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La medicina natural

La exploración etnobotánica nos llevó a lugares insospechados, perdidos del mundo, conocimos personas increíbles (casi irreales), vimos hechos que podrían catalogarse como del realismo mágico

  • RICARDO GIL OTAIZA

17/04/2022 05:03 am

Por azares del destino llegué al área de la Botánica Farmacéutica y la Farmacognosia (plantas medicinales y productos naturales), ya que me preparaba para concursar como profesor de Farmacia Galénica (confección de medicamentos). Quiso el destino que saliera primero el concurso de credenciales para las dos primeras asignaturas, y quedé en el cargo de Botánica y una colega para el de Farmacognosia. Luego de un año ambos concursamos por oposición y entramos como profesores ordinarios en nuestras respectivas materias. Lo demás es historia personal e institucional. Cinco años después de desempeñarme como profesor de Botánica, por cambios curriculares dados en toda la carrera, dicha materia fue sacada del pensum; hubo entonces allí una suerte de reingeniería y la Farmacognosia, que para entonces era un solo nivel de formación, se dividió en dos partes y quedé como profesor de Farmacognosia I hasta el día de hoy.

Tengo que confesar que muy pronto me enamoré de todo aquello, hasta el punto de dedicarle con verdadera pasión treinta años de ejercicio como docente e investigador. Al comienzo fui insertado en el Instituto de Investigaciones de mi facultad, y allí trabajé de la mano del reconocido investigador doctor Antonio Morales Méndez (con quien hoy me une una amistad) en la interesante área de los líquenes, e hicimos un par de publicaciones en revistas arbitradas e indexadas. Una vez que ascendí a Profesor Asistente, tomé una decisión que cambió el curso de mi vida: dejé las criptógamas y pasé a trabajar con las fanerógamas. Del universo que las conforma, me decidí por las plantas medicinales comunes (hierbas, arbustos y árboles), y para ello eché mano de la Etnobotánica.

A medida que me adentraba en los densos territorios de las plantas medicinales, sopesé con la debida seriedad la denominada Medicina Natural (desprestigiada por quienes no conocen sus bases epistemológicas y metodológicas), consustanciada con nuestra cultura por sus inmensas potencialidades en la prevención de la enfermedad, y en la conquista de la salud perdida. Fue así entonces cuando estructuré un pequeño equipo de investigación y nos dimos a la fabulosa tarea de ir hasta las comunidades campesinas del estado Mérida, e in situ, entrevistamos a los gerontes (adultos mayores) para conocer acerca de sus experiencias con el cultivo y uso de las plantas comunes.

Resulta indescriptible todo lo que hallamos y lo que ello significó en nuestras carreras, hasta el punto de erigirnos en referentes nacionales con respecto a los usos terapéuticos y a la toxicidad de los recursos fitogenéticos. En lo particular, y mucho antes de conformar el equipo de investigación, publiqué el libro Plantas usuales en la medicina popular venezolana (CDCHT de la ULA, 1997), de estupenda acogida en el país. Este libro se transformó dos años después en el Breve diccionario de plantas medicinales (Los Libros de El Nacional, 1999), que pronto se agotó. Con el equipo publicamos decenas de artículos en revistas científicas nacionales, y con el ingeniero Juan Carmona saqué el libro Herbolario tradicional venezolano (Consejo de Publicaciones de la ULA, 2003, 2005 y 2009), que tuvo además varias reimpresiones, y que a decir de la gente del Consejo de Publicaciones: era todo un best seller. En el 2010 publiqué el Breve diccionario del naturismo (Los Libros de El Nacional), como resultado de mi actividad en el año sabático.

La exploración etnobotánica nos llevó a lugares insospechados, perdidos del mundo, conocimos personas increíbles (casi irreales), vimos hechos que podrían catalogarse como del realismo mágico. Llegamos a un pueblo “fantasma” que nos hizo recordar Casas muertas, la segunda novela de Miguel Otero Silva. Nuestros hallazgos científicos fueron numerosos: especies medicinales no reseñadas antes, nuevos métodos de preparación de plantas conocidas, nuevos usos terapéuticos para especies reseñadas para otras afecciones por diversos autores, y un largo etcétera. Pudimos relacionarnos con gente sencilla, sin malicia, ajena a toda maldad; gente dispuesta a entregar todos sus conocimientos para que sean de utilidad para la humanidad; gente que no tenía mucho para ofrecer al visitante, pero que dentro de su pobreza entregaba lo más preciado: su alma y su corazón.

A cambio de tanto que recibimos y del inmenso aprendizaje que todo aquello representó para nosotros, nuestra retribución fue dar a conocer, llevar nuestro mensaje de esperanza a todas partes, impartir cursos, dar charlas y conferencias, incentivar a los niños en las escuelas y a los jóvenes en los liceos, utilizar los medios de comunicación disponibles, grabar programas para canales de televisión locales y nacionales, participar en foros y en congresos, realimentar a las nuevas generaciones en la necesidad de la preservación de las especies vegetales medicinales, y del medioambiente.

Si se quiere, nos convertimos en propaladores de un conocimiento ancestral, pasado de generación en generación, que busca el uso correcto de las hierbas, de los arbustos y de las ramas de los árboles en la conquista de la salud desde la prevención y la curación. Alertamos además de los peligros del abuso de las plantas, de su potencialidad tóxica, así como también de los riesgos de la automedicación. Como se puede apreciar: una labor que le dio sentido ontológico a nuestro actuar.

rigilo99@gmail.com

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