Un fuego que todo lo consume
El arte se realimenta con más arte, por eso entonces la necesidad de mantenemos en contacto con los creadores del pasado (los denominados clásicos) y montarnos sobre sus agrestes hombros, para desde allí otear las cimas y emprender nuestro propio camino
He hablado acerca de las personas que pueden erigirse en un punto de inspiración literaria: en esa chispa que nos impulsa a transitar los complejos caminos de la palabra escrita. Es decir, son en un momento determinado nuestras musas, que nos llevan de la mano en esa suerte de inaudito desvarío que es la creación. Crear es, sin duda alguna, estar poseído por un “algo” que se hace incisivo en nuestro espíritu y en nuestra mente, y está allí, lacerándonos, instigándonos, moviéndonos para que demos el salto de la abstracción a la realidad. Muchos se quedan en lo primero, y en el caso de la literatura son aquellos que siempre están supuestamente escribiendo un poema, un cuento o una novela y que no terminan de concretar. Siempre van con una libreta bajo el brazo y cuando hablas con ellos y les interesa lo que dices, toman nota para echar mano de eso en algún momento determinado. Aquí suele llamárseles “poetas” a esos seres ágrafos por definición, desvalorizando, por supuesto, el difícil arte de poetizar, que no todo el mundo alcanza con la belleza y la perfección anheladas.
Pues, bien, no siempre tenemos ganas de concretar la inspiración. A veces sentimos como un desánimo que se apodera peligrosamente de nosotros y nos deja lanzados sobre un sofá mirando al techo y a la nada, como si la llama interior nos hubiera abandonado. Hay, por supuesto, un hecho irrefutable: muchas veces tenemos la musa y las voces interiores que nos susurran al oído, que nos cuentan las historias, pero no tenemos la fuerza interior ni el impulso para acometer la dura tarea que sabemos tenemos por delante. Sí, podrían ser pereza, fastidio, tedio, desgano, o lo que sea, pero esas “sensaciones” que nos laceran y a la vez nos bloquean, son el freno que ha llevado a muchos seres dotados de talento artístico a no hacer nada, a quedarse con las manos vacías. He dicho en otras entregas que para crear se requieren dos factores fundamentales: talento y disciplina, pero debo transigir que a veces no bastan, que se requiere algo más que nos empuje (literalmente) a concretar nuestros destino. Podría suceder que una persona dotada con un don para la literatura no lo reconozca, no identifique su voz, y esto es muy delicado, porque llegará al final de su recorrido sin verle el rostro, y reconocer tarde, ya sin posibilidad alguna de enmienda, que lo lanzó por la borda, que lo ignoró de manera supina y desaprovechó las grandes posibilidades de crecimiento interior que le hubiera dado su pleno desarrollo.
En el caso de la literatura es la lectura ese “algo” que nos estimula, que nos llena la cabeza de fantasmas, que azuza las voces interiores, que mueve dentro de nosotros muchas cuestiones a las que no solemos tenerles nombres, pero que están allí a la espera. La lectura suele darnos ese tono, esa tesitura, ese impulso que requerimos para dar el salto a la página. Tengo un buen amigo que es un magnífico poeta, y suele decirme que cuando le falta ese ánimo para continuar, ese estímulo para retomar el ritmo de su escritura, la lectura de poesía siempre ha sido la clave para destrabar ese bloqueo interior que suele pasarle. En lo particular, cuando me siento bloqueado, la lectura de algunos autores me entrega las claves que necesito para abrir esas compuertas y acceder de nuevo a la creación. Y todo esto tiene una lógica básica, aunque ambivalente: si escribimos poesía y leemos poesía se establece en nosotros lo que se denomina como un bucle recursivo o realimentación: somos producto y a la vez productores de poesía. Igual sucede con los demás géneros, y con todos los procesos vitales.
Entender esta lógica compleja, nos permite mantener activas zonas cerebrales que encienden la chispa creadora desde la toma de conciencia. Ahora bien, con esto no quiero decir que la creación literaria (y la creación en general) sea un mero proceso mental, sino la conjunción de lo intangible e inasible (musa, don, voces interiores, desvarío y espíritu) y la criba del intelecto. La lectura cataliza en nosotros mecanismos de diversa índole, que al conjuntarse, dan como resultado una extraordinaria sinergia que nos lleva a plasmar todo eso que llevamos dentro y así patentizarlo en una realidad concreta (que muchas veces difiere con lo soñado y anhelado, pero que se asoma frente a nuestra atónita mirada). La material y lo inmaterial se hacen presentes en toda creación humana, de allí que la denominemos con el apelativo de arte.
