El mundo podría ser mejor
Hay que tomar medidas que reviertan el caos que hemos generado. De no hacerlo, estaremos privando a las futuras generaciones de un planeta vivible, y no hay derecho para esto...
Cada vez que veo lo que sucede en el mundo me asombro, ya que muchas circunstancias sobrepasan las normales defensas que solemos tener contra lo atroz. Las redes y la instantaneidad de la noticia hacen que tengamos acceso inmediato a cuestiones horrorosas que pasan en todo el mundo, que nos mueven fibras muy íntimas y nos impelen a la reflexión, así como a intentar, desde un acotado espacio, a que nuestro pequeño mundo cambie y, con él, a tener la sensación de que contribuimos a una vida más feliz.
El mundo está desbocado, las fuerzas de la naturaleza están cobrando todo el daño que durante muchos años le hemos infligido al planeta. El recalentamiento global es culpa nuestra, y lo son todas las consecuencias que derivan de tan grave circunstancia. Vemos con espanto las inundaciones que se están dando en muchos lugares del mundo, incluso en nuestro país. Las vaguadas que acaban de acontecer en la zona del Valle del Mocotíes y en los Pueblos del Sur del estado Mérida, que cobraron decenas de vidas y dejaron a muchas familias damnificadas, deberían llevarnos a cambios sustanciales en los modos de vida, a buscar salidas para sí evitar tanto dolor.
El mundo está encendiendo sus luces de emergencia y nos estamos haciendo los locos. El deterioro medioambiental es profundo en todo el orbe, y el planeta ha perdido su capacidad de regenerarse. De continuar por estos mismos derroteros, las próximas décadas podrían ser decisivas y de terror para la humanidad. El ecocidio que acontece en el Amazonas, es sencillamente monstruoso. La fiebre del oro y de otros minerales, está destruyendo a diario decenas de hectáreas de bosques, contaminando los ríos, extinguiendo especies vegetales y animales, sacando a las etnias de sus hábitats. La pérdida acelerada de los ecosistemas es un dardo mortal para el planeta, y todos somos culpables. Al morir el Amazonas habrá muerto la esperanza de salvar a la Tierra.
Cada uno de nosotros podemos hacer mucho para evitar la catástrofe que se avecina. Todo deberá partir de un cambio de hábitos y de modos de vida. El acelerado consumismo nos ha llevado por un túnel, y cada día se socavan los recursos naturales para alimentar y dar cobijo a los más de siete mil millones de personas que habitamos el planeta. Hay zonas en el mundo en las que no hay agua potable, ni alimentos, ni posibilidades de sobrevivencia. Tal realidad se extiende a pasos agigantados a muchos otros lugares.
Hemos confundido calidad de vida con confort, y para conseguirlo lanzamos a diario a la atmósfera toneladas de gases altamente contaminantes, que abren más el boquete en la capa de ozono, que filtra los peligrosos rayos solares que recalientan la atmósfera. El uso de aires acondicionados, de automotores y la producción en masa de bienes de consumo, son altamente contaminantes, amén de que echan mano de elevadas cantidades de energía (mucha de ella de origen fósil).
Nuestros hábitos alimenticios no son los mejores. El exacerbado consumo de carne de res es uno de los factores que más perjudican al planeta, ya que trae consigo el aumento del número de reses y las mismas emiten ingentes cantidades de gases contaminantes a la atmósfera. Amén de que su consumo es perjudicial para la salud, por las toxinas que contiene y por el alto nivel de grasas que obstruyen las arterias. Eso sin hablar de los mal denominados mataderos, que son antros en los que se sacrifican a las reses de la manera más atroz, causándoles a los animales gran estrés y sufrimiento. El consumo de carne de pollo no se queda atrás, ya que eleva la producción industrial de dichas aves, las cuales son sacrificadas contraviniendo muchos aspectos, lo que pone en entredicho nuestra cualidad de “humanos”.
No se queda atrás el desarrollo científico y tecnológico, que ha sido un importante factor de cambio para la sociedad, pero que paralelamente ha puesto una elevada cuota de daño al planeta. El uso de animales para la experimentación es obsceno, y debería ser abolido ya que los somete a grandes sufrimientos y mutilaciones. La explosión de cohetes para misiones espaciales, trae consigo graves daños a la atmósfera. Y ni decir del uso de misiles con fines bélicos, ya que entramos en el terreno de lo ontológico. Los satélites artificiales son otro capítulo, ya que, no contentos con llenar de basura y de escombros a nuestros bosques, ríos y mares, que trae consigo la muerte de especies animales, ahora optamos por hacerlo en el espacio. Hay interesantes informaciones acerca de la cantidad de chatarra tecnológica que flota más allá de nuestra atmósfera.
