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El populismo según Jan Werner-Muller

¿Será que es un requisito indispensable para todo dirigente populista tener una personalidad autoritaria, y ser patológicamente narciso? Ese rasgo humano tan egocéntrico exige un culto ilimitado a la figura del líder, una especie de adoración..

  • ÁLVARO MONTENEGRO FORTIQUE

02/08/2021 05:03 am

Hablar de populismo en estos tiempos es como hablar del capitalismo en el siglo XIX; todo el mundo lo comenta y pocos estudian sus orígenes y consecuencias. El populismo parece un sistema político contagioso, por su capacidad de levantar emociones entre la gente y sobre todo ganar elecciones. Se puede manifestar en cualquier parte del mundo, desde países con democracias muy antiguas como las de Estados Unidos o Inglaterra, hasta en repúblicas incipientes como Letonia, Hungría o Croacia. Ni hablar en Latinoamérica, donde parece estar el terreno ideal para que se desarrolle el populismo por las desigualdades sociales, sobre las cuales el pensador postmarxista argentino Ernesto Laclau elaboró toda una teoría. Pero apartando la cuestión académica nos preguntamos, ¿qué es realmente el populismo? No es fácil para cualquier espectador social comprender ese concepto tan resbaloso, en el cual se mezclan ideas y acciones de las más diversas procedencias.

Esa pregunta se la hizo el politólogo alemán Jan Werner-Muller, quien publicó en el año 2016 un libro sobre el populismo. La simple imagen de esa forma de hacer política convierte en anticuado al debate entre izquierdas y derechas, porque existen populismos en esos dos extremos del espectro político. “Supuestamente Donald Trump y Bernie Sanders son populistas, uno en la derecha y el otro en la izquierda”. El significado de populismo es diferente en Estados Unidos y en Europa; inclusive en Latinoamérica tiene otra connotación. Werner nos recuerda que hay muchas definiciones de populismo, y analiza la idea tratando de explicar que es un movimiento que va más allá de criticar a las élites existentes: “Además de ser antielitistas, los populistas son siempre antipluralistas: aseguran que ellos, y solo ellos, representan al pueblo”. Este intelectual alemán nos propone que el populismo realmente es “una peculiar imaginación moralista de la política” y agrega que “el populismo surge con la introducción de la democracia representativa: es su sombra”. Eso quiere decir que no podemos vivir en democracia representativa sin populismo. A veces se usan los términos populismo y demagogia indistintamente.

Werner además mira el populismo como un “forma de política identitaria”, donde unos están del lado correcto y los demás en el lado equivocado de la historia. “Los populistas no solo fomentan el conflicto y alientan la polarización, sino que también tratan a sus opositores como enemigos del pueblo y buscan excluirlos de todo”. El postulado principal del populismo, en cualquier país del mundo, sigue siendo siempre el mismo: “Solo algunos son realmente el pueblo”, eso quiere decir que los demás son traidores al pueblo y hay que anularlos.
 
Por otro lado, el intelectual búlgaro Iván Krastev nos indica que el giro populista experimentado por el sistema político mundial en los últimos años, ha servido para aislar a la sociedad. El populismo, desde su mirada, ha convertido a la democracia en un mecanismo de exclusión, porque siempre busca la polarización. “El ascenso del populismo es el regreso a un tipo de política más personalista, en que los líderes desempeñan un papel fundamental y las instituciones son casi siempre vistas con suspicacia. La oposición derecha/izquierda queda sustituida por un conflicto entre internacionalistas y nacionalistas”. Krastev ve al populismo como una reacción a las debilidades de las democracias. “El verdadero atractivo de la democracia liberal consiste en que quienes pierden unas elecciones no tienen por qué preocuparse de perder nada más: la derrota electoral los obligará a reorganizarse y plantear la siguiente contienda, pero no tendrán que pasar a la clandestinidad mientras sus bienes son confiscados”. Sin embargo el populismo promete una victoria total. Allí nace el temor enfermizo a perder el poder. “Se dirigen a aquellos que ven en la separación de poderes una coartada para que las clases dirigentes puedan incumplir sus promesas. Por ello, una vez llegan al poder, lo que caracteriza a los partidos populistas son sus sistemáticos esfuerzos para desmantelar el sistema de pesos y contrapesos, y para tomar bajo su control a todas aquellas instituciones que gocen de alguna independencia como los tribunales, los bancos centrales, los medios de comunicación, o las organizaciones de la sociedad civil”.

Para realizar efectivamente esa acumulación total de poderes parece indispensable la figura de un líder populista, con un perfil claramente autoritario; un obsesionado con el poder que esté dispuesto a todo por lograrlo, y por mantenerlo. ¿Será que es un requisito indispensable para todo dirigente populista tener una personalidad autoritaria, y ser patológicamente narciso? Ese rasgo humano tan egocéntrico exige un culto ilimitado a la figura del líder, una especie de adoración casi religiosa. Podemos observar en casi todos los países gobernados por populistas, ejemplos grotescos de veneraciones desenfrenadas a la personalidad del líder. Reflexionemos para ver si eso es lo que conviene a los pueblos.

alvaromont@gmail.com  
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