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La fiesta inolvidable… La victoria de Rafael Caldera en 1968

Aquel 1968 marcaba una huella en la ruta de un hombre que tenía veintiséis meses recorriendo a Venezuela para mostrarse como el cambio frente al continuismo.

  • ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL

06/06/2020 08:50 pm

Por: Alexander Cambero 

El hermoso cielo yaracuyano lo cobijó por primera vez un 24 de enero de 1916. San Felipe era un lienzo rodeado de verdes arboledas, en donde crecía el fervor de su gente buena con la estirpe propia del gentilicio. En un hogar profundamente devoto, germinaba una semilla que daría como fruto uno de los hombres más brillantes en la historia venezolana: Rafael Caldera, se convertiría en una figura legendaria del conocimiento académico y de la política. Jamás existió otro ciudadano con tan alto nivel cultural al frente de los destinos de la nación. En el sillón de Miraflores estaba un verdadero sabio del idioma, docto hombre de leyes, pensador fecundo, escritor de un estilo brillante, orador fulgurante que eclipsada cualquier escenario. Hizo del saber una palanca para amar a Venezuela, como quien besa el rostro arrugado de su madre. Desde que se inició como estudiante en la universidad, su talento lo hizo una referencia. Sus compañeros admiraban la capacidad de un joven provinciano que llamaba su atención por su inteligencia. Sus exposiciones rayaban la perfección. Los trabajos contenían una profundidad en los temas que avizoraban el renacer de un personaje que ocuparía sitiales de honor en la Republica, sus profesores hablaban de sus pergaminos con legítimo orgullo. Aquel hombre ganado para las academias, con magistral decoro, fue entendiendo que el servicio público era un compromiso ético. Que prestar su mayor esfuerzo al país, dignificaba la acción del hombre en la tierra. Las encíclicas de León XIII hablando de las reivindicaciones sociales basados en el humanismo cristiano, lo fueron seduciendo hasta hacerlo un ciudadano dispuesto a enarbolar las banderas de la lucha; con la bendición de su fe puesta en el cielo de su creencia, pero también con el compromiso de llevar esos valores sobre los hombros de la realidad social.

El comienzo…

En 15 marzo de 1933 El papa Pio XI organiza un encuentro de jóvenes católicos en Roma. Su interés era que la iglesia se involucrara en la lucha de los pueblos. El crecimiento del comunismo en las áreas más vulnerables de la población, tenía que tener una respuesta contundente, que garantizara la libertad, sin perder de vista la defensa de los derechos de los débiles, el encuentro versó sobre el cuadragésimo segundo aniversario de la promulgación de la encíclica Rerun Novarum. Aquella obra magistral del papa León XIII quien, en plena revolución industrial, sale en defensa de los trabajadores expoliados por un sistema absolutamente depredador, significó una contundente respuesta social. El encuentro en el Vaticano hace que aquellos brillantes líderes juveniles asuman un compromiso de vida, entre ellos estaba Rafael Caldera, quien particularmente estaba ganado para llevar el mensaje. El pontífice hizo énfasis en la frase de la encíclica: "Es inhumano abusar de los hombres, como si fueran cosas, para sacar provecho de ellos” Esas palabras nacidas en el atardecer del siglo XIX Calaron hondo en el venezolano hasta transformarlas en su visión. En Italia coincidió con el chileno Eduardo Frei, quien llegaría posteriormente a la primera magistratura chilena. Desde Europa llegó a Venezuela para fortalecer el movimiento católico. En 1936 funda la Unión Nacional Estudiantil (UNE) Para darle cauce a las ideas, ellos se habían separado del movimiento estudiantil que tomó una orientación marxista. El líder impulsó al Movimiento Acción Nacional(MAN) génesis de Acción Popular con el cual logra ser electo diputado al congreso. Su afán por crear un instrumento de los trabajadores hace que se constituya en el principal redactor de la ley del trabajo. Sin descanso seguía impulsando nuevas formas de lucha. Funda al partido Socialcristiano Copei el 13 de enero de 1946 en la lavandería Ugarte en Caracas. Como era Procurador General de la República, no firmó el acta fundacional de la organización, pero todos saben que el sello de su corazón está allí, en la voluntad de todos. Con apenas treinta y un años se postula a la presidencia de la República. El laureado escritor Rómulo Gallegos, al igual que Gustavo Machado, son sus adversarios. Aquella quijotesca empresa lo hizo recorrer la nación con escasas probabilidades de éxito, sin embargo, no se amilanó en su anhelo de llevar el pensamiento socialcristiano hasta el último rincón. Los pueblos andinos, tradicionalmente católicos practicantes, le abrieron las puertas. La semilla germinó en los predios bendecidos de las montañas mágicas, los arreos de mula que empujaban al arado, en las faldas de los páramos, entre el humeante café negro que despertaba la brisa con el amanecer. Pueblos llenos de fe confundidos con las laderas de las cinco águilas blancas. En otras regiones su mensaje se enfrentaba al arraigado liderazgo popular de Acción Democrática. Oriente era bastión como una roca que sostenía los postulados socialdemócratas. Caracas mantenía simpatías por el mensaje comunista al igual que las zonas petroleras donde tenían presencia. Conocer el rompecabezas nacional; lo fue llenando de una ilustración humana que no describían los textos académicos. Una derrota electoral que serviría para crecer en la idea.


