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ARCHIVO DE VERBIGRACIA

Esta Tierra de Gracia, entre lo ilusorio y lo real

La imagen de Venezuela se ha ido ahondando, haciéndose más compleja la visión edémica del paisaje que sugieren ciertas obras

  • Diario El Universal

30/01/2020 04:44 pm

La lectura de relatos de viajes tiene mucho que ver con el sueño de otro modo de ser, con la ensoñación y sus complejas asociaciones mentales de realidad y deseo de ruptura con esta realidad. El viaje es un ir y un regresar, doble movimiento que elabora a la vez el espacio, expresa la conciencia de cada ser frente a la alteridad del mundo (el fenómeno de la individuación es el resultado de la percepción del mundo en torno mío); es decir que necesito de la alteridad para ser yo mismo: buscar más objetos y seres diferentes trae como corolario una mayor densidad de la conciencia de uno mismo. En otro plano, el viaje como itinerario estructura el espacio, y pone a mi alcance una aprehensión del tiempo, lo que hace del relato de viaje una forma definitoria de toda consmogonía y, en literatura, el soporte por excelencia de la cosmovisión. Además, concretiza el concepto de espacio-tiempo; en todas las culturas el viaje metaforiza el destino humano y la transición de un estado al otro de su existir y de su ser (la transmigración de las almas en los pueblos extremo-orientales, el tránsito entre el acá y el más allá en las culturas occidentales). 

La multiplicidad de registros que abarca el viaje no puede inventariarse en pocos momentos, sólo es posible destacar, como lo hace Friedrich Wolfzettel al comienzo de su libro Le discours du voyageur que el viaje obedece a dos finalidades principales, la primera es por necesidad, tiene causas materiales: viajes comerciales y expediciones militares principalmente; la otra es el placer, causa moral, el viaje en sí era ya el móvil de nuestros más lejanos antepasados aun cuando el viaje iba motivado (presumidamente) por la religión en el peregrino, por el prurito educativo en el joven de buena familia, por la curiosidad de ver otros espacios y otras personas, por el apetito de saber en el científico (estos últimos aspectos pueden coincidir con el móvil material), ya que un conocimiento mejor de otras tierras es un paso necesario para los negocios tanto como para la conquista militar, la inversa, el geógrafo y el naturalista, reciben una gran parte de sus conocimientos científicos nuevos de la observación de comerciantes y militares y de aventureros lanzados a la navegación o al viaje por tierra por circunstancias involuntarias. Lo racional, en el afán de dominar el mundo, lo disputa a la irracionalidad, el gusto por la concreta realidad se concatena con el deseo de salvar los límites de lo convencional, de lo banal. Estas aspiraciones contradictorias añaden un factor espiritual a la literatura, hacen posible una aventura nueva.

Camille Pissarro. Le port de La Guaira, circa 1853


El viaje y la novela de aventuras

La relación entre literatura de viajes y novela de aventuras es, en la opinión de F. Wolfzettel, un aspecto menor, porque en la novela el viaje sirve de pretexto ala construcción de historias de personas, al placer de las peripecias, prestándose más a efectos dramáticos o a la poetización de la realidad, a la creación de personajes que a la busca de la otredad. Sin embargo, podemos considerar la novela como parte decisiva de la literatura de viaje. Al generalizarse el gusto romántico, la curiosidad por lo otro se refuerza para volverse en una afición apasionada llamada exotismo, los lectores del siglo XIX y los del siglo XX han dado al relato de aventuras un éxito mayor que en todos los tiempos. La aparición de ediciones de libros para jóvenes en la segunda mitad del siglo XIX apoyada en la general alfabetización de la población en los países de Europa, en Francia en particular, crea una inmensa potencialidad de cultura: el libro de viajes tiene el privilegio de ser apropiado al deleitar enseñando. 

