El Universal y yo
La lectura y la escritura han sido mis tablas de salvación en los momentos más duros de mi vida, me han sacado del foso, y El Universal con su férrea disciplina y su confianza ha sido un artífice de lo alcanzado.
Nada de lo que he alcanzado en mi vida se me ha dado de manera fácil. Hasta convencer a la que hoy es mi esposa resultó para mí una tarea ardua (incluso llegué a pensar el día de nuestra boda que me había dejado plantado, porque por cuestiones del endemoniado tráfico de entonces tardó en llegar a la iglesia, y yo casi me muero de terror). He llevado en paralelo varias carreras: la académica como profesor e investigador universitario, la literaria (en narrativa, ensayo y poesía), y la de columnista de la prensa regional y nacional. Más o menos tengo el mismo tiempo en estas tres grandes tareas (que me apasionan), y alcanzar el reconocimiento en ellas no fue para nada sencillo. No sé si se halle en mi karma, por allá en alguna generación muy lejana, algún escritor o poeta maldito, de esos que recibían palos en lugar de elogios, porque, amigos, he tenido que sudar tinta (literalmente) para que la gente me tome en serio. Y el caso llamado diario El Universal no fue distinto al resto.
Perdí la cuenta de los años que llevo colaborando con este gran diario, y mi memoria casi llega a la prehistoria de mi vida intentando dar cauce a un año aproximado, cuando rompiendo mis usuales temores, me atreví a enviarle un texto por fax al editor de la página de opinión, para que considerara su publicación. Créanme, no recuerdo si ese primer artículo llegó a publicarse; supongo que no, porque la página de opinión de este diario ha sido una de las más cotizadas del país y de América Latina, y no creo que a un soberano desconocido como lo era para entonces (quizás también hoy, pero en menor escala) le hayan publicado de entrada, así nomás, sin tocar muchas veces a sus puertas (sin pagar el noviciado, pues). Quizás el editor sí lo recuerde, ya que sigue siendo la misma persona, pero yo no. Lo que sí sé es que un buen día abrí el periódico y para mi dicha allí estaba mi artículo: hermosamente diagramado, exultante, peleando codo a codo con los de las grandes figuras, diciéndome que los sueños también son posibles.
Me gustaría afirmar que a partir de entonces todo fue coser y cantar, pero no fue así. Comenzó, recuerdo, la más hercúlea de las tareas: intentar convencer al editor de mi valía, de mi responsabilidad, de mis deseos y disposición de ser un columnista fijo y no un mero colaborador eventual. Y miren que el editor de este periódico no es nada fácil. Mi lucha con él continúa, pero en otros territorios más sutiles que la preservación de la columna (que dicho sea de paso me he ganado a punta de disciplina y de esfuerzo). Hubo un tiempo de tres años en el que quedé por fuera del staff de articulistas, y no sé por cuál razón, lo que me llevó a publicar en otros diarios de circulación nacional, pero el buen hijo siempre retorna a su hogar, y volví a tocar a las puertas del diario y se abrieron hasta el día de hoy.
Ese camino pedregoso por los territorios de El Universal, hoy de aniversario, me ha enseñado muchas cosas, sobre todo, a valorar en su más elevada dimensión fáctica y ética el ser parte de un selecto grupo de autores que buscan, cada uno desde su formación y experiencia, generar opinión y hacerlo con alto nivel y sentido de responsabilidad social. El ser columnista de la prensa regional y de este diario, en particular, ha sido una escuela que forjó en mí, carácter, disciplina, noción del tiempo y de la oportunidad, me enseñó la valía de la capacidad de síntesis, así como también la certeza de formar parte de una familia añeja, de gran tradición, que ha sido vaso comunicante del sentir de un país que busca con afán los caminos extraviados de su propio destino.
El Universal es parte de mi familia y de mi ser. Sin darme cuenta he envejecido tecleando semana a semana mis columnas, y mis hijas crecieron con la certeza absoluta de que su padre cumplía así una tarea importante, al convertirse desde su atalaya interlocutor de su tiempo histórico. Como columnista he aprendido que mis mayores compromisos, no son precisamente los inherentes a la defensa de una determinada ideología o de un credo (como otros lo entienden, y eso lo respeto), nada de eso, sino con el lenguaje con el comunico mis pareceres y con mis lectores, que son el fin último (teleológico) de esta exigente tarea.
Desde siempre he buscado mi propia voz, consolidar un estilo, generar una marca que pueda ser identificada más allá del tiempo y del espacio. Suena iluso, utópico, y tal vez pareciera una quimera, pero para mi satisfacción recibo siempre el intercambio con mis lectores, que muchos o pocos, eso es discutible, reconocen ese esfuerzo y ese empeño por no ser uno más del montón. He de confesar que muchas veces me he sentido desanimado, a punto de tirar la toalla, a un paso de decir hasta aquí me trajo el río, pero un “algo”, tal vez mi voz interior, o el Alter Ego, me dice: ¡claro que no!, deja la vagancia Ricardo, que ya no estás joven para el achante: levántate del sofá y ponte a trabajar, que mucha gente espera por tus artículos y por tu palabra.
