Sombras del mal: Un ángel de la muerte que ejercía como enfermero
Confesó 29 asesinatos tras acordar que cooperaría a cambio de evitar la pena de muerte
Hay lugares que presumimos seguros, donde creemos que nada malo pueden hacernos: escuelas, bibliotecas, templos, hospitales.
Pero nuestras creencias no están sustentadas, y hoy conoceremos a un enfermero que traicionó su juramento y mató al menos a 29 personas, aunque expertos consideran que pudo haber acabado con la vida de unas 400.
Es la historia de Charles Cullen, un enfermero que durante 16 años asesinó a sus pacientes en hospitales de Nueva Jersey y Pennsylvania, valiéndose del silencio cómplice de los centros donde cometió sus crímenes.
Charles Edmund Cullen nació el 22 de febrero de 1960 en West Orange, Nueva Jersey. Tuvo una infancia marcada por la pobreza, la violencia doméstica y la muerte de sus padres: Su papá murió cuando tenía siete meses y su mamá cuando tenía 17 años.
En la escuela fue víctima de maltratos, acoso y bullying que dejaron huellas en su psique. Desde joven tuvo comportamientos perturbadores, reiterados intentos de suicidio y automutilación.
Al terminar la secundaria y tras la muerte de su madre en un accidente de tránsito, Cullen se unió a la Marina. En 1984 fue dado de baja médica.
Estudió enfermería y se graduó en 1986. Poco después se casó y tuvo una hija. En esa época, tras una muerte sospechosa, fue despedido y comenzó un periplo por hospitales a lo largo de 16 años, durante los que dejó una estela de muerte.
Cullen mataba administrando dosis letales de medicamentos a pacientes vulnerables, ancianos o con enfermedades graves, aunque muchos de ellos estaban en proceso de recuperación.
En 1993 una enfermera notó que uno de sus pacientes había recibido una dosis excesiva de insulina poco después de que Cullen lo atendiera. Sin embargo no tuvo mayores problemas, y a los pocos meses lo dieron de alta.
Cullen comenzó a utilizar una combinación más letal. Sus víctimas aumentaron y el personal del hospital comenzó a notar patrones extraños en los decesos.
Aprovechando la escasez de enfermeros y el silencio de los hospitales que no investigaban las sospechas, recorrió diez centros que convirtió en santuarios de muerte.
Pero en 2003 la enfermera Amy Loughren detectó su relación con el fallecimiento de los pacientes bajo su cuidado y denunció el caso ante la Policía. Loughren recopiló evidencias, análisis de los registros médicos y entrevistas con el personal del hospital. El 12 de diciembre de ese año fue detenido mientras comía.
Días más tarde confesó 29 asesinatos tras acordar que cooperaría con las autoridades a cambio de que no solicitaran la pena de muerte. Fue condenado a 12 cadenas perpetuas, y más tarde recibiría seis condenas más. Podrá solicitar su libertad condicional en 2403.
Tras la condena de Cullen varios hospitales fueron demandados por su complicidad con los hechos, el sistema médico de Estados Unidos se reformó y se legisló para obligar a los centros a reportar e investigar las muertes hospitalarias sospechosas.
Pero nuestras creencias no están sustentadas, y hoy conoceremos a un enfermero que traicionó su juramento y mató al menos a 29 personas, aunque expertos consideran que pudo haber acabado con la vida de unas 400.
Es la historia de Charles Cullen, un enfermero que durante 16 años asesinó a sus pacientes en hospitales de Nueva Jersey y Pennsylvania, valiéndose del silencio cómplice de los centros donde cometió sus crímenes.
Charles Edmund Cullen nació el 22 de febrero de 1960 en West Orange, Nueva Jersey. Tuvo una infancia marcada por la pobreza, la violencia doméstica y la muerte de sus padres: Su papá murió cuando tenía siete meses y su mamá cuando tenía 17 años.
En la escuela fue víctima de maltratos, acoso y bullying que dejaron huellas en su psique. Desde joven tuvo comportamientos perturbadores, reiterados intentos de suicidio y automutilación.
Al terminar la secundaria y tras la muerte de su madre en un accidente de tránsito, Cullen se unió a la Marina. En 1984 fue dado de baja médica.
Estudió enfermería y se graduó en 1986. Poco después se casó y tuvo una hija. En esa época, tras una muerte sospechosa, fue despedido y comenzó un periplo por hospitales a lo largo de 16 años, durante los que dejó una estela de muerte.
Cullen mataba administrando dosis letales de medicamentos a pacientes vulnerables, ancianos o con enfermedades graves, aunque muchos de ellos estaban en proceso de recuperación.
En 1993 una enfermera notó que uno de sus pacientes había recibido una dosis excesiva de insulina poco después de que Cullen lo atendiera. Sin embargo no tuvo mayores problemas, y a los pocos meses lo dieron de alta.
Cullen comenzó a utilizar una combinación más letal. Sus víctimas aumentaron y el personal del hospital comenzó a notar patrones extraños en los decesos.
Aprovechando la escasez de enfermeros y el silencio de los hospitales que no investigaban las sospechas, recorrió diez centros que convirtió en santuarios de muerte.
Pero en 2003 la enfermera Amy Loughren detectó su relación con el fallecimiento de los pacientes bajo su cuidado y denunció el caso ante la Policía. Loughren recopiló evidencias, análisis de los registros médicos y entrevistas con el personal del hospital. El 12 de diciembre de ese año fue detenido mientras comía.
Días más tarde confesó 29 asesinatos tras acordar que cooperaría con las autoridades a cambio de que no solicitaran la pena de muerte. Fue condenado a 12 cadenas perpetuas, y más tarde recibiría seis condenas más. Podrá solicitar su libertad condicional en 2403.
Tras la condena de Cullen varios hospitales fueron demandados por su complicidad con los hechos, el sistema médico de Estados Unidos se reformó y se legisló para obligar a los centros a reportar e investigar las muertes hospitalarias sospechosas.
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