Cometa Halley 1986
Ahora que renuevo ese recuerdo, comprendo que las ganas de divertirse se manifiestan de cualquier manera. Se que esto es fácil de decir, si entonces tenías 2.000 bolívares y si, además, considerabas una originalidad este tipo de eventos...
Durante el año 1986, el cometa Halley fue un referente para mí. Lo observaba al anochecer y no perdía ocasión de demostrar mis conocimientos sobre el mismo. En aquella fecha, vivía yo en Carcas y como buen aficionado a la Astronomía, me interesé especialmente por recolectar información sobre el cometa. Al anochecer lo buscaba en el cielo, en noches despejadas, siguiendo las indicaciones que leía en la Revista Astronomy. Recuerdo haber salido una noche a uno de los magníficos miradores de Caracas, pertrechado con mi prismático y mapa de las constelaciones que la revista editaba mensualmente. El cometa recorría en aquellos días la constelación de Scorpius. En el mirador había un grupo de jóvenes disfrutando de la noche caraqueña, escuchando música. Me aventuré a preguntarles si sabían algo del cometa Halley y si podían encontrarlo en el cielo. Ante su negativa, me armé de entusiasmo, formé un corrillo y comencé mi narración sobre el cometa. Me sentía feliz al observar el interés en las caras de los jóvenes. Les indiqué donde podían ubicarlo y seguirlo a simple vista. Algo difícil dada la distancia a que se desplazaba de la Tierra. Entonces les presté mi prismático para que localizaran fácilmente. Exclamaciones de alegría me animaban a seguir con mi relato. Terminado este, espontáneamente me invitaron a participar en su fiesta. Fue una experiencia inolvidable, ver como me aceptaban y demostraban su simpatía. Nuevamente, y no me cansaré de insistir en ello, debemos felicitarnos por vivir en una época en que los prodigios del cosmos se nos muestran con un nivel de detalle que primero nos desconcierta, luego nos asombra y siempre nos emociona.
Unos meses antes tuve la oportunidad de asistir a una fiesta de celebración del quincuagésimo aniversario de la cadena Intercontinental en el hotel Tamanaco, el mejor hotel de Caracas. No fue ese el motivo principal que nos reunió a unos a unos doscientos invitados a una espléndida cena en el hotel. En realidad, el motivo fue el cometa Halley. Recuerdo bien la fecha, 25 de febrero de 1986. Sentados alrededor de la piscina, bajo un hermoso gacebo que cubría parte del jardín, escuchamos la charla sobre el cometa, presentada por del director del Observatorio Astronómico de Mérida. Bueno lo que se dice escuchar, pocos lo hacían, entretenidos como estaban conversando con sus amigos de mesa y siguiendo con la mirada, el movimiento de las hermosas mujeres que pasaban por el jardín. Yo tuve la suerte de estar acompañado por una bella dama. Bueno, cada uno a lo suyo. Creo que fui de los pocos que prestaron atención al expositor. Lástima pues su presentación, con imágenes visuales, fue interesante y entretenida.
Tras la charla, cinco autobuses nos esperaban en la entrada principal para llevarnos al aeropuerto de Maiquetía, en donde abordamos un par de aeronaves de la línea Avensa. El vuelo que duró dos horas tenía como objeto visualizar el cometa Halley desde el aire. Dado que el cometa se desplazaba a una distancia de la Tierra de unos 75 millones de kilómetros, acercarse unos ocho kilómetros no ayudaba mucho a su visión, aunque si la limpieza de la atmósfera y lo insólito del vuelo. El piloto dirigió el avión hacia el sur, cerca de Brasil, en donde apenas había tráfico aéreo. Periódicamente anunciaba a los pasajeros, el lado del avión desde donde se podía observar el cometa. Entonces, todos a una nos desplazamos hacia ese costado tratando de descubrirlo a través de las ventanillas. Como nadie sabía dónde ubicarlo, los esfuerzo para verlo fueros inútiles. No importaba. El champan corría en abundancia y la alegría no decaía.
Tras dos horas de vuelo, regresamos al aeropuerto, contentos y con ganas de continuar la fiesta. Montamos de nuevo en los autobuses para volver al hotel. Allí nos esperaba una estupenda cena de medianoche. La variedad y calidad de los alimentos, excelente. Y con ellos las burbujas de champan, que no pararon de flotar sobre cada mesa..