Estas novelas ensanchan el número de lecturas de evasión y pasatiempo tomando como referencia y como fundamento el relato de viaje propiamente dicho (reproducen, a veces, textualmente fragmentos de textos más o menos famosos). Así son las obras de Julio Verne, gran parte de las cuales son derivadas de las recopilaciones de informes de geografía, fauna y flora que el escritor solía hacer por cuenta del editor parisino Hetzel. Es el caso de Los hijos del capitán Grant, que lleva a dos adolescentes a cruzar el sur de Chile y de Argentina, en busca de su padre desaparecido, o bien El soberbio Orinoco (1898), esta vez es una joven (disfrazada de muchacho) la que se aventura por toda Guayana, remontando el curso del Orinoco, en busca de su padre, un explorador desaparecido. El novelista movilizó en la preparación de sus libros una larga lista de libros de viajes (Humboldt, Depons y Chaffangeon, para la novela de Venezuela, Bonplad y libros de viajeros ingleses y alemanes para el de Argentina). El innegable fin didáctico de estos libros involucra a menudo un proyecto ideológico, como la exaltación de valores europeos en La vuelta al mundo en ochenta días, suerte de compilación de efectos irónicos aplicados a la observación de los usos y costumbres de otros países del mundo entero (tendencia más marcada aun en Los trabajos de un chino en China). La generosidad, la rectitud, el gusto por el esfuerzo personal y colectivo, el sentido del orden social y el respeto mutuo, son temas recurrentes en estos libros; es posible afirmar que la novela ha absorbido parte de los objetivos del cuento filosófico al cual viene a sustituir en el gusto de los lectores del siglo XX.

Es un rasgo distinto de la visión de Venezuela desde Europa, lo utópico. Pensemos en la designación del golfo de Paria, visto por Cristóbal Colón como Tierra de Gracia, tratando de persuadir a sus lectores, los reyes católicos, de que la desembocadura del Orinoco sugería la presencia del edén en el interior del continente. Desde los primeros viajes la ensoñación viene a espiritualizar el feroz apetito de riquezas que movía las grandes empresas descubridoras.

Hoy, los bibliógrafos conocedores de los relatos de viajes, saben que la reedición está condicionada por la nueva recepción en un público culto: el análisis de la ideología propia del navegante europeo ha sido estudiado en ambos continentes y para las crónicas y los textos de México, tenemos por ejemplo el estudio conjunto de T. Todorov y G. Baudot Récits aztèques de la conquête (Paris, Le Seuil, 1983) que entran en la línea de los estudios de la Visión de los vencidos, elaborados por Nathan Wachtel y sus discípulos. En esta línea sería posible intentar una nueva visión como lo esbozan los trabajos de A. Chacón sobre cultura afrovenezolana, o los estudios de Federico Brito Figueroa sobre la historia colonial. Una modificación de la vista desde afuera, tal como resulta de los relatos de viajes. 


Costa de La Guaira durante el atardecer por Ferninand Bellermann

Por otra parte, los testimonios de los viajeros, su capacidad de ver a Venezuela son fuentes indispensables del pasado y aclaran notablemente nuestra propia visión del país, por ello es interesante que la editorial Utz, en París, haya creado una colección de textos en los que encontramos a la vez textos utópicos (Thomas More, Utopía; James Burgh, La cité des Césars) y los relatos de viajes como el itinerario marítimo de M. D’Anson, en el siglo XVII. La labor científica de los naturalistas y el afán aventurero del europeo que ve en Venezuela un espacio en blanco en el mapa (así ha seguido considerándose al alto Orinoco durante todo el siglo XIX y aun en la primera mitad del siglo XX) es un gran tópico de la lectura de viajes en toda Europa, con marcado gusto en Gran Bretaña, Alemania y Francia. Algo menos en España porque la tradición colonial había creado un intercambio real, unos lazos entre las familias de Venezuela y las de diferentes provincias españolas, en especial Andalucía y Canarias y, ya en el siglo XVII y hasta el XX, las provincias vascongadas y Galicia. Desde Francia, la migración a la América del Caribe se hace hacia las Antillas y hay que señalar que antes de los viajes de Humboldt, de Depons, de Chaffangeon, las noticias de Venezuela vienen integradas dentro de viajes más amplios, como lo muestran Rochefort (Histoire Naturelle des Antilles, 1665, Histoire Morale des Antilles, 1667) o más cerca de nosotros Jules Crevaux. La reedición de estos libros, con admirables grabados, es un modo de completar la biblioteca contemporánea de los itinerarios aventureros por el Orinoco, por los Llanos y por las cordilleras, generadores de cautivadoras visiones en las que el lector desea ensanchar su propia percepción del mundo. 

