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Heredera de una gran tarea

Por su familia paterna, Alicia Ponte es pariente de Bolívar. Por el materno, de Antonio José de Sucre. Esa prosapia la ha asumido con humildad, pero con responsabilidad. Venezuela es su hogar herido

  • Diario El Universal

18/01/2020 05:45 pm

CAROLINA JAIMES BRANGER
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL
Una de las investigadoras y docentes mejor preparadas que tiene el país, atribuye su pasión temprana a la influencia de los médicos de ambas ramas de su familia. Se ha dedicado al campo de las llamadas enfermedades desatendidas, donde ha realizado grandes aportes en los estudios de la Leishmaniasis y en los últimos años sobre los agentes parasiticidas contra el Trypanosoma brucei. Apasionada educadora, continúa formando jóvenes desde su cátedra en la Facultad de Medicina de la UCV. Presidió la Asociación Cultural Humboldt, de la que es miembro del Consejo Consultivo.


-La investigación científica en Venezuela tiene en ti uno de sus mayores exponentes. Habiendo estudiado Educación como pregrado, ¿qué te llevó a ese campo?

-Además de mis padres, mis modelos de vida han sido, por ambas ramas de la familia, médicos. Mi bisabuelo, Manuel María Ponte y Domínguez, y mi padrino, Armando Sucre Eduardo. Al primero no lo conocí, mas aprendí a admirarlo en casa de mis abuelos Ponte Rodríguez. A mi tío-padrino -Armando- lo disfruté enormemente desde pequeña y aprendí de él su amor por la medicina y por sus pacientes los niños, su vida de pediatra. Por otra parte, desde adolescente, en el colegio, pertenecí a las voluntarias que iban a las barriadas petareñas a dar clases a los pequeños y a atender la enfermería que el colegio mantenía allí. Finalmente, siempre he sido una gran lectora y en mi infancia devoraba los libros de la biblioteca de mis abuelos Sucre Eduardo. Es decir que mi pasión por la educación, el estudio y la medicina nacieron conmigo. Al graduarme de bachiller estaba convencida de estudiar Medicina, corrían los años post-renovación académica y entrar a la Escuela de Medicina era complicado. Y en ese momento, otro de mis modelos de vida, mi tío Gustavo Sucre Eduardo s.j., tuvo una participación crucial en mi vida, me convenció de estudiar Educación en la Universidad Católica Andrés Bello (UCAB). Como yo, otras 130 personas entramos ese año a la carrera, hablamos de 1973. Al año siguiente, más de la mitad de mis compañeros abandonaron la UCAB y se trasladaron a la Universidad Central de Venezuela (UCV) o la Universidad Simón Bolívar (USB) a estudiar Biología, Química o Medicina. Yo decidí quedarme en la UCAB y culminar la carrera de Educación. Para ese momento no pensaba que yo podía ser investigador científico y profesora en la UCV. Me ilusionaba con ser maestra de preescolar, primaria o bachillerato y enseñar biología. Pero durante la carrera varios de mis profesores fueron claves en el salto cuántico que en cuarto año di. Amado López, profesor de Química, Norma Carrasquel, profesora de Botánica, Victor Canestri, profesor de Zoología, entre otros. Ellos comenzaron -sin querer- a mostrarme el mundo de la ciencia (ser curiosos con el entorno y buscarle respuestas a esa curiosidad) y me convencí de que ella, la investigación científica, estaba incorporada a mi ADN. Así, desde cuarto año, comencé a visitar primero la USB (con Teresa López, Salvador Giardina y Pedro Aso) y luego el Instituto Venezolano de Investigaciones Científicas (IVIC, con muchos queridos profesores; nombraré solo a mi tutor Jaime Requena), y terminé realizando mi trabajo de grado en biofísica y no en educación, como correspondía. Una vez culminada mi carrera, presenté los exámenes para ingresar al IVIC como estudiante de Maestría, la cual culminé en 1981. A partir de entonces entré a la Facultad de Medicina como Profesor Instructor y, aunque no soy médico, ni puedo diagnosticar o recetar, logré mi sueño, estar en la Facultad de Medicina explorando las incógnitas de la salud y la enfermedad, y educando a muchas generaciones de estudiantes de Medicina. 



-Te has dedicado de lleno al estudio de las enfermedades tropicales desatendidas. En estos momentos cuando han reaparecido -y además repotenciadas- muchas enfermedades erradicadas, ¿qué puede hacerse?

-Para comprender el término desatendidas (NTDs) u olvidadas es necesario recurrir a un vocablo que en inglés se denomina DALY y que se refiere al número de años perdidos o tiempo “deshabilitado”, es decir no productivo de una persona, debido a la presencia de la(s) enfermedad(es) aquí referidas. Hay algunas de estas dolencias que afectan a tantas personas a nivel mundial, y por tanto tiempo, que se puede hablar incluso de varios millones de años productivos perdidos. Se denominan desatendidas debido a que al no ser enfermedades globales (crónicas), como diabetes o enfermedades cardiovasculares, o cáncer, sino enfermedades usualmente frecuentes en países en desarrollo y usuales en entornos de pobreza, tienen gran dificultad de estimular los intereses de las empresas farmacéuticas en invertir en el desarrollo de medicamentos en contra de ellas. Sin embargo, son enfermedades muy importantes a nivel mundial ya que reducen el potencial humano, constituyen una enorme carga económica para los países endémicos, disminuyen el rendimiento de adultos y jóvenes en edad productiva, entorpecen el crecimiento y el desarrollo cognitivo de los niños, causan gran sufrimiento humano, estigmatización social y discriminación y son prevenibles. Y este es un término fundamental en donde las políticas públicas de prevención y educación juegan un rol invalorable. Usualmente, los programas de atención para estas enfermedades han estado vinculados a la distribución masiva o selectiva de fármacos con acción antiparasitaria. Sin embargo, el resultado de estos programas ha sido paliativo y perecedero, principalmente debido a que su diseño, implementación, monitoreo y evaluación, frecuencia y duración han sido poco sistemáticos. Es por ello necesario delinear herramientas para la búsqueda de soluciones factibles y a largo plazo. Es decir: (1) Diseñar herramientas de diagnóstico, epidemiológicas, preventivas y terapéuticas para optimizar los sistemas de salud encargados del control de las NTDs, (2) Llevar un registro riguroso de incidencia y prevalencia de las mismas para atacar de forma inmediata los focos epidémicos que puedan surgir, y (3) comprender las características de estas enfermedades y sus agentes patógenos, tomando en cuenta la inmensa flexibilidad de los organismos causantes de las mismas. Esa flexibilidad implica constantes avances y retrocesos en relación a su transmisión y propagación. Por ello, la información de campo, es decir, la obtenida en hospitales y ambulatorios debe ir de la mano en forma coordinada -e inmediata- con el conocimiento producido por nosotros los investigadores. Y nosotros, como investigadores y académicos creadores del conocimiento, somos en cierta forma responsables de convencer a los ejecutores de políticas públicas de usar ese conocimiento en conjunción con el proceso educativo, como herramienta crucial en la prevención y control de las NTDs.

-La educación es un apostolado y en Venezuela, un sacrificio personal. ¿Qué te mueve a seguir?

-Según el DRAE educar es desarrollar o perfeccionar las facultades intelