Yo no me siento culpable
No me siento culpable de este desastre, primero porque políticamente nunca acompañé a este “proceso”, y no tengo por qué hacer un mea culpa de algo de lo que no soy corresponsable y luego porque como ciudadano he hecho todo lo que me ha correspondido...
Las reacciones a mi artículo de la semana pasada que titulé A los jóvenes que me leen (EU, 03/10/21) en el que contrasté la Venezuela de 1999 con la de hoy, fueron diversas, pero hubo un mensaje en mi WhatsApp de parte de una joven colega, que me llevó a la reflexión: “Y me pregunto, si no será cierto lo que muchos dicen (sobre todo los que están fuera de nuestro territorio) que en cierto modo todos somos culpables del estado actual del país…”. De inmediato le hice saber a la profesora que no lo considero así, porque muchos hicimos grandes esfuerzos para despertar conciencias frente a lo que se veía inminente.
Me transporté al año 1998, en plena campaña electoral, y recordé que publiqué en la prensa regional y nacional un artículo que titulé Chávez no es la solución, que luego inserté en mi libro En el tintero Vol. I (Ediciones del Rectorado de la Universidad de Los Andes, 2004), en el que esbocé, groso modo, todo lo que a mi entender podría acontecer en el país de ganar el candidato favorito de las encuestas. Quienes posteriormente lo han leído me han expresado con asombro la “clarividencia” que tuve para entonces, al advertir en detalle la tragedia que se le vendría encima a la nación de ganar el comandante.
Mi respuesta siempre ha sido contundente: “nada de clarividencia, solo tres dedos de frente y mente fría (sin apasionamientos políticos) al advertir, sobre la base de sus antecedentes y del análisis de su discurso, cuáles serían los derroteros a seguir en los años por venir. Desgraciadamente, no me equivoqué, uno a uno se fueron dando todos los pasos que nos llevaron al desmontaje institucional, y aquí estamos, enredados, trajinando una grotesca hiperinflación, intentando por todos los medios de ver luz al final de este ya muy largo túnel, que nos ha llevado a un profundo sufrimiento social, a una diáspora inédita, a un deterioro en la calidad de vida rayano con la sobrevivencia.
Yo no me siento culpable de este desastre, primero porque políticamente nunca acompañé a este “proceso”, y no tengo por qué hacer un mea culpa de algo de lo que no soy corresponsable, y luego porque como ciudadano he hecho todo lo que me ha correspondido para contribuir con el progreso de mi país. En mi respuesta a la colega le expresé que cumplí con mis obligaciones como profesor universitario, que nunca dejé de dar mis clases ni tampoco tuvieron mis estudiantes que estar esperando porque casi siempre llegaba de primero al aula, que me formé al más alto nivel para darles una educación universitaria de calidad (y dichos estudios los pagué de mi propio bolsillo), que investigué y publiqué en mi área libros y varias decenas de artículos científicos en revistas arbitradas e indexadas para tener la autoridad moral de enseñar sobre la base de mis propios hallazgos (y no solo de lo que otros encontraron), que luego de jubilado seguí enseñando ad honorem durante varios años porque amo la vida universitaria y siento un profundo afecto y respeto por los estudiantes, y solo me detuvo la pandemia a comienzos del año pasado. Le dije a mi colega que como ciudadano llegué al inaudito extremo de detenerme ante la luz roja de un semáforo en plena madrugada, poniendo en riesgo mi propia seguridad y la de mi familia.
Por supuesto, le expresé a la apreciada colega, que no todos pueden decir lo mismo. Hay gente que contribuyó al desmadre en el que hoy nos encontramos, y cuando se percataron de su error se retractaron, pero el mal ya estaba hecho. Algunos de los más importantes medios de este país le pusieron alfombra roja al candidato, y muchos años después recibieron como pago multas, cierre y hasta confiscación de los equipos. La casta política opositora ha jugado a estar con Dios y también con el diablo, y en sus políticas erráticas, mentirosas y demagógicas han contribuido enormemente con el estado de cosas que hoy vivimos. Me da fresquito al decir que nunca he militado en partido político alguno, y puedo echarles en cara a tantos líderes farsantes (no todos, como excepción a la regla y por fortuna) que andan sueltos por allí, mi desprecio por su hipocresía.
Ese “todos somos culpables” me suena a multitud y a un gentío, y a mí que me saquen de ese paquete. Es verdad, no soy de los que van a marchas, ni me verán en las calles gritando consignas, ni lanzando piedras, ni estirado el cuello para la fotografía, pero desde mi atalaya que siempre ha sido la prensa regional y nacional, es decir la palabra escrita, he expresado mi pensamiento y jamás he utilizado seudónimo alguno. Siempre he puesto la cara y he firmado mis artículos con mi nombre de pila y con mis dos apellidos.
