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La égida de la posverdad

Ha sido la posverdad la que ha satanizado el concepto de liberalismo, en pro de su beneficio. Si algo la caracteriza, es echarle la culpa a los otros de sus errores y fiascos, y la gente lo cree. La posverdad anida en las universidades...

  • RICARDO GIL OTAIZA

26/06/2022 05:03 am

La globalización ha traído profundos cambios en nuestras vidas, hasta el extremo de manipularse la verdad y que su resultado sea creído y aceptado al instante por millones de personas en todo el orbe. Entre la emisión de la información y la recepción de la misma, hay una inaudita y pasmosa simultaneidad, que hace que todo adquiera una dimensión realmente espeluznante. Se apela a los sentimientos y a la emociones, y para ello se echa mano de la tecnología digital, lo que implica un impacto profundo en la conciencia del colectivo, hasta convertirnos en masa no-pensante y en meros animales de experimentación.

¿Qué es la posverdad? Hasta no hace mucho tiempo el vocablo entre nosotros era apenas un neologismo, pero la Real Academia Española (RAE) lo incluyó en el Diccionario de la Lengua Española (DEL) en su actualización dada a finales de 2017 (aunque en sus registros aparecía a comienzos de este siglo), y lo define como una “Distorsión deliberada de una realidad, que manipula creencias y emociones con el fin de influir en la opinión pública y en actitudes sociales. Los demagogos son maestros de la posverdad.”
 
En otras palabras, la posverdad es, sin más, una afirmación sin sustento en la realidad objetiva, por lo cual apela, no a la razón de quienes la reciben, ni a sus reconocidos tamices basados en pruebas, sino a sus creencias y emociones, de allí su impacto y su poderoso influjo en nuestra época.

Entre nosotros no cesan los bulos. Hay grandes laboratorios dedicados por entero a generar opinión, y la misma responde a oscuros intereses, a grandes o pequeñas mafias que operan en las sombras, y que lanzan de manera continua a través de los canales digitales (principalmente las redes sociales) posverdades, que nos afectan y nos llevan a inextricables derroteros. Por supuesto, la mentira ha existido desde siempre, y la humanidad ha sido presa de ella a lo largo de todas las civilizaciones. Sin embargo, es nuestra época una abanderada en este sentido, y son los portentosos canales de transmisión los que hacen posible que todo tenga la velocidad del rayo, y seamos presas permanentes de sus artificios.

Si a ver vamos, y no temo caer en tremendismos, a este mundo lo mueve la posverdad. Es hoy cuando caemos en la cuenta de que a lo largo del tiempo la humanidad ha sido cruelmente manipulada, y todo eso se patentizó en grandes tragedias y en horrorosos genocidios y holocaustos. Se nos han dicho muchas cosas que suponíamos verdades irrefutables y gigantescas (y de esto no escaparon los gobiernos y muchas instituciones de elevado prestigio hasta nuestros días), pero hoy sabemos, gracias paradójicamente a los medios digitales (usados en la actualidad como portentosas herramientas para la divulgación de la posverdad), que no eran tales, sino burdas tergiversaciones; cuando menos: verdades a medias que buscaban llevar el agua a los molinos de sátrapas y de auténticos monstruos.
 
Los demagogos han sido todos unos maestros en esto de mentir y de manipular a la opinión pública. En nuestros días se escudan tras la mampara de las mal llamadas ideas “progresistas”, e inoculan a los jóvenes el perverso germen del comunismo, para instaurar regímenes perennes, inamovibles y profundamente corruptos, que buscan expoliar las arcas, conculcar las libertades individuales, frenar la libre empresa, acabar con la industria y convertir al Estado en un adefesio de mil cabezas (la estatización, que tanto daño ha causado en nuestros países), que se hace dueño de la vida de los ciudadanos.
 
Tanta ha sido la posverdad manejada por estos grupos apostados en todo el mundo (y que en América Latina han tenido natural asiento por la pobreza y la necesidad de muchos de nuestros países a causa de los malos gobiernos), que crecen de manera exponencial los regímenes populistas, que llegan por la vía “democrática” para no marcharse jamás, y para hundir a la mayor parte de la población en la miseria y en la diáspora. Y lo peor es que muchas de estas nefastas y engañosas ideas son propugnadas sin rubor por políticos, clérigos, académicos, intelectuales, artistas, luminarias, profesionales y medios, que desde sus torres de cristal buscan con afán su instauración (la igualación hacia abajo en el rasero social), pero que a ellos no los salpiquen. Sin más: una hipocresía cruel y aberrante que rompe con toda lógica y razón.

Ha sido la posverdad la que ha satanizado el concepto de liberalismo, en pro de su beneficio. Si algo la caracteriza, es echarle la culpa a los otros de sus errores y fiascos, y la gente lo cree. La posverdad anida en las universidades y cientos de miles de jóvenes la abrazan creyendo hacerlo con un “algo” liberador, que los llevará a salvar a sus países del “capitalismo atroz”. Sin embargo, es el capitalismo el que crea riqueza y bienestar, mientras que el socialismo extremo es una máquina demoledora de la esperanza social.
 
La solución a los graves problemas de nuestras naciones, no está en cerrar medios, ni en expropiar empresas. Eso es posverdad. Todo parte de la libertad, y que los empresarios privados puedan con garantías manejar sus capitales, para generar empleo y dinamizar la economía. El liberalismo no niega la responsabilidad social de la riqueza, sino que busca un equilibrio que eleve las expectativas de vida, y que ello se traduzca en oportunidades para todos.

rigilo99@gmail.com
 
Twitter: @GilOtaiza
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