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Vivir y morir en Los Ángeles

La gasolina y el diésel valen casi el doble que en el resto de los EE. UU por los altos impuestos para incentivar el uso de automóviles eléctricos, con la electricidad más cara del país, lo que encarece el transporte de bienes de consumo

  • CARLOS RAÚL HERNÁNDEZ

25/12/2022 05:08 am

California es un lugar bendito por la naturaleza, por los hombres y durante décadas un paraíso de trabajo, bienestar, felicidad, que todos querían vivir o conocer. El “sueño americano” tangible, baywatch, meca de la inmigración de asiáticos, latinos, europeos y norteamericanos, como el personaje de John Steinbeck en Viñas de ira que huyó de Texas hacia California. En la cúspide del desarrollo social y político, cuando la conocí, ofrecía vida segura para las familias, los individuos, las religiones, sin conflictos con la libertad sexual, incluidas “la cuestión homosexual” y las drogas, en el lugar donde nació el movimiento hippy. Una mixtura en la que cada quien vivía su vivía y dejaba vivir. Pero aparte del ambiente descomprimido en los bares y saunas de Castro Street (San Francisco), el trabajo, la producción de riqueza y el progreso, creaban lo que Comte llamaría “la sociedad positiva”: seguridad, libertad, democracia, riqueza, empleo, cambio tecnológico, bienestar social, conocimiento, universidades, junto al sol cómplice y la naturaleza espléndida.

Ahí surgen tres de las grandes revoluciones industriales norteamericanas, que convirtieron al país en primera superpotencia global y transformaron el planeta entre los siglos XIX y XXI: la fiebre del oro, los ferrocarriles, la industria petrolera, el cine, hasta la revolución tecnológica de Silicón Valley. Durante los años cincuenta del siglo XX, Stanford University convenció a dos egresados, William Hewlet y David Packard para formar una empresa en Sillicon Valley en terrenos desocupados de la universidad, para trabajar con la NASA. Da un gran salto a la abundancia después de la segunda guerra mundial, porque los gobiernos californianos entendieron la necesidad de estimular la producción de riquezas, eliminar obstáculos para invertir heredados del intervencionismo rooseveltiano, innovar tecnologías y atraer capitales nacionales e internacionales para crear empleos. California llegó a ser y aún es la quinta economía mundial, después de Alemania y por encima de Francia, Gran Bretaña e India. Petróleo y gas, viñedos de Napa, Hollywood, Universal, Paramount, Warner, Google, Apple

McDonald's inventa el concepto de comida rápida, Disney, Hewlett Packard, Intel, Google, Facebook, Tesla, Visa, P. Valley, Oracle, Nestlé, Charles Schwab, Palantir, BiuiQ, CKE, Universal, Maxar, hoy se escapan principalmente a Texas y Florida. El conocimiento, las inversiones y los empleos huyen. El cuadro cambió del cielo al infierno y California, de ser la “sociedad perfecta”, hoy es el estado con mayores miseria, desequilibrios y problemas sociales en los EE. UU, con las calles de sus ciudades atiborradas de indigentes, como Los Ángeles de Ridley Scott en Blade Runner. Mientras se degrada la calidad de vida, un millón y medio de californianos se han movido con sus negocios a Texas, comenzando por Elon Musk. Migran también a Florida, México y otros lugares en pocos años y solo en 2021 se van 360 mil, junto a las empresas. California es hoy, con Nueva York, el estado con mayor número de pobres. Y este elemento es suero antiofídico contra mordidas ideológicas que quieren sacar partido. La derecha trumpista, lo atribuyó a la fuga de capitales a China y otras partes, que “roba la prosperidad a los norteamericanos”, y a la invasión de extranjeros inferiores.