El cronista Omar Lares, conocido por su columna de ecos de sociedad, en el diario El Universal, escribió un pequeño comentario sobre este evento festivo. “Unos doscientos “sifrinos” se gastaron 2.000 bolívares cada uno para ver desde un avión, el cometa Halley y disfrutar de una espléndida cena en el hotel Tamanaco”.
Ahora que renuevo ese recuerdo, comprendo que las ganas de divertirse se manifiestan de cualquier manera. Se que esto es fácil de decir, si entonces tenías 2.000 bolívares y si, además, considerabas una originalidad este tipo de eventos. Bueno, creo que todo tiene su momento. Indudablemente, yo lo disfruté en aquella noche mágica.
Mientras escribía este relato, me pareció oportuno que debería cambiar su título, nada poético, por este otro: El Encanto de Existir. Pienso que ese encanto de existir es siempre un claro reflejo de las oportunidades que a veces nos da la vida. Y entre ellas, disfrutar de las buenas sorpresas. La noche del cometa Haley lo fue para mi. Dixit.
Unos meses antes tuve la oportunidad de asistir a una fiesta de celebración del quincuagésimo aniversario de la cadena Intercontinental en el hotel Tamanaco, el mejor hotel de Caracas. No fue ese el motivo principal que nos reunió a unos a unos doscientos invitados a una espléndida cena en el hotel. En realidad, el motivo fue el cometa Halley. Recuerdo bien la fecha, 25 de febrero de 1986. Sentados alrededor de la piscina, bajo un hermoso gacebo que cubría parte del jardín, escuchamos la charla sobre el cometa, presentada por del director del Observatorio Astronómico de Mérida. Bueno lo que se dice escuchar, pocos lo hacían, entretenidos como estaban conversando con sus amigos de mesa y siguiendo con la mirada, el movimiento de las hermosas mujeres que pasaban por el jardín. Yo tuve la suerte de estar acompañado por una bella dama. Bueno, cada uno a lo suyo. Creo que fui de los pocos que prestaron atención al expositor. Lástima pues su presentación, con imágenes visuales, fue interesante y entretenida.
Tras la charla, cinco autobuses nos esperaban en la entrada principal para llevarnos al aeropuerto de Maiquetía, en donde abordamos un par de aeronaves de la línea Avensa. El vuelo que duró dos horas tenía como objeto visualizar el cometa Halley desde el aire. Dado que el cometa se desplazaba a una distancia de la Tierra de unos 75 millones de kilómetros, acercarse unos ocho kilómetros no ayudaba mucho a su visión, aunque si la limpieza de la atmósfera y lo insólito del vuelo. El piloto dirigió el avión hacia el sur, cerca de Brasil, en donde apenas había tráfico aéreo. Periódicamente anunciaba a los pasajeros, el lado del avión desde donde se podía observar el cometa. Entonces, todos a una nos desplazamos hacia ese costado tratando de descubrirlo a través de las ventanillas. Como nadie sabía dónde ubicarlo, los esfuerzo para verlo fueros inútiles. No importaba. El champan corría en abundancia y la alegría no decaía.
Tras dos horas de vuelo, regresamos al aeropuerto, contentos y con ganas de continuar la fiesta. Montamos de nuevo en los autobuses para volver al hotel. Allí nos esperaba una estupenda cena de medianoche. La variedad y calidad de los alimentos, excelente. Y con ellos las burbujas de champan, que no pararon de flotar sobre cada mesa..
El cronista Omar Lares, conocido por su columna de ecos de sociedad, en el diario El Universal, escribió un pequeño comentario sobre este evento festivo. “Unos doscientos “sifrinos” se gastaron 2.000 bolívares cada uno para ver desde un avión, el cometa Halley y disfrutar de una espléndida cena en el hotel Tamanaco”.
Ahora que renuevo ese recuerdo, comprendo que las ganas de divertirse se manifiestan de cualquier manera. Se que esto es fácil de decir, si entonces tenías 2.000 bolívares y si, además, considerabas una originalidad este tipo de eventos. Bueno, creo que todo tiene su momento. Indudablemente, yo lo disfruté en aquella noche mágica.
Mientras escribía este relato, me pareció oportuno que debería cambiar su título, nada poético, por este otro: El Encanto de Existir. Pienso que ese encanto de existir es siempre un claro reflejo de las oportunidades que a veces nos da la vida. Y entre ellas, disfrutar de las buenas sorpresas. La noche del cometa Haley lo fue para mi. Dixit.
mzapatero21@gmail.com
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