Hay que tomar medidas que reviertan el caos que hemos generado. De no hacerlo, estaremos privando a las futuras generaciones de un planeta vivible, y no hay derecho para esto. Pareciera un lugar común afirmarlo, pero tengo que hacerlo: la Tierra es el único lugar que tenemos para vivir, y en nuestras manos está revertir en “algo” ese ominoso destino que se nos presentará en poco tiempo. Sé que hay poderes económicos que pugnan para que nada de esto se conozca, porque no les conviene, ya que siguen usufructuando los recursos del planeta a su antojo y son, qué duda cabe, los amos del mundo. Pero unos amos mezquinos, porque con sus actuaciones socavan el planeta, destruyen sus ecosistemas y expolian lo que por definición nos pertenece a todos.
rigilo99@gmail.com
El mundo está desbocado, las fuerzas de la naturaleza están cobrando todo el daño que durante muchos años le hemos infligido al planeta. El recalentamiento global es culpa nuestra, y lo son todas las consecuencias que derivan de tan grave circunstancia. Vemos con espanto las inundaciones que se están dando en muchos lugares del mundo, incluso en nuestro país. Las vaguadas que acaban de acontecer en la zona del Valle del Mocotíes y en los Pueblos del Sur del estado Mérida, que cobraron decenas de vidas y dejaron a muchas familias damnificadas, deberían llevarnos a cambios sustanciales en los modos de vida, a buscar salidas para sí evitar tanto dolor.
El mundo está encendiendo sus luces de emergencia y nos estamos haciendo los locos. El deterioro medioambiental es profundo en todo el orbe, y el planeta ha perdido su capacidad de regenerarse. De continuar por estos mismos derroteros, las próximas décadas podrían ser decisivas y de terror para la humanidad. El ecocidio que acontece en el Amazonas, es sencillamente monstruoso. La fiebre del oro y de otros minerales, está destruyendo a diario decenas de hectáreas de bosques, contaminando los ríos, extinguiendo especies vegetales y animales, sacando a las etnias de sus hábitats. La pérdida acelerada de los ecosistemas es un dardo mortal para el planeta, y todos somos culpables. Al morir el Amazonas habrá muerto la esperanza de salvar a la Tierra.
Cada uno de nosotros podemos hacer mucho para evitar la catástrofe que se avecina. Todo deberá partir de un cambio de hábitos y de modos de vida. El acelerado consumismo nos ha llevado por un túnel, y cada día se socavan los recursos naturales para alimentar y dar cobijo a los más de siete mil millones de personas que habitamos el planeta. Hay zonas en el mundo en las que no hay agua potable, ni alimentos, ni posibilidades de sobrevivencia. Tal realidad se extiende a pasos agigantados a muchos otros lugares.
Hemos confundido calidad de vida con confort, y para conseguirlo lanzamos a diario a la atmósfera toneladas de gases altamente contaminantes, que abren más el boquete en la capa de ozono, que filtra los peligrosos rayos solares que recalientan la atmósfera. El uso de aires acondicionados, de automotores y la producción en masa de bienes de consumo, son altamente contaminantes, amén de que echan mano de elevadas cantidades de energía (mucha de ella de origen fósil).
Nuestros hábitos alimenticios no son los mejores. El exacerbado consumo de carne de res es uno de los factores que más perjudican al planeta, ya que trae consigo el aumento del número de reses y las mismas emiten ingentes cantidades de gases contaminantes a la atmósfera. Amén de que su consumo es perjudicial para la salud, por las toxinas que contiene y por el alto nivel de grasas que obstruyen las arterias. Eso sin hablar de los mal denominados mataderos, que son antros en los que se sacrifican a las reses de la manera más atroz, causándoles a los animales gran estrés y sufrimiento. El consumo de carne de pollo no se queda atrás, ya que eleva la producción industrial de dichas aves, las cuales son sacrificadas contraviniendo muchos aspectos, lo que pone en entredicho nuestra cualidad de “humanos”.
No se queda atrás el desarrollo científico y tecnológico, que ha sido un importante factor de cambio para la sociedad, pero que paralelamente ha puesto una elevada cuota de daño al planeta. El uso de animales para la experimentación es obsceno, y debería ser abolido ya que los somete a grandes sufrimientos y mutilaciones. La explosión de cohetes para misiones espaciales, trae consigo graves daños a la atmósfera. Y ni decir del uso de misiles con fines bélicos, ya que entramos en el terreno de lo ontológico. Los satélites artificiales son otro capítulo, ya que, no contentos con llenar de basura y de escombros a nuestros bosques, ríos y mares, que trae consigo la muerte de especies animales, ahora optamos por hacerlo en el espacio. Hay interesantes informaciones acerca de la cantidad de chatarra tecnológica que flota más allá de nuestra atmósfera.
Hay que tomar medidas que reviertan el caos que hemos generado. De no hacerlo, estaremos privando a las futuras generaciones de un planeta vivible, y no hay derecho para esto. Pareciera un lugar común afirmarlo, pero tengo que hacerlo: la Tierra es el único lugar que tenemos para vivir, y en nuestras manos está revertir en “algo” ese ominoso destino que se nos presentará en poco tiempo. Sé que hay poderes económicos que pugnan para que nada de esto se conozca, porque no les conviene, ya que siguen usufructuando los recursos del planeta a su antojo y son, qué duda cabe, los amos del mundo. Pero unos amos mezquinos, porque con sus actuaciones socavan el planeta, destruyen sus ecosistemas y expolian lo que por definición nos pertenece a todos.
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