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El tercer país

Son casi siete años de separación familiar, de interrupción de las actividades económicas, en fin, del cese formal y abierto del intercambio en una de las regiones fronterizas más activas del continente.

  • REINALDO ROJAS

21/02/2022 05:04 am

Son históricas las relaciones económicas, sociales y culturales que han existido, en el tiempo, entre el Táchira y el Norte de Santander, territorios pertenecientes hoy a las Repúblicas de Venezuela y Colombia. Antes de la llegada de los españoles, aquellos fueron territorios andados y desandados por las comunidades indígenas que formaban parte de ese gran complejo cultural que fue la civilización chibcha, establecida en la Sabana de Bogotá.

De la provincia de Tunja salieron las huestes colonizadoras españolas que llegaron hasta los confines de Mérida y Barinas, creándose en 1600 la Gobernación del Espíritu Santo de la Grita y Cáceres, antecedente de la Provincia de Mérida y Maracaibo del siglo XVIII. Geográficamente, ambos territorios forman parte de la cordillera andina y no hay –dice la tradición– un tachirense o un santanderiano que no tengan alguna vinculación familiar, que es la base de su pertenencia a una misma comunidad cultural.

La gloriosa “Campaña Admirable” de 1813 partió de Cúcuta y estuvo integrada por un ejército fundamentalmente neogranadino. Allí están sus héroes: Atanasio Girardot y Antonio Ricaurte. Luego vendrá la fallida experiencia unitaria de Colombia, creada por el propio Libertador. Con la desintegración de la gran República, ambas comunidades quedaron separadas por la delimitación territorial establecida a partir de 1830. Pero aquella delimitación no extinguió nunca las relaciones humanas entre estos pueblos, ahora separados por el río Táchira, límite físico que divide los dos Estados soberanos.
 
Por eso, ha sido algo extraordinario y hasta doloroso en la vida de esta región limítrofe, el cierre de la frontera decretado por el Estado venezolano a finales de agosto del 2015, año del Bicentenario de la Carta de Jamaica, documento donde Bolívar expuso por primera vez su ideal integracionista grancolombiano.
 
Son casi siete años de separación familiar, de interrupción de las actividades económicas, en fin, del cese formal y abierto del intercambio en una de las regiones fronterizas más activas del continente. ¿Contrabando? Siempre ha existido en cualquier frontera y la misma obedece a dinámicas económicas, en especial, cuando existe fortaleza de una moneda nacional sobre la otra.
 
En el pasado Cúcuta fue destino obligado para la compra del venezolano por su moneda más fuerte. Hoy, la práctica desaparición del bolívar como moneda de uso corriente ha llevado a la expansión del peso colombiano y del dólar a un espacio económico que supera la propia frontera.
 
¿La violencia? Igual. Antes de la llegada del gobierno del Presidente Chávez en 1998, dominaba el enfrentamiento entre la guerrilla y las fuerzas del gobierno, para pasar a una especie de cohabitación que el cierre fronterizo transformó en oportunidad de oro para el control de los pasos ilegales por los grupos irregulares que hoy dominan gran parte de aquellos territorios. Los enfrentamientos entre militares de ambos países, por separado, y poderosos grupos guerrilleros es otro de los problemas agudizados por el cierre fronterizo.
 
Sabemos que las relaciones diplomáticas entre Venezuela y Colombia han tenido altos y bajos, especialmente, por el establecimiento de los límites terrestres y las áreas marinas y submarinas entre ambos Estados. Pero recordemos que límite y frontera son dos conceptos diferentes, tal como lo aclara el Dr. Kaldone Nweihed en su obra Frontera y límite en su marco mundial. El límite es la línea imaginaria que separa, mientras la frontera es el espacio que se comparte. Y es allí donde debemos ubicar el problema. Cada Estado vigila el cumplimiento de sus límites, regula el tránsito de bienes y personas en la faja fronteriza, pero no puede “cerrar” la frontera porque con ello solo ahoga la vida de la región, afectándola en ambos sentidos.
 
Hoy el Táchira y Santander del Norte, permanecen separadas formalmente por el cierre fronterizo. Sin embargo, la vida ha continuado en condiciones más difíciles por la ruptura de la relación entre ambos gobiernos lo cual ha propiciado la irregularidad, la ilegalidad y la violencia en un territorio al que se le ha agregado la emigración masiva de venezolanos al exterior, obligada a cruzar por trochas para el contrabando de bienes y personas. La pregunta es, en consecuencia: ¿Para qué ha servido el cierre fronterizo? ¿Cuál es el saldo?
 
Arturo Uslar Pietri, nos legó una bella imagen de aquel mundo fronterizo colombo-venezolano que ha sobrevivido a todos los conflictos limítrofes: el tercer país. Cuando nos acercamos a los siete años del cierra fronterizo entre Venezuela y Colombia, nuevamente llamamos la atención acerca de esta problemática, para que vuelva la normalidad a ese “tercer país” que ha unido, en el tiempo, a Colombia y a Venezuela.

enfoques14@gmail.com

@reinaldorojashistoriador

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