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La última epopeya

El Bolívar de García Márquez se mece entre la humillación de la postración y sus ímpetus de aventura. Su ya menguada autoridad se ve exaltada por los deseos de sus fieles de que acepte la presidencia de la república que le propone Rafael Urdaneta...

  • RICARDO GIL OTAIZA

16/12/2021 05:02 am

Perdí la cuenta del número de relecturas que he hecho al libro El general en su laberinto, de Gabriel García Márquez (Editorial Oveja Negra, 1989), solo sé, que cuando se aproxima la conmemoración del nacimiento o de la muerte de Simón Bolívar, me aproximo a una de las tantas obras que lo dibujan en su exaltación heroica, o también en el patetismo de sus días finales. En este sentido, al conmemorarse mañana 17 de diciembre los 191 años de su muerte en la quinta San Pedro Alejandrino (Santa Marta – Colombia), me acerqué de nuevo a esta obra que retrata el último viaje de Bolívar por el río Magdalena. Pareciera una fábula, pero la obra a la final se mueve entre dos grandes coincidencias y una inmensa ironía, ambas históricas: su crianza en el ingenio propiedad familiar de los valles de Aragua, del que guarda los mejores recuerdos de su vida, y su último suspiro en medio de la decepción y la sensación de derrota, en el ingenio propiedad del español don Joaquín de Mier.

El retrato que hace García Márquez de Bolívar es descarnado, anclado en las contrariedades que fueron el centro de su existencia, que carga sobre los hombros las ansias de un espíritu todavía indomable, que se resiste a aceptar la inquina y el declive de su propio cuerpo. Si bien la obra centra su acción en las vicisitudes de los días finales, cuando Bolívar se prepara para irse de un país que ya no lo quiere, en el que sus innumerables detractores y enemigos, así como también muchos de los que fueron sus subordinados en la epopeya libertadora, se empeñan en dejar en ruinas a la gran unión que había soñado para América, no deja de mostrar en sus páginas los diversos períodos en los que la guerra y la gloria se entrecruzan en una suerte de rueda siniestra, y que hacen de Bolívar una figura controvertida y polémica, pero también profundamente humana y universal.
 
Resulta deliciosa la narración cuando el novelista describe el paisaje y a la gente de los poblados por donde van pasando, los olores del ambiente, los ruidos de la naturaleza, pero también cuando impregna las páginas de un patetismo feroz, e intenta acercarse a un personaje díscolo y ambiguo como Bolívar, que se resiste a aceptar su destino. Esta narración recuerda al mejor García Márquez: un profuso realismo mágico y el uso extremo de la metáfora y de la hipérbole; más incluso que en su celebérrima novela Cien años de soledad. Obviamente, todos estos recursos impregnan a la obra de una belleza extraordinaria, y nos acercan artificiosamente al pensar y al sentir de la gente de entonces.
 
Quienes leemos podemos percibir el olor de las guayabas cuando estallan en el suelo; ser testigos de excepción de los accesos de tos del general enfermo; la repulsión que sentía frente a los medicamentos y brebajes que le suministraba el fiel José Palacios, “su servidor más antiguo”; escuchar las melancólicas piezas musicales que cantan los oficiales frente al crepitar de las fogatas en las largas noches de insomnio; empaparnos con los fuertes aguaceros que interrumpen de manera abrupta la marcha del general y de su séquito en su camino hacia el mar; sentir la desesperación de la plaga y del calor de aquellos lugares perdidos en la geografía del nuevo mundo; asombrarnos frente a la exigua figura de un general desmirriado por la desesperanza y por la derrota (más que por la enfermedad que consumía sin tregua a su menudo cuerpo); sentir el dolor y la indignación por los papeluchos de infamia o las pintas en las paredes que agraviaban al ilustre viajero en su marcha hacia la muerte.
 
El Bolívar de García Márquez se mece entre la humillación de la postración y sus ímpetus de aventura. Su ya menguada autoridad se ve exaltada por los deseos de sus fieles de que acepte la presidencia de la república que le propone el general Rafael Urdaneta desde Santa Fe, pero él sabe que ya no es el mismo, reconoce sus errores del pasado, se resiste a que se mancille aún más su gloria, aunque a veces despotrique contra todo y se arrepienta de la fulana independencia, que llevó a estas naciones al quiebre y a la ruina. En su lucidez el general se niega a dar otro paso en falso, pero en su desvarío se muere de ansias por comandar a sus huestes hacia nuevas victorias y desafíos.
 
En esta obra el paladín de la gesta emancipadora en estos rincones del planeta, el Libertador de varias naciones, el hombre más lisonjeado por propios y extraños, el héroe deseado por las más hermosas mujeres de su tiempo, el jefe militar más poderoso del nuevo mundo, recoge sus pasos, se enfrenta a su propio mito y a los sinsabores de las apetencias de poder de los otros, así como a las amarguras del desencanto. Sin embargo, guarda la recóndita e ilusa esperanza de que todo renazca de nuevo: de comenzar desde cero, de apagar las facciones que enarbolan las banderas separatistas aquí y allá.
 
Y así marcha el general, al final de su propia epopeya: perdido en su laberinto, entre la extenuante vigilia que lo consume y los ardores de un sueño imposible.

rigilo99@gmail.com  
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