Los medios y la opinión pública
El asunto se complicó con el avenimiento de las redes al constatar que hay muchos públicos, que ahora se expresan en una forma diferente y más directa. Los medios no pueden imponer qué pensar...
Mucho se ha investigado y escrito sobre la relación que tienen los medios de comunicación, con la formación de la llamada opinión pública. La principal dificultad en esos trabajos radica, desde el comienzo, con la definición tan resbalosa que evoca la palabra opinión, y sobre todo la expresión “pública”. ¿Cuál público? ¿Uno que existe solamente en el papel? ¿Ese ente casi invisible, pero que sabemos está en algún lado? El recordado y veterano hombre político Luis Miquelena, para mostrar la dificultad de manejar la idea de opinión pública, preguntaba cómo se comía eso. El profesor de Ciencias Políticas de la UCV Eladio Hernández prefiere, a título de chanza, llamarla “Opinión Publicada” para inferir que los medios de comunicación tienen un rol preponderante en su concepción.
Al ser opinión, eso quiere decir una creencia dudosa moviéndose entre el error y la verdad, resulta en una expresión muy visible de nuestras subjetividades humanas. La opinión es la doxa del filósofo griego Platón, que forzosamente se resguarda en la trinchera opuesta a la razón. Pero, además, esa opinión tiene que ser compartida por un gran número de individuos para que sea pública. Le debemos agregar la complicación adicional que debe ser conocida y juzgada por todos, porque es pública, así que puede cambiar cada vez que sobre ella caigan telas de juicio, o soplen vientos diferentes.
Los sociólogos del mundo occidental, sobre todo en las democracias más elaboradas, se parten la cabeza estudiando esa especie de convergencia de ideas compartidas por un gran número de personas, que implica juicios subjetivos sobre los temas más diversos que afectan a la sociedad. Seguramente esos estudiosos continuarán investigando para siempre cómo se forma la opinión pública, y sobre todo cómo cambia por los eventos tan diversos y numerosos que generalmente afectan a los grupos humanos.
Las encuestas y sondeos de opinión son unas especies de radiografías que captan, en un momento preciso, el estado de los sentimientos que tiene un grupo social sobre algún tema específico. Ellas parecen unos termómetros del humor social, que sirven para medir la intensidad de una apreciación o posición hacia un tema escogido. Sin embargo, las encuestas son como los termómetros o las radiografías, que no explican el origen del hueso roto o de la fiebre. Son muy útiles para describir los síntomas, pero no para averiguar la causa de los malestares. Si deseamos conocer las causas de los estados del cuerpo, necesitamos a un buen médico internista que diagnostique profundamente a los pacientes.
En el caso de las colectividades sociales, no es suficiente la interpretación de las encuestas y sondeos por parte del profesional que las realizó. Así como en medicina no es suficiente el informe del radiólogo para comprender la extensión de la fractura, y sobre todo la pertinencia de una operación, de igual manera el análisis del encuestador no basta para desentrañar la posición de un grupo social ante cualquier aspecto que le afecte. Como en las fracturas hacemos ver la radiografía por un traumatólogo, en las encuestas hace falta la mirada de un sociólogo o politólogo independiente para completar un diagnóstico profundo.
Y en todo esto, ¿cuál es el rol de los medios de comunicación en este embrollo? Aquí podemos entrar en el campo profundo y rico de la sociología de los medios. La pregunta más delicada en este aspecto, iría en la dirección de cómo influyen los medios de comunicación sobre la opinión pública. ¿Son unas simples cajas de resonancias, que anuncian a los cuatro vientos lo que piensa la gente?, o más bien, ¿debemos ver a los medios como unos entes formadores de opinión pública? La polémica causada por las respuestas puede ser interminable, sin embargo, hay puntos de partida que admiten poca discusión. Los medios de comunicación contribuyen a la creación y al brillo de la opinión pública.
El psicólogo social francés Gabriel Tarde aportó, con sus investigaciones del siglo XIX, la idea de que la difusión de las ideas que circulan en nuestra sociedad a través de los medios, produce un efecto de imitación social. El investigador distinguió la foule, la multitud inestable, del público en general, unos individuos mucho más reflexivos. Él afirmaba que ese público puede ser objeto de “sugerencias a distancia”, para tomar una posición común sobre aspectos que le afectan. Así, ese grupo da nacimiento a la opinión pública.