El arte se realimenta con más arte, por eso entonces la necesidad de mantenemos en contacto con los creadores del pasado (los denominados clásicos) y montarnos sobre sus agrestes hombros, para desde allí otear las cimas y emprender nuestro propio camino creativo. Obviamente, no podemos desconectarnos con el “ahora”, por lo que debemos también conocer lo que hacen nuestros contemporáneos para saber por dónde vienen los tiros, y no precisamente para responder a un supuesto canon (que en lo personal me tiene sin cuidado, al no representar la verdad verdadera de las cosas), sino para afinar la mirada, y en una suerte de caleidoscopio crear imágenes y así enriquecernos con su magia e ilusión. La literatura es una recreación y una especie de magnífica fantasmagoría que nos complementa en la existencia, y su alimento es todo aquello que eche madera a su insaciable fuego que todo lo consume.
rigilo99@gmail.com
Pues, bien, no siempre tenemos ganas de concretar la inspiración. A veces sentimos como un desánimo que se apodera peligrosamente de nosotros y nos deja lanzados sobre un sofá mirando al techo y a la nada, como si la llama interior nos hubiera abandonado. Hay, por supuesto, un hecho irrefutable: muchas veces tenemos la musa y las voces interiores que nos susurran al oído, que nos cuentan las historias, pero no tenemos la fuerza interior ni el impulso para acometer la dura tarea que sabemos tenemos por delante. Sí, podrían ser pereza, fastidio, tedio, desgano, o lo que sea, pero esas “sensaciones” que nos laceran y a la vez nos bloquean, son el freno que ha llevado a muchos seres dotados de talento artístico a no hacer nada, a quedarse con las manos vacías. He dicho en otras entregas que para crear se requieren dos factores fundamentales: talento y disciplina, pero debo transigir que a veces no bastan, que se requiere algo más que nos empuje (literalmente) a concretar nuestros destino. Podría suceder que una persona dotada con un don para la literatura no lo reconozca, no identifique su voz, y esto es muy delicado, porque llegará al final de su recorrido sin verle el rostro, y reconocer tarde, ya sin posibilidad alguna de enmienda, que lo lanzó por la borda, que lo ignoró de manera supina y desaprovechó las grandes posibilidades de crecimiento interior que le hubiera dado su pleno desarrollo.
En el caso de la literatura es la lectura ese “algo” que nos estimula, que nos llena la cabeza de fantasmas, que azuza las voces interiores, que mueve dentro de nosotros muchas cuestiones a las que no solemos tenerles nombres, pero que están allí a la espera. La lectura suele darnos ese tono, esa tesitura, ese impulso que requerimos para dar el salto a la página. Tengo un buen amigo que es un magnífico poeta, y suele decirme que cuando le falta ese ánimo para continuar, ese estímulo para retomar el ritmo de su escritura, la lectura de poesía siempre ha sido la clave para destrabar ese bloqueo interior que suele pasarle. En lo particular, cuando me siento bloqueado, la lectura de algunos autores me entrega las claves que necesito para abrir esas compuertas y acceder de nuevo a la creación. Y todo esto tiene una lógica básica, aunque ambivalente: si escribimos poesía y leemos poesía se establece en nosotros lo que se denomina como un bucle recursivo o realimentación: somos producto y a la vez productores de poesía. Igual sucede con los demás géneros, y con todos los procesos vitales.
Entender esta lógica compleja, nos permite mantener activas zonas cerebrales que encienden la chispa creadora desde la toma de conciencia. Ahora bien, con esto no quiero decir que la creación literaria (y la creación en general) sea un mero proceso mental, sino la conjunción de lo intangible e inasible (musa, don, voces interiores, desvarío y espíritu) y la criba del intelecto. La lectura cataliza en nosotros mecanismos de diversa índole, que al conjuntarse, dan como resultado una extraordinaria sinergia que nos lleva a plasmar todo eso que llevamos dentro y así patentizarlo en una realidad concreta (que muchas veces difiere con lo soñado y anhelado, pero que se asoma frente a nuestra atónita mirada). La material y lo inmaterial se hacen presentes en toda creación humana, de allí que la denominemos con el apelativo de arte.
El arte se realimenta con más arte, por eso entonces la necesidad de mantenemos en contacto con los creadores del pasado (los denominados clásicos) y montarnos sobre sus agrestes hombros, para desde allí otear las cimas y emprender nuestro propio camino creativo. Obviamente, no podemos desconectarnos con el “ahora”, por lo que debemos también conocer lo que hacen nuestros contemporáneos para saber por dónde vienen los tiros, y no precisamente para responder a un supuesto canon (que en lo personal me tiene sin cuidado, al no representar la verdad verdadera de las cosas), sino para afinar la mirada, y en una suerte de caleidoscopio crear imágenes y así enriquecernos con su magia e ilusión. La literatura es una recreación y una especie de magnífica fantasmagoría que nos complementa en la existencia, y su alimento es todo aquello que eche madera a su insaciable fuego que todo lo consume.
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