José Antonio Abreu: Maestro de maestros
“Estoy convencido de que después de la muerte seguimos trabajando donde quiera que acabemos: que en el cielo hay trabajo, que la casa de Dios no es la del ocio, trabajamos con él, nos asociamos con él”, José Antonio Abreu
CAROLINA JAIMES BRANGER
En 1951, una joven pianista argentina se presentó en Barquisimeto. A esa función asistió con su padre un niño de once años que, conmovido hasta el alma por lo que vio, sintió y vivió en ese concierto, decidió que quería ser músico... y en músico se convirtió. En 2006, esa misma pianista, ya con ochenta y un años a cuestas, regresó a Venezuela a dar un concierto memorable. Y allí estaba para recibirla y presentarla al público el niño a quien la magia de su prodigio convirtió en músico. Ella, Pía Sebastiani. Él, José Antonio Abreu.
Pero la historia musical de José Antonio Abreu no comenzó con Pía Sebastiani. Comenzó antes de que él naciera, concretamente en 1897, cuando su abuelo Antonio Anselmi Berti llegó proveniente de la isla de Elba, en Italia, con muchos sueños y cuarenta y seis instrumentos de viento que recorrieron a lomo de mulas parte del territorio nacional, hasta instalarse en el estado Trujillo, donde fundó la Banda Filarmónica de Monte Carmelo.
Abreu siempre habló de la impresión que tuvo a los seis años cuando fue a conocer esa casa, hoy donada al Estado para construir allí la sede del Centro de Acción Social por la Música. Abreu no conoció al abuelo, pero sí sus partituras, sus libros y a algunos de los músicos que él había formado. La abuela le cantaba arias de ópera.
José Antonio Abreu fue un estudiante metódico y brillante. Su primera maestra de música fue Doralisa Jiménez de Medina, en Barquisimeto. Allí “tuvo la suerte” de que le pusieran al lado a una muchacha llamada Pastora Guanipa, que tocaba violín mucho mejor que él: “Me obligó a demostrar mi valía, y es algo que después compruebo que ocurre todos los días en nuestras orquestas... Al principio consigues resultados heterogéneos, pero, al final, los niveles superiores acaban arrastrando a los inferiores. Nunca ocurre al revés, si fuera al contrario, la orquesta se disolvería”.
Ya mudado a Caracas, en la Academia Nacional de Declamación estudió composición con Vicente Emilio Sojo, piano con Moisés Moleiro y órgano y clavecín con Evencio Castellanos. Paralelamente estudió Economía en la Universidad Católica Andrés Bello, de la que se graduó Summa Cum Laude.
Mi cuñada Rosalind Greaves de Pulido, compañera de universidad de Abreu, recuerda una reunión de amigos que tuvieron a principio de los años sesenta: “José Antonio era un joven diputado. Cuando le preguntamos que cómo le iba nos dijo que pronto tendría que decidir entre ser músico o ser político”. Por fortuna, no tuvo que renunciar a ninguna de sus dos pasiones, porque el camino que tomó fue hacer política a través de la música. Con la premisa de que “la cultura para los pobres no puede ser una pobre cultura”, le propuso al presidente Carlos Andrés Pérez en 1975 crear una fundación, un proyecto revolucionario que cambiaría la vida de los niños de las comunidades más empobrecidas introduciéndolos en el mundo de la música. A través de un programa estricto y disciplinado, a los niños se les enseñaría a tocar un instrumento musical desde la edad de dos años. Esta inmersión en el mundo de la música clásica los transformaría y crearía un efecto dominó de consecuencias positivas que trasciendería la esfera personal para influenciar a toda la nación. Pérez dio el visto bueno y allí nació, en un garaje, con once músicos y veinticinco atriles, lo que luego se conoció en todo el mundo como el Sistema, la única obra e institución que se ha mantenido como política de Estado durante cuarenta años.
La siembra
Los inicios fueron duros: a pesar de la aprobación del proyecto, los fondos para lo que Abreu quería hacer no eran suficientes. Nadie podía imaginarse la magnitud de lo que José Antonio Abreu había concebido. Solo él lo imaginaba, con el empuje, el tesón y el convencimiento que tienen los grandes hombres. Ahí empezó su cruzada de pedir para sus orquestas. Con la paciencia y la mística de un santo. Haciendo horas y horas de antesala, muchas veces a funcionarios mediocres y a empresarios engreídos. “¿Puede esperar media hora más?”, le decían. “Espero todo lo que tenga que esperar”, respondía. La media hora se convertía en una, dos, tres, cuatro horas... A veces más. Abreu siempre llevaba un libro que leer o una partitura que estudiar. “¿Puede volver mañana?”. “No, yo espero”. Con la misma pasión buscaba que le regalaran un violín que cien. Sabía que ese instrumento, más que un instrumento musical, era el instrumento para cambiar la vida de un niño y de su familia. Porque un niño expuesto al método, la disciplina y el orden de una orquesta, sería exitoso en todo lo que se propusiera hacer en su vida. Ya dos generaciones son testimonios vivientes de esta realidad.
