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Lector desesperado

Leo rápido, pero con disfrute, sin esto no valdría la pena, sería como saltarme la esencia de la lectura, su gozo, su intimidad, la sensualidad que implica el contacto, el olor, el sabor de lo leído

  • RICARDO GIL OTAIZA

12/01/2023 05:02 am

Me sucede a cada instante, ir de un libro a otro para no perderme de nada, en un intento, quizás vano, por asir, por tenerlo “todo”, sin percatarme que no todo lo leído se queda en mí, que hay muchas cosas que olvido, incluso, libros enteros que cuando releo siento que jamás he leído. Pero esto no me frustra, porque los disfruté en su momento, conviví durante días con ellos, los tuve en mis manos anhelantes, deseosas, palpitantes de ansias lectoras. Soy lo que podría definir como “un lector desesperado”, siento que la vida no me alcanzará para leer lo que quiero, porque buceo aquí y allá, tomo nota, escribo, vuelvo al ejemplar y lo abandono temporalmente, hasta que lo recuerdo, regreso a él, lo abro en la página marcada y continúo como si nada. Me topo a cada instante con mis libros, son tan etéreos y tan reales como la existencia, se mecen en la vigilia y en el sueño, serpentean a cada paso vacilante que doy en mi espacio personal, y en mi memoria.

Abro un ejemplar, indago en sus páginas, y lo hago como quien intenta desentrañar la existencia en cada momento vivido, lo llevo a mi estudio, me interno durante horas con él, bebo café y avanzo, levanto la mirada y me pierdo en la nada, como si meditara, como si reflexionara, pero es tan solo una pausa, una leve distracción, un mirada profunda en mí mismo para adueñarme de lo leído, o para increparlo, y regreso al instante, al momento preciso, a la línea dejada o tal vez a otra, regreso, reviso, continúo, sopeso lo que falta, tanteo aquí y allá, divago sin orden ni concierto, saco la cuenta de lo que resta de libro, me preocupo por saber qué otro libro leeré, qué otra aventura intelectual me espera, qué otro sendero tendré por sortear con buena o mala fortuna. Lo pongo sobre mis piernas, echo un vistazo al celular, abro las redes, quemo minutos, me retuerzo en el asiento, el sillón me fatiga, me levanto, estiro las piernas, camino un poco, me paseo como león enjaulado sin un destino preciso, pongo café y agua en la cafetera, es mi adicción, lavo la taza, el café brota y arma su alboroto, espero que se complete la medida, la vierto en la taza y regreso al estudio.

A ver, a ver, ¿en dónde había quedado?, ya no importa, leo en donde mi vista cae, no lo recuerdo, regreso a líneas y a párrafos anteriores, la angustia me asalta, perdí el hilo de la lectura, pero no importa, no debo presentar un examen de lo leído, será solo para mi consumo, no tendré qué rendirle cuentas a un profesor de lengua y literatura, ni tampoco escribiré una reseña en la prensa, las he olvidado un poco, bastante promoción les hice a los otros colegas y al final ni un saludo, ni unas gracias, mucho menos un recuerdo en los días importantes, pero no me interesa ya, mi piel está curtida, los años nos cambian, nos hacen invulnerables en algunos sentidos, algo irónicos, eso sí, pero menos sorprendidos ante la ingratitud y las tonterías de los otros.

Ya casi termino el libro, la cosquilla interior me asalta, ¿qué leeré luego?, bueno, ya veré, libros es lo que me sobran, viejos y recientes, leídos ya o por leer, trajinados mil veces e incólumes, o leídos y demasiado sobados, de piel oscura y páginas mustias, de carátulas salpicadas de pátina y de insectos, pero que traen a mí gratas emociones, tiempos lejanos y amados, caminos recorridos y disfrutados, vivencias con gentes idas o que aún me acompañan, etapas que permanecen o que fueron superadas, historias personales gratas o pérfidas, malos recuerdos o lágrimas furtivas, broncos quejidos o suspiros soterrados y profundos, imágenes a vivos colores o en sepia, canciones perdidas en el tiempo, o ritmos que aún mueven mi espíritu.

Termino el libro, leo todo, absolutamente todo lo que está impreso en él, hasta los “pie de imprenta”, lo contenido en las solapas, la letra pequeña de la que casi nadie se percata, me aseguro de haber leído todo lo que podía darme el ejemplar, y así lo doy por concluido y ya es entonces, solo entonces, un proceso cerrado, incluido en la memoria que es tan lábil y traicionera, que todo lo mezcla y lo confunde, que todo lo echa al olvido. Me levanto y voy hasta los anaqueles, ¿y ahora qué?, escudriño entre los paños, agarro varios ejemplares y me siento en la misma poltrona de hace treinta años, testigo de tantos sueños. Me desespero, por ahora nada me atrapa, nada está a la altura del ejemplar leído, porque desentona, porque no es un continuum, porque la lectura, como la vida misma, fluye, corre deprisa.

El café se enfrió, ¡qué mala pata!, no me gusta beberlo frío porque es como baba de perro, decía mi madre, pero así y todo, me lo bebo, prosigo en la tarea de selección que no es fácil, nada me convence por ahora, porque deseo leer todo y tener que seleccionar una sola lectura es una traición, es como escoger entre seres amados, pero debo hacerlo, no hay otra opción, no poseo el don de la ubicuidad y solo puedo sostener en mis manos un único ejemplar, aunque tenga la posibilidad (a la que siempre recurro) de saltar mi lectura entre varios ejemplares, ir de un libro a otro, como ya lo dije, aunque deba a la final concentrarme en uno solo para así obtener resultados, y los alcanzo. Leo rápido, pero con disfrute, sin esto no valdría la pena, sería como saltarme la esencia de la lectura, su gozo, su intimidad, la sensualidad que implica el contacto, el olor, el sabor de lo leído.

rigilo99@gmail.com
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