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Ecce homo

Nuestro país no escapa de su Vía Crucis dilatado en meses y años que transcurren en el completo abandono y deterioro de las relaciones humanas

  • MERCEDES MALAVÉ

15/04/2022 05:02 am

En el año 2012, la octogenaria Cecilia Giménez, zaragozana de la ciudad de Borja, hizo una peculiar restauración de un Ecce Homo de escaso valor artístico aunque con raigambre parroquial: “El resultado de la intervención -explica El País en nota del 23-08-2012- no solo es catastrófico, borroso e irreconocible, sino que también se ha convertido en objeto de parodia, carne de fotomontaje”. Dicen que la mujer actuó de forma espontánea y “sin pedir permiso a nadie”, con buenas intenciones. En su defensa salió incluso el concejal de Cultura del municipio, asegurando que cuando la buena mujer comprendió que el asunto “se le había ido de las manos”, avisó al responsable del patrimonio para confesar los daños que había causado.

Las características del retrato artístico revelan algo de su misterioso destino: se trata de una obra perteneciente a una entidad para pobres, la Fundación Sancti Espíritu, de unos 50 centímetros de alto por 40 de ancho, pintura mural, de un artista del siglo XIX, que quiso atribuir la realización de su obra a “dos horas de trabajo con la Virgen de la Misericordia”, resaltando el carácter milagroso del retrato de Jesús esculpido por el artista.

Difícil es pensar, entonces, que la intervención de la octogenaria se hubiese realizado sin la venia de su autora, en este caso, la Virgen de la Misericordia, denominación asociada al perdón, a la conmiseración y a la compasión.

La buena mujer, no apta para la pintura, trabajó con la mejor intención y con toda su pasión en reconstruir el rostro del Cristo paciente. En su tosquedad, dejó esculpida la misericordia de un Dios que se deja deformar y desfigurar en manos humanas. El Ecce Homo de la octogenaria reviste una peculiar belleza valorada por todos: “El cura lo sabía, el cura lo sabía. ¿Cómo lo voy a hacer yo sin que me lo diga alguien? Además todo el mundo que entraba en la iglesia me veía pintando”, declaraba Cecilia Giménez, mientras la opinión pública y las redes la destruían.

Cada Viernes Santo se inserta en una existencia y circunstancia histórica concreta. En todo Via Crucis se reflejan las limitaciones, incapacidades y errores de las personas, así como la misericordia, la compasión y la paciencia divinas. Se expresa el rostro angustioso y doloroso de personas de carne y hueso, como Cecilia Giménez acusada de haber destruido una obra artística con buena fe pero pésimas aptitudes. Si aún con buenas intenciones se puede destruir algo bello, qué nos depararán las malas.

“He ahí al hombre”. Víctor Frankl terminó su libro acerca del hombre en busca de sentido con estas palabras: “Nuestra generación es realista, pues hemos llegado a saber lo que realmente es el hombre. Después de todo, el hombre es ese que ha inventado las cámaras de gas de Auschwitz, pero también es el ser entrado en esas cámaras con la cabeza erguida y el Padre Nuestro o el Shema Yisrael en sus labios”.

Toda reflexión sobre los problemas del mundo -la degradación de la política y las crisis económicas- tienen su corolario en esa misteriosa argamasa de debilidades y maldades humanas: mezcla de limitaciones y perfectibilidades, buenas y malas intenciones, capacidades e incapacidades. La caracterización de Víctor Frankl, y la de tantos, tiene la fortaleza de haber sido exprimida de la propia experiencia descarnada de hasta dónde somos capaces de llegar, tanto en lo bueno como en lo malo.

Nuestro país no escapa de su Vía Crucis dilatado en meses y años que transcurren en el completo abandono y deterioro de las relaciones humanas. Se habla de herida antropológica, crisis moral, descomposición nacional. También hay personas abarrotadas de buenas intenciones y nada más. Otros emplean todo su talento para destruir. Pero detrás de todo, incluso de los retratos más toscos y deformados de un país devastado, brilla la Misericordia del Viernes Santo.

@mercedesmalave





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