pudo siquiera aspirar a la reelección, por dos razones. Primero porque el mismo no entendía muy bien la economía y no tuvo precisión sobre qué hacer para superar el caos heredado, bien porque su equipo tenía las mismas insuficiencias de origen.

Tal vez él no se atrevió a asumir el cambio estructural y terminó en una tierra de nadie que se lo tragó, como a Macri y otros si no se dan cuenta (nuestro vecino de al lado). Hay que pensar en la economía y también en sus efectos políticos. Medidas que frenan la inversión y la creación de empleos, perjudican a la gente, tal como aumentar 25% los impuestos a las empresas e incrementar los aranceles a la importación, con el fin de reducir el déficit fiscal a 7%. Como es costumbre aplican ajustes a la gente y no al gobierno, con una demagógica reducción de 10% de los salarios en las altas esferas del Estado. Centró la atención en cambios políticos, que aunque necesarios, no atraen la atención de las mayorías. La Ley Orgánica de Comunicaciones, permitía a los revolucionarios regular la información con la Supercom (superintendencia de comunicaciones), según dice un paradójicamente un panfleto “para velar por el derecho de las personas a la comunicación (y) para ello, monitorea los medios de comunicación social”. Pero lo esencial de esos cambios políticos es la reforma constitucional que impide la reelección. Trágico para el prestigio de Moreno fue subir el precio de la gasolina que era prácticamente regalada y siguió siéndolo después del aumento, y después echar para atrás la decisión. Correa dejó al país en bancarrota, Moreno recuperó la democracia y el nuevo presidente, Guillermo Lazo (52.4%), ganó al exministro de Correa, Andrés Arauz (47.4%) en las elecciones de 2021.Todo está en proceso.

@CarlosRaulHer
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