El destino juega naipes…

Rafael Caldera apagó las velas de sus cincuenta y dos aniversarios. Su deseo era llegar a gobernar la nación. Su vida estaba llena de episodios que engrandecían su hoja de servicios. Aquel 1968 marcaba una huella en la ruta de un hombre que tenía veintiséis meses recorriendo a Venezuela para mostrarse como el cambio frente al continuismo. Su estatura moral se agigantaba en las academias, su voz bajada del estrado magnificado en su brillantez como ciudadano excepcional. El pueblo fue abriéndole los brazos al mensaje de un hombre capaz de responder al fruto de sus desdichas, con la convicción de interpretar sus más caros anhelos. En el vecindario de su principal adversario político, un cisma de grandes proporciones se exteriorizaba en la tercera división de AD. Esta vez encarnada por el insigne maestro de América Luis Beltrán Prieto Figueroa. Su reciedumbre moral no soportó el despojo del cual fue objeto, la recia personalidad de un hombre íntegro; recibió el fuetazo de un cogollo que desconocía sus legítimos derechos de ser el abanderado presidencial del partido. Las bases del magisterio y el movimiento sindical se sintieron defraudados. La gran mayoría se sumó al llamado del maestro, recogieron sus valores de tiza y pizarrón; para enseñar desde la dignidad política, al igual que los trabajadores que expresaron su enorme descontento; cambiando el blanco color de sus conciencias, por el irreductible morado: que simbolizó la trinchera de un insigne pedagogo con la fuerza de un huracán margariteño. La organización coloca al Doctor Gonzalo Barrios, para que asuma la candidatura en plena crisis interna. Un hombre brillante, con una hoja impecable, trataría de restañar la herida, imponiendo la maquinaria y el amor por el partido, por encima de la natural rabia por el despojo hecho. La herida estaba allí, martirizando una opción; que luchaba contra el fuego interno, que carcomía las vísceras organizativas, mientras Rafael Caldera se levantaba como el adalid frente al continuismo de diez años desgastantes. Ya la leyenda de la lucha contra la dictadura perdía fuelle ante la manifiesta incapacidad de años de administraciones poco eficaces. La idea de un cambio fue ganando terreno aceleradamente.