Sí, he cometido errores, y en eso he sido culpable, como por ejemplo, en creerles a varios de esos líderes opositores hasta que las evidencias pronto me llevaron a retirarles mi simpatía y mi respeto. Y he sido culpable porque sencillamente a pesar de los pesares (de sus antecedentes, de sus pifias y de su negligencia del pasado) he querido creerles, les he dado un voto de confianza, he querido mantener un hilo de esperanza frente al abismo que tenemos frente, pero muy pronto mi innato escepticismo y hartazgo me han llevado de nuevo a la cordura y me he jurado con asco a mí mismo: “nunca más con esta gente”.
rigilo99@gmail.com
Me transporté al año 1998, en plena campaña electoral, y recordé que publiqué en la prensa regional y nacional un artículo que titulé Chávez no es la solución, que luego inserté en mi libro En el tintero Vol. I (Ediciones del Rectorado de la Universidad de Los Andes, 2004), en el que esbocé, groso modo, todo lo que a mi entender podría acontecer en el país de ganar el candidato favorito de las encuestas. Quienes posteriormente lo han leído me han expresado con asombro la “clarividencia” que tuve para entonces, al advertir en detalle la tragedia que se le vendría encima a la nación de ganar el comandante.
Mi respuesta siempre ha sido contundente: “nada de clarividencia, solo tres dedos de frente y mente fría (sin apasionamientos políticos) al advertir, sobre la base de sus antecedentes y del análisis de su discurso, cuáles serían los derroteros a seguir en los años por venir. Desgraciadamente, no me equivoqué, uno a uno se fueron dando todos los pasos que nos llevaron al desmontaje institucional, y aquí estamos, enredados, trajinando una grotesca hiperinflación, intentando por todos los medios de ver luz al final de este ya muy largo túnel, que nos ha llevado a un profundo sufrimiento social, a una diáspora inédita, a un deterioro en la calidad de vida rayano con la sobrevivencia.
Yo no me siento culpable de este desastre, primero porque políticamente nunca acompañé a este “proceso”, y no tengo por qué hacer un mea culpa de algo de lo que no soy corresponsable, y luego porque como ciudadano he hecho todo lo que me ha correspondido para contribuir con el progreso de mi país. En mi respuesta a la colega le expresé que cumplí con mis obligaciones como profesor universitario, que nunca dejé de dar mis clases ni tampoco tuvieron mis estudiantes que estar esperando porque casi siempre llegaba de primero al aula, que me formé al más alto nivel para darles una educación universitaria de calidad (y dichos estudios los pagué de mi propio bolsillo), que investigué y publiqué en mi área libros y varias decenas de artículos científicos en revistas arbitradas e indexadas para tener la autoridad moral de enseñar sobre la base de mis propios hallazgos (y no solo de lo que otros encontraron), que luego de jubilado seguí enseñando ad honorem durante varios años porque amo la vida universitaria y siento un profundo afecto y respeto por los estudiantes, y solo me detuvo la pandemia a comienzos del año pasado. Le dije a mi colega que como ciudadano llegué al inaudito extremo de detenerme ante la luz roja de un semáforo en plena madrugada, poniendo en riesgo mi propia seguridad y la de mi familia.
Por supuesto, le expresé a la apreciada colega, que no todos pueden decir lo mismo. Hay gente que contribuyó al desmadre en el que hoy nos encontramos, y cuando se percataron de su error se retractaron, pero el mal ya estaba hecho. Algunos de los más importantes medios de este país le pusieron alfombra roja al candidato, y muchos años después recibieron como pago multas, cierre y hasta confiscación de los equipos. La casta política opositora ha jugado a estar con Dios y también con el diablo, y en sus políticas erráticas, mentirosas y demagógicas han contribuido enormemente con el estado de cosas que hoy vivimos. Me da fresquito al decir que nunca he militado en partido político alguno, y puedo echarles en cara a tantos líderes farsantes (no todos, como excepción a la regla y por fortuna) que andan sueltos por allí, mi desprecio por su hipocresía.
Ese “todos somos culpables” me suena a multitud y a un gentío, y a mí que me saquen de ese paquete. Es verdad, no soy de los que van a marchas, ni me verán en las calles gritando consignas, ni lanzando piedras, ni estirado el cuello para la fotografía, pero desde mi atalaya que siempre ha sido la prensa regional y nacional, es decir la palabra escrita, he expresado mi pensamiento y jamás he utilizado seudónimo alguno. Siempre he puesto la cara y he firmado mis artículos con mi nombre de pila y con mis dos apellidos.
Sí, he cometido errores, y en eso he sido culpable, como por ejemplo, en creerles a varios de esos líderes opositores hasta que las evidencias pronto me llevaron a retirarles mi simpatía y mi respeto. Y he sido culpable porque sencillamente a pesar de los pesares (de sus antecedentes, de sus pifias y de su negligencia del pasado) he querido creerles, les he dado un voto de confianza, he querido mantener un hilo de esperanza frente al abismo que tenemos frente, pero muy pronto mi innato escepticismo y hartazgo me han llevado de nuevo a la cordura y me he jurado con asco a mí mismo: “nunca más con esta gente”.
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