El cruce de llamadas telefónicas fue lo que permitió capturar al asesino. Se había llevado el teléfono de su víctima y gracias a ello pudieron saber que el equipo estaba activo y que además hacían llamadas desde él. Fue así como se organizó el operativo.

Un policía se hizo pasar por un cliente interesado en un “servicio”. Quedaron en encontrarse en un hotel en la calle Los Manolos de la avenida Andrés Bello de Caracas. Era el 26 de junio del año 2008, un día antes del Día del Periodista.

Hay historias que son difíciles de contar, esas que involucran a amigos, a personas que uno apreció en vida y a pesar de los años transcurridos desde su muerte, se les extraña. Ser compañeros de universidad y de trabajo permitió tejer unos lazos que perduran en el tiempo.

El asesinato de Javier García fue de esos crímenes que hieren, que duelen. No solo por la pérdida que representó el brutal asesinato de un prometedor compañero, sino también por la manipulación que se hizo en torno al tema de la orientación sexual de la víctima, Javier fue asesinado no solamente físicamente, sino que también lo mataron moralmente.

Para quienes no lo saben, Javier García quería ser cantante, era su pasión, pero se destacó como periodista. Sus primeros pasos los dio en Los Teques, como muchos se inició en el periodismo institucional y después probó suerte en los medios. Poco tiempo después daría el gran salto.

Una oferta, una suplencia de 30 días, en la redacción del turno vespertino del noticiero de Radio Caracas Radio, fue el paso hacia lo que sería su destino: La televisión.

Al poco tiempo ingresó como personal contratado de Radio Caracas Televisión, de la redacción saltó a convertirse en reportero. Así fue palpando la vida noticiosa venezolana, su cara fue haciéndose habitual para los venezolanos que día tras día tomaban el pulso del país a través de las noticias del canal 2 en sus tres emisiones.

Poco a poco fue calando entre el público, hasta que se hizo ancla del noticiero matutino, el trabajo rendía frutos, inclusive lo vimos bailar feliz en la tradicional cuña navideña del canal de Bárcenas. A nadie parecía importarle la vida privada ajena, no parecía hasta que lo indecible ocurriría.

El domingo 15 de junio de 2008, tras infructuosos intentos de comunicarse con él, un familiar de Javier encontró su cadáver en su apartamento en Bello Monte. Tenía varias puñaladas en pecho y piernas. De su casa se habían robado varios objetos.

Luego se iría desenrollando la temible cascabel de las habladurías, desde lo más alto del poder se acusó la orientación sexual de la víctima como móvil del crimen.

Y lo más lamentable vendría tras la detención del asesino. Isaac Oberto Molleda Zárraga, de 24 años de edad, se convertiría en la noticia. Por encima de la víctima y del dolor. El móvil, el robo, sirvió para aplastar la memoria de Javier, se vendió la idea del crimen pasional, la orientación sexual pesaba más que todo lo demás, los militares y su forma de ver la vida.

Las crónicas que se escribieron fueron otros clavos para el ataúd y el caso fue frivolizado, la víctima fue apuñalada una y otra vez y nada se podía hacer.

Días más tarde, Molleda Zárraga fue detenido y condenado a 15 años de prisión, tiempo que se cumplirá el año que viene.

Pero la vida sigue adelante y a veces tiene tantos giros crueles. El 12 de marzo de 2018, casi diez años después del asesinato de Javier, su hermano, el médico Pedro Enrique García, murió casi de la misma manera en el mismo apartamento.

Un sujeto identificado como Fernando Antonio García Gutiérrez, de 19 años de edad, lo golpeó con un tubo y luego habría robado objetos valiosos.

La muerte a veces es el menor de los problemas. A veces nuestros prejuicios son peores que la parca asesina.