La fiesta inolvidable

Cuarenta días antes de la elección Rafael Caldera, se presenta en la plaza O´Leary de Caracas el 21 de octubre de 1968. Se muestra exultante ante la gran probabilidad de la victoria. Su discurso despierta una gran expectativa, quien disertaba con erudición de mago de las palabras ya lo hacía como presidente. Del tórrido lenguaje cervantino nacían expresiones que el pueblo comprendía claramente. La capital se llenó de alborozo y de rostros sencillos. En la campaña se dedicó a visitar a los sectores más humildes. Los seres de las barriadas lo percibieron, el gran académico adornado de honores y reconocimientos; también comprendía el dolor de abajo, aprendió en la piel de la necesidad para ser su abanderado. La suerte estaba echada. La campaña lo fue agrandando mientras su principal adversario se refugiaba en su maquinaria. Gonzalo Barrios, era un hombre lúcido, de indiscutibles méritos ciudadanos, de una comprobada honestidad, pero carecía del carisma de sus míticos compañeros históricos. No generaba la debida emoción, muchas veces aburría como invitando a la modorra general. Cansaba con sus poses de un aspirante como empujado por una causa protagónica desfallecida. Adolecía del clásico germen adeco de sembrarse en lo popular. En sus acciones faltaba el talante explosivo de Rómulo Betancourt, la popularidad de Leonardo Ruiz Pineda, la conexión de Alberto Carnevali, la vitalidad robótica de Carlos Andres Pérez, el coraje principista de Prieto Figueroa, como descollante tribuno de innegociables compromisos ideológicos. Barrios, simbolizaba la maquinaria que deslizaban sobre la disciplina del partido. No generaba el éxtasis que embriagaba a las masas transformadas en marejadas, era simplemente el compromiso militante, por un hombre lleno de lauros intelectuales, pero al cual le constaba el contacto con la gente sencilla. Estaba más cercano al prístino aire parisino, que al ventorrillo en cualquier buhardilla venezolana. Caldera tuvo tres elecciones anteriores para comprender que había que descender del pedestal. El cambio como una imponente bola de nieve iba nutriéndose de un descontento, que encontraba su válvula en las proclamas del yaracuyano, mientras el abanderado socialcristiano visitaba las principales ciudades del país en actividades colosales, Barrios se mantiene mucho tiempo en Acarigua. Las horas decisivas encuentran un Caldera con paso firme, mientras su principal contrincante se evapora, tratando de contener la diáspora que engrosa las filas del MEP. Los sondeos indican un Rafael Caldera en primer lugar. Con la muestra en sus manos arremete de manera contundente, sabía que la oportunidad era única. Que la alternancia en el poder no era algo descabellado, la oportunidad la brindaría la voluntad del pueblo fielmente expresada en las urnas electorales. La campaña por el cambio surtía el efecto deseado, un mensaje claro captaba el deseo de la mayoría. Maracaibo, Barcelona, Valencia y Barquisimeto fueron construyendo la victoria. Caldera por los cuatro costados. Gonzalo Barrios le pensaban los instantes finales con sus sesenta y seis años a cuestas. Como una súbita estampida llegamos al día de la elección. Todo el país estaba en vilo. Prieto hizo un gran esfuerzo por alcanzar el triunfo, la realidad lo fue extinguiendo hasta quedar inconclusa su histórica oportunidad. Gonzalo Barrios Bustillos, descansaba en la fortaleza del aparato organizativo de AD para pretender la continuidad. Rafael Caldera creía que las urnas electorales le concederían la victoria. En la más reñidas de las contiendas el abanderado socialcristiano logra alzarse con el poder. Solo treinta y tres mil votos separaron a Caldera de Gonzalo Barrios. Seis días de conteos, rumores y confirmaciones robustecieron a la joven democracia. Se lograba un cambio político sin traumas. La alternancia en Miraflores se confirmaba con robustez. Acción Democrática, la organización que encarnó la lucha contra la dictadura, con su historia llena de mártires, cárceles, destierro y persecución; perdía una elección por el voto universal que tanto promovieron. Los adalides del sufragio de las mujeres, quienes suscitaron la reforma agraria, la expresión social de mayor reconocimiento popular, caían derrotado en tiempos de turbulentos acontecimientos. No era la bestialidad dictatorial que le arrancaba el poder con un sablazo. Fueron los votos del pueblo que esta vez, no le acompañaron. Perdían la virginidad política en manos de un hombre que se preparó para ser Presidente. Enfrentó a Rómulo Gallegos cayendo derrotado. Siguió luchando atravesando el umbral de la dictadura. Cada sudor de su frente lo devolvió con respetabilidad. Se consolidó como genuina expresión de una voluntad de hierro. Enfrentó a Rómulo Betancourt para salir derrotado. Con el pacto de Punto Fijo logró con otros pensamientos darle estabilidad política a la nación. Frente a Raúl Leoni tampoco logra el poder. Con dignidad ofrece el apoyo de su partido al gobierno, siendo considerado como un acto de lealtad patriótica como bien lo reconoció Betancourt en su momento. El año 1968 fue su momento cumbre. Su tenacidad quebró la resistencia del continuismo. Pudo lograrlo con fe en sus principios. Manteniendo la unidad que faltó en la parcela contraria. Un gobierno donde no se perdió la Republica, una obra administrativa trascendente, reconocida como la mejor de la democracia. Salió del poder con la dignidad del hombre honrado que transformó a Venezuela en obras y en paz. 
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