La consolidación
En 1979 José Antonio Abreu se alió con Luis Alberto Machado, Ministro de Estado para el Desarrollo de la Inteligencia, en un polémico proyecto de jóvenes entre diez y veinte años, que incluyó indios pemones, que en dos meses y medio fueron entrenados para tocar una sinfonía de Haydn y el cuarto movimiento de la Novena Sinfonía de Beethoven, cuando antes jamás habían tenido un instrumento en sus manos. Con el apoyo de Machado, la Fundación del doctor Abreu pudo continuar su obra, pues en el gobierno había quienes querían acabarla.
Juan Martínez Herrera, fundador de la Orquesta Juvenil de Carora, en un homenaje que le hicieron en 1980 por iniciativa del maestro Felipe Izcaray, le dijo a José Antonio Abreu: “Yo solo soy un obrero de la cultura y el mérito lo tienen mis amigos, los muchachos de la Orquesta Simón Bolívar. Ellos son los héroes que van a cambiar al país”.
Y así ha sido. Nuestros músicos son los héroes que han cambiado el paradigma de los barrios: ya muchos niños no quieren ser malandros cuando crezcan, sino quieren ser músicos. Edicson Ruiz, por ejemplo, es el maestro más joven que se haya admitido en la Filarmónica de Berlín. Este joven venezolano es uno de los productos del proyecto social más importante en la historia del país. Su mamá lo inscribió cuando tenía once años en el núcleo de la orquesta de San Agustín “porque no le gustaban las juntas con las que andaba”.
La pléyade de directores de orquesta que hoy ponen el nombre de Venezuela en las más altas cumbres de los círculos culturales del mundo entero han sido “obra y gracia” de José Antonio Abreu. Así como también los músicos que representan los valores que –si los tuviéramos como sociedad– fuéramos uno de los países más adelantados del mundo. Por eso El Sistema transmite tantas esperanzas.
¿El secreto?... Creo que no hay un secreto, sino muchos detalles. La austeridad monacal del doctor Abreu constituyó un ejemplo de la concordancia entre lo que decía y lo que hacía. Así mismo su humildad. La grandeza, sin que me quede duda, es humilde. Un hombre que recibió los más importantes reconocimientos en todo el mundo, fue un hombre de una sencillez abrumadora. Y eso se lo transmitió a sus alumnos.
Su profunda fe en Dios lo ayudó a superar obstáculo tras obstáculo. Su búsqueda de la excelencia fue el norte que siempre persiguió. Su orden, su disciplina, su rigurosidad fueron los motores que movieron su acción. El doctor Abreu, por ejemplo, llevaba siempre una libretica y cuatro marcadores: tres con los colores del semáforo y uno morado. Cuando no había logrado algo, lo anotaba en rojo, y lo repetía en la agenda hasta que apareciera en verde. En amarillo escribía lo que estaba en curso. Y en morado lo que le estaba costando una barbaridad.
El legado
José Antonio Abreu fue de una consecuencia extraordinaria. Doy fe de que siempre que escribí algo sobre el Sistema me llamó personalmente a agradecérmelo. Y así miles de personas que recibieron notas, cartas y llamadas suyas llenas de cariño y gratitud.
Sus hermanos se quejaban de su terquedad, sobre todo en lo que tocaba a su salud. Siempre puso todos sus deberes por delante de él. Pero para lograr crear una obra como el Sistema Nacional de Orquestas y Coros Juveniles e Infantiles de Venezuela hay que ser empecinadamente terco.
Su capacidad de trabajo era infinita. No tenía horarios, ni descansos. Dio todo por lo que creía, por lo que soñaba, por lo que amaba. Su obra, su maravillosa obra, su grandiosa obra, está signada por el amor. Por eso ha sido tan exitosa. David France, Sistema Fellow de 2012 comentó: “aprendí en Venezuela que no hay carencia personal que no pueda ser llenada con la entrega total de uno mismo a los demás”. Una hermosísima descripción del legado de José Antonio Abreu. Por eso fue, es y será siempre “el Maestro”.
El escritor estadounidense William Arthur Ward dijo que “el maestro mediocre dice. El buen maestro explica. El maestro superior demuestra. El maestro grande inspira”. Inspirador Maestro Abreu. Admirado Maestro Abreu. Querido Maestro Abreu, usted mismo lo dijo: “No hay nada más sublime en la vida que dar”. Por eso, a lo largo de los siglos, cada vez que un niño o un joven venezolano tome un instrumento musical en sus manos, hará sonar su obra de amor. Y cada nota musitará: “Gracias, Maestro, infinitas gracias por todo lo que hemos recibido”.
Obra en cifras
11
músicos tenía la primera orquesta del Sistema cuando se fundó en 1975.
700.000
niños y jóvenes integran hoy el programa artístico-social fundado por José Antonio Abreu.
416
núcleos repartidos en todos los estados del país tiene actualmente el Sistema.
1.340
módulos del Sistema están esparcidos por todo el territorio nacional.
8.929
docentes forman parte de la organización.
1.210
orquestas posee el Sistema de Orquestas venezolano.
372
coros juveniles e infantiles hacen vida dentro de la organización fundada hace 40 años.
50
países de todo el mundo han replicado la experiencia venezolana.
1
millón de conciertos ofrecerá el Sistema este año para celebrar su 40 aniversario.
4
horas diarias al estudio y la práctica de la música dedican los niños y jóvenes que hacen vida en el Sistema.
30.000
músicos tocarán por los 40 años del Sistema de Orquestas.
43
núcleos del Sistema tiene Zulia, seguidode Distrito Capital (39) y Miranda (29).