Según hecatónquiros de izquierda son estertores del kapitalismo, previos a la nueva honeymoon soviética, en prueba de que las ideologías atrofian el pensamiento, e incluso, el cerebro. Los efectos más dramáticos, escandalosos y ostensibles de la decadencia progre californiana son 173 mil indigentes que abarrotan las calles, sin incluir a quienes viven en sus carros. El gobierno del estado entra en alarma roja y declara la indigencia “crisis de salud pública”, pero veamos. El precio promedio de una casa en California socializante es cerca de un millón de dólares, mientras el promedio nacional en estados kapitalistas como Texas y Florida es de 400 mil dólares. Pero en San Francisco y los Ángeles, valen respectivamente 1 millón y medio y 1 millón respectivamente y el alquiler promedio es de 3000 dólares. En Los Ángeles el gobierno regional aprobó en 2016 con ditirambos el proyecto HHH para construir viviendas baratas. Seis años después es un fracaso, solo han podido construir 1000 unidades y se lanza el proyecto Roomky, masivas erogaciones del gobierno para viviendas, mientras la crisis se acelera.

El nudo del asunto es que la interferencia del gobierno hace cerca de imposible la industria de la construcción. Pese a que hay grandes extensiones, abundante mano de obra y materiales para construir, es difícil y demasiado caro hacerlo. El gobierno prácticamente no autoriza construir edificios multifamiliares sino unifamiliares, exige un interminable papeleo y gran cantidad de permisos y supervisiones ecológicas, regulaciones sobre instalación de fuentes de energía limpia, impacto ambiental que impiden la construcción y renovación urbana. Las viviendas son pocas y por lo tanto, caras. Se hunde California, pero Texas y Florida, cien veces más kapitalistas, hoy prosperan y producen riquezas similares a las de aquella antes de que se hiciera socializante por la imprecisión de decir socialista. La delincuencia escala a toda velocidad, entre otras porque hay una ley “progre” que exime de persecución y castigo robos menores de 950 dólares, por lo que es perfectamente habitual que alguien entre a un establecimiento, tome algo y se vaya sin pagarlo, porque no tendrá sanción.

California (39 millones), Texas (29 millones) Nueva York (20 millones) y Florida (20 millones) son las mayores poblaciones de EE. UU, y también las cuatro mayores contribuyentes al PIB. Según The Economist California y Nueva York, demócratas, y Texas y Florida, republicanas, representan modelos económicos opuestos con resultados diferenciales. En cuanto a facilidad para crear empresas, Texas y Florida ascienden a los números dos y tres del país, mientras California se desploma al 32. En su línea progre, esta se identifica por su lucha contra el cambio climático, los derechos de los homosexuales, la despenalización de las drogas, la inmigración indiscriminada; creciente intervención del gobierno, altos impuestos, y un complejo sistema de restricciones a la inversión de capital. Exactamente en las antípodas, Texas y Florida limitan al gobierno, bajan impuestos y eliminan frenos a la actividad económica, los ciudadanos pagan 0 dólares de impuesto estatal y el gasto del gobierno se sufraga con el IVA. California y Nueva York cobran el mayor impuesto estadal del país, 13.4 %.

La gasolina y el diésel valen casi el doble que en el resto de los EE. UU por los altos impuestos para incentivar el uso de automóviles eléctricos, con la electricidad más cara del país, lo que encarece el transporte de bienes de consumo. Texas pese a no considerarla prioritaria, cubre 20% de la demanda eléctrica con energía eólica y si fuera un país independiente, estaría en el quinto lugar en ese renglón. La navaja populista corta implacablemente el cuello de California. Es el estado que destina mayor gasto para atender a su población, pero con peores rendimientos e índices de miseria y pobreza crecientes que se aceleran en una tormenta perfecta. Obstáculos para invertir, altos impuestos, gasto y deuda crecientes, mayor cantidad de subsidios, impuestos altos, restricciones al capital, e interferencias a la inversión, mayores que en todos los EE. UU de nuevo la navaja populista: si desestimulas las inversiones, se van para otro lado y el paraíso de bienestar desaparece. California Cobra impuestos a los asalariados (12.5%) que tampoco se pagan en Texas y Florida. Tiene el Iva más alto en EE. UU. En California y el Nueva York los trabajadores tienen un salario mínimo den 15 dólares que duplica la media de EE. UU pero son más pobres que en muchos estados: 33% de la fuerza de trabajo es “proletaria” en el sentido clásico, no tiene ninguna propiedad.

@CarlosRaulHer
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