Y así lo hago, y llega de inmediato la satisfacción del deber cumplido, de estar haciendo una tarea con sentido humano y para la que definitivamente he nacido. La lectura y la escritura han sido mis tablas de salvación en los momentos más duros de mi vida, me han sacado del foso, y El Universal con su férrea disciplina y su confianza ha sido un artífice de lo alcanzado.
rigilo99@gmail.com
Perdí la cuenta de los años que llevo colaborando con este gran diario, y mi memoria casi llega a la prehistoria de mi vida intentando dar cauce a un año aproximado, cuando rompiendo mis usuales temores, me atreví a enviarle un texto por fax al editor de la página de opinión, para que considerara su publicación. Créanme, no recuerdo si ese primer artículo llegó a publicarse; supongo que no, porque la página de opinión de este diario ha sido una de las más cotizadas del país y de América Latina, y no creo que a un soberano desconocido como lo era para entonces (quizás también hoy, pero en menor escala) le hayan publicado de entrada, así nomás, sin tocar muchas veces a sus puertas (sin pagar el noviciado, pues). Quizás el editor sí lo recuerde, ya que sigue siendo la misma persona, pero yo no. Lo que sí sé es que un buen día abrí el periódico y para mi dicha allí estaba mi artículo: hermosamente diagramado, exultante, peleando codo a codo con los de las grandes figuras, diciéndome que los sueños también son posibles.
Me gustaría afirmar que a partir de entonces todo fue coser y cantar, pero no fue así. Comenzó, recuerdo, la más hercúlea de las tareas: intentar convencer al editor de mi valía, de mi responsabilidad, de mis deseos y disposición de ser un columnista fijo y no un mero colaborador eventual. Y miren que el editor de este periódico no es nada fácil. Mi lucha con él continúa, pero en otros territorios más sutiles que la preservación de la columna (que dicho sea de paso me he ganado a punta de disciplina y de esfuerzo). Hubo un tiempo de tres años en el que quedé por fuera del staff de articulistas, y no sé por cuál razón, lo que me llevó a publicar en otros diarios de circulación nacional, pero el buen hijo siempre retorna a su hogar, y volví a tocar a las puertas del diario y se abrieron hasta el día de hoy.
Ese camino pedregoso por los territorios de El Universal, hoy de aniversario, me ha enseñado muchas cosas, sobre todo, a valorar en su más elevada dimensión fáctica y ética el ser parte de un selecto grupo de autores que buscan, cada uno desde su formación y experiencia, generar opinión y hacerlo con alto nivel y sentido de responsabilidad social. El ser columnista de la prensa regional y de este diario, en particular, ha sido una escuela que forjó en mí, carácter, disciplina, noción del tiempo y de la oportunidad, me enseñó la valía de la capacidad de síntesis, así como también la certeza de formar parte de una familia añeja, de gran tradición, que ha sido vaso comunicante del sentir de un país que busca con afán los caminos extraviados de su propio destino.
El Universal es parte de mi familia y de mi ser. Sin darme cuenta he envejecido tecleando semana a semana mis columnas, y mis hijas crecieron con la certeza absoluta de que su padre cumplía así una tarea importante, al convertirse desde su atalaya interlocutor de su tiempo histórico. Como columnista he aprendido que mis mayores compromisos, no son precisamente los inherentes a la defensa de una determinada ideología o de un credo (como otros lo entienden, y eso lo respeto), nada de eso, sino con el lenguaje con el comunico mis pareceres y con mis lectores, que son el fin último (teleológico) de esta exigente tarea.
Desde siempre he buscado mi propia voz, consolidar un estilo, generar una marca que pueda ser identificada más allá del tiempo y del espacio. Suena iluso, utópico, y tal vez pareciera una quimera, pero para mi satisfacción recibo siempre el intercambio con mis lectores, que muchos o pocos, eso es discutible, reconocen ese esfuerzo y ese empeño por no ser uno más del montón. He de confesar que muchas veces me he sentido desanimado, a punto de tirar la toalla, a un paso de decir hasta aquí me trajo el río, pero un “algo”, tal vez mi voz interior, o el Alter Ego, me dice: ¡claro que no!, deja la vagancia Ricardo, que ya no estás joven para el achante: levántate del sofá y ponte a trabajar, que mucha gente espera por tus artículos y por tu palabra.
Y así lo hago, y llega de inmediato la satisfacción del deber cumplido, de estar haciendo una tarea con sentido humano y para la que definitivamente he nacido. La lectura y la escritura han sido mis tablas de salvación en los momentos más duros de mi vida, me han sacado del foso, y El Universal con su férrea disciplina y su confianza ha sido un artífice de lo alcanzado.
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