Los medios, afirmaba el sociólogo, fueron los responsables de hacer visible a ese público, a partir de los periódicos después de la Revolución Francesa. Sin medios de comunicación no hay público, diría algún autor contemporáneo para simplificar la idea. Pero el asunto se complicó con el avenimiento de las redes al constatar que hay muchos públicos, que ahora se expresan en una forma diferente y más directa. Los medios no pueden imponer qué pensar. Probablemente, sí pueden decidir sobre qué pensar, estableciendo la agenda de los temas a discutir.
alvaromont@gmail.com
Al ser opinión, eso quiere decir una creencia dudosa moviéndose entre el error y la verdad, resulta en una expresión muy visible de nuestras subjetividades humanas. La opinión es la doxa del filósofo griego Platón, que forzosamente se resguarda en la trinchera opuesta a la razón. Pero, además, esa opinión tiene que ser compartida por un gran número de individuos para que sea pública. Le debemos agregar la complicación adicional que debe ser conocida y juzgada por todos, porque es pública, así que puede cambiar cada vez que sobre ella caigan telas de juicio, o soplen vientos diferentes.
Los sociólogos del mundo occidental, sobre todo en las democracias más elaboradas, se parten la cabeza estudiando esa especie de convergencia de ideas compartidas por un gran número de personas, que implica juicios subjetivos sobre los temas más diversos que afectan a la sociedad. Seguramente esos estudiosos continuarán investigando para siempre cómo se forma la opinión pública, y sobre todo cómo cambia por los eventos tan diversos y numerosos que generalmente afectan a los grupos humanos.
Las encuestas y sondeos de opinión son unas especies de radiografías que captan, en un momento preciso, el estado de los sentimientos que tiene un grupo social sobre algún tema específico. Ellas parecen unos termómetros del humor social, que sirven para medir la intensidad de una apreciación o posición hacia un tema escogido. Sin embargo, las encuestas son como los termómetros o las radiografías, que no explican el origen del hueso roto o de la fiebre. Son muy útiles para describir los síntomas, pero no para averiguar la causa de los malestares. Si deseamos conocer las causas de los estados del cuerpo, necesitamos a un buen médico internista que diagnostique profundamente a los pacientes.
En el caso de las colectividades sociales, no es suficiente la interpretación de las encuestas y sondeos por parte del profesional que las realizó. Así como en medicina no es suficiente el informe del radiólogo para comprender la extensión de la fractura, y sobre todo la pertinencia de una operación, de igual manera el análisis del encuestador no basta para desentrañar la posición de un grupo social ante cualquier aspecto que le afecte. Como en las fracturas hacemos ver la radiografía por un traumatólogo, en las encuestas hace falta la mirada de un sociólogo o politólogo independiente para completar un diagnóstico profundo.
Y en todo esto, ¿cuál es el rol de los medios de comunicación en este embrollo? Aquí podemos entrar en el campo profundo y rico de la sociología de los medios. La pregunta más delicada en este aspecto, iría en la dirección de cómo influyen los medios de comunicación sobre la opinión pública. ¿Son unas simples cajas de resonancias, que anuncian a los cuatro vientos lo que piensa la gente?, o más bien, ¿debemos ver a los medios como unos entes formadores de opinión pública? La polémica causada por las respuestas puede ser interminable, sin embargo, hay puntos de partida que admiten poca discusión. Los medios de comunicación contribuyen a la creación y al brillo de la opinión pública.
El psicólogo social francés Gabriel Tarde aportó, con sus investigaciones del siglo XIX, la idea de que la difusión de las ideas que circulan en nuestra sociedad a través de los medios, produce un efecto de imitación social. El investigador distinguió la foule, la multitud inestable, del público en general, unos individuos mucho más reflexivos. Él afirmaba que ese público puede ser objeto de “sugerencias a distancia”, para tomar una posición común sobre aspectos que le afectan. Así, ese grupo da nacimiento a la opinión pública.
Los medios, afirmaba el sociólogo, fueron los responsables de hacer visible a ese público, a partir de los periódicos después de la Revolución Francesa. Sin medios de comunicación no hay público, diría algún autor contemporáneo para simplificar la idea. Pero el asunto se complicó con el avenimiento de las redes al constatar que hay muchos públicos, que ahora se expresan en una forma diferente y más directa. Los medios no pueden imponer qué pensar. Probablemente, sí pueden decidir sobre qué pensar, estableciendo la agenda de los temas a discutir.
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