Los ojos de los enterrados
La guerra civil española estalla entre 12 y 20 de julio de 1936 y dividió a los hombres en manadas de fieras que competían en sadismo y crueldad, seducidos por la sangre y la muerte
“¡Cuídate, España, de tu propia España!”. César Vallejo
La guerra civil española estalla entre 12 y 20 de julio de 1936 y dividió a los hombres en manadas de fieras que competían en sadismo y crueldad, seducidos por la sangre y la muerte. Las ideologías duras son enfermedades del pensamiento y la guerra civil, lago de sangre, sentina de atrocidades, obra de cabecillas políticos tan radicales como ineptos para la convivencia civilizada. La noche del 12 de julio los agentes de la Guardia Civil, Fernando Condés y Luis Cuenca, escolta de Indalecio Prieto, el jefe del partido socialista, irrumpen en el hogar y secuestran al diputado monárquico José Calvo Sotelo. Salvador de Madariaga cuenta que, en una vibrante intervención de Calvo en el parlamento, la medusa, madre muerte, la “Pasionaria”, le gritó: “!este es tu último discurso¡” y el orador amanece en la calle con dos tiros en la nuca.
Crimen monstruoso e imbécil, precipita el golpe de Estado del general Mola “para tomar el país en tres días” que ramaleaban altos oficiales y convence al temible Francisco Franco, pero son tres años y Franco dominará España hasta su muerte. La historia narra la lucha entre republicanos y nacionales, pero ¿había nacido de verdad una república en 1931, un horrendo drama, o lo que Platón y Aristóteles llaman degeneración republicana, la anarquía, la república popular o revolucionaria? A diferencia de Carlos I o Luis XVI, el colapso mismo de la monarquía borbona es patético. La república degenerada nace 1931 aunque no de un referéndum constitucional ni nada parecido sino una simple elección municipal convertida en instrumento de subversión. Gana por nariz la alianza de socialistas, stalinistas, anarquistas, trotskystas, republicanos. Los primeros en las grandes ciudades, y los otros en los campos.
La izquierda lanza las masas a la calle, y Alfonso XIII sale disparado de incógnito, renuncia al trono y pasa a la historia… de las aves de corral. Comienza la república popular de 1931 con la expulsión del Primado, arzobispo de Toledo monseñor Segura y del eminente monseñor Múgica, quienes habían despedido afablemente al rey, aunque llaman a apoyar el naciente régimen. La revolución estalla en odios y oleadas de asaltos, quema de conventos, iglesias, fábricas, comercios, por todo el país. Las Cortes Constituyentes` paren una “constitución inviable” dice Gregorio Marañón. Para Ortega y Gasset “lamentable, sin pies ni cabeza, ni el resto de materia orgánica”. Prohíben las congregaciones y actividades pedagógicas, industriales o mercantiles a los curas. Dos años más tarde, las elecciones de 1933 voltean por un momento la tortilla, cuando por primera vez votan las mujeres.
Aunque gana el moderado Alejandro Lerroux, ya el Estado no controlaba nada. Era una bolsa vacía. La izquierda se alza en armas, huelga general y proclama el Estado catalán. Los partidos armados ejercen la soberanía territorial en vez del gobierno y las FF. AA se desmarcan del caos republicano. La izquierda ignora a las autoridades electas, Cataluña se independiza, y llaman a la huelga general en Madrid, Barcelona, el país vasco y Asturias. En la capital, Oviedo, los soviets, consejos obreros, toman y arrasan los cuarteles de la guardia civil, la cuenca minera, las fábricas de armas y destruyen casi mil edificios. Las tropas decomisan cientos de miles de fusiles y pistolas e intentan pactar con los mineros, pero estos vuelan la Catedral medieval. Saldo, dos mil muertos y 30.000 presos. El ejército tiene que ocuparla para desarmar a los trabajadores y frenar la matanza entre civiles.
La soberanía, el poder real lo ejercían las “chekas”, brigadas armadas, cárceles propias en las que convirtieron los conventos y monasterios, sin control de nadie, donde torturaban trotskystas, franquistas, católicos. Cada partido tiene las suyas, anarquistas, socialistas, estalinistas que se llamaban Leones Rojos, Linces de la república, Espartacos, Furias. El destino más aterrador era entrar en una de ellas. “¡Cuídate España de tu propia España!”. Manuel Azaña, hoy tranquilamente enterrado sin que lo desalojen, bárbaro ilustrado y de corbata, declara que “todos los conventos de España no valen la vida de un republicano”. Y Largo Caballero que “…si las derechas no se dejan vencer en las urnas …nos veremos obligados a ir a la guerra civil”. Violencia en las calles contra los moderados y en 1936 Azaña gana por nariz 4.570.000 contra 4.356.000, y avanza la sovietización de un país partido por la mitad.
Santiago Carrillo, después arrepentido, fusilará 4000 presos madrileños en Paracuellos. En tres años liquidan más de 8000 religiosos, entre ellos (doce) obispos, sacerdotes, seminaristas y monjas. Dirigidos por Largo Caballero, Manuel Azaña, J. A. Primo de Rivera, la Pasionaria, crean el infierno que traerá 40 años de dictadura, Franco, Mola Queipo y tantos otros igualmente asesinos. La pesadilla totalitaria despierta dragones que imponen orden y silencio. Las ideologías duras conducen a la amoralidad del juicio. Se llamaban republicanos, pero querían una dictadura soviética. La Comintern de Stalin los controlaba, salvo a las disidencias trotskysta y anarquista que aplastarán, y aún si Franco no entra en escena en julio del 36, ya había guerra entre trotskystas y stalinistas, dos guerras civiles al tiempo. Ejercen terrorismo, no anticlerical porque va contra las autoridades episcopales y anticristiano porque persigue la fe y asesinan masas de simples creyentes.
En Cataluña los comunistas asesinan en masa anarquistas y trotskystas del POUM (Partido Obrero de Unificación Marxista) y es inmortal el heroísmo del líder trotskysta Andrés Nin, a quien despellejaron vivo, pero no delató a sus compañeros. Lo confiesa el “camarada Orlov”, su torturador, quien desertó y se asiló en Occidente cuando Stalin lo mandó a liquidar por lo que sabía. En sus territorios, el franquismo a su vez ejercía una dictadura militar que nada envidiaba a Stalin. Ilegalizados los partidos, incluso los de derecha, todo aquel conocido por remotamente próximo a comunista, socialista, sindicalista o liberal, si tenía suerte sería fusilado o encarcelado. Testimonios republicanos hablan de que los prisioneros cavaban sus propias tumbas, en las que después podían enterrarlos vivos. Estaba prohibido el tránsito interurbano en vehículos o en tren. En el carnaval de sangre asesinaron al poeta más importante de la época, García Lorca, quien no tenía nada que ver con la política. En prisión fallece Miguel Hernández.
@CarlosRaulHer
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