Los relatos de 1962, viaje por el curso superior del Orinoco de Jean-Marie Grelier, en particular, han tenido un notable éxito en Francia. Vemos que la tradición francesa de reunir la información científica y la visión utópica, el asociar la aventura y el saber, no pierde su vigencia. El lector de novela venezolana en Francia se inclina fácilmente a los libros que le cuentan destinos excepcionales o vivencias que, para él, son exóticas, lleva incluso la ingenuidad hasta creer que son testimonios de la realidad (evoquemos La plus grande pente, de Georges Arnaud, autor de otra novela de la que se sacó la famosa película de Clouzot, Le salaire de la peur, y una de las grandes novelas de la naturaleza de buena difusión en Francia: Doña Bárbara, o una novela histórica de gran éxito, la de Otero Silva, Lope de Aguirre, Príncipe de la libertad). La imagen de Venezuela se ha ido ahondando, haciéndose más compleja a la visión edénica, de una riqueza inagotable como las aguas de los grandes ríos, de la espontánea abundancia de una naturaleza nutricia, de belleza nativa percibida en la desnudez de los indios y las indias, nuevos Adán y Eva, ha venido a sumarse la idea de una inmensidad de los espacios donde el hombre pueda aplicar su arrojo y ambición, realizar las potencialidades de su espíritu.

Si el conocimiento naturalista ha venido a matizar la ilusión por la forma real de los mapas, por el inven- tario de las formas de vida y de pro- ducción, la existencia en Venezuela de una gran porción de territorios poco poblados, la propia tradición venezolana de los Llanos sin barreras y de las selvas sin caminos, viene a desempeñar en la visión de la Tierra el mismo papel épico que los relatos de las grandes navegaciones y el enfrentamiento con las fuerzas ele- mentales desencadenadas en las tem- pestades oceánicas (la gran literatura de aventuras marinas y la gran litera- tura de la aventura terrestre siguen teniendo una bella difusión en Fran- cia, forman el principal material de lectura ofrecido a los jóvenes). 

El desarrollo del conocimiento científico había de modificar la perspectiva, introducir una racionalidad y una certeza de la representación de las realidades americanas; sin embargo, la fascinación por lo otro viene a reforzarse y mantiene por lo tanto la dimensión poética de lo venezolano a los ojos del francés. Por ejemplo, la gran transformación de los estudios antropológicos, que marca el estudio estructuralista y el tono crítico introducido por Claude Levi-Strauss en su estudio de Brasil en Tristes Tropiques, ha despertado otra forma de indigenismo. Sin embargo, no ha llevado a los lectores y espectadores y turistas franceses a perder su idea del buen salvaje. Esta yuxtaposición de las dos visiones caracteriza la imagen de lo venezolano, dando cuenta de los grandes contrastes del país, con un conocimiento pequeño de la realidad urbana, de las artes contemporáneas, una afición viva por los bellos paisajes, el sentido de una poesía telúrica buscada hoy en la fotografía y el filme o video, y pese a una gran ignorancia de la historia de todo un pueblo. 

Dos filmes representan bastante bien, por su buena difusión en Europa, esta asociación de lo real y lo ilusorio en la visión que se tiene de Venezuela: Araya de Margot Benacerraf, y Río Negro de Atahualpa Lichy. De las crudas condiciones de los trabajadores salineros de la península de Araya el espectador guarda sobre todo la seguridad de la capacidad del hombre para dominar un medio ingrato, mientras que el gran éxito de este clásico del cine parece reposar sobre la belleza de la imagen y un ritmo del relato aparentemente sencillo y muy hábil, bien logrado. Lo espectacular vuelve a ser una gran calidad de Río Negro, y la re-constitución histórica recibe mayor crédito por la participación de figurantes de la región del alto Orinoco. La historia de violencia y de desorden en un mundo de acceso difícil concuerda con los muy antiguos tópicos de la aventura contada. En la cara moderna de la visión de Venezuela está la densa película Pandemonium, de Román Chalbaud. Allí está una fuerza poética que nace de la marginalidad, un grupo social que no calza en las hormas usuales y sin embargo expresa una cultura de amplios sectores urbanos actuales. Lo feo y lo bello, la violencia y la generosidad, las pasiones y la abnegación marcan el drama, en la ciudad de Caracas, con una admirable capacidad poética. Así, la nueva expresión artística revela el sentido de la belleza disimulada en la realidad, aun en la más sórdida, es una transfiguración que dice una verdad profunda.


Francois Delprat
Escritor e historiador Francés

Publicado el sábado 2 de diciembre de 2000 / Verbigracia No. 9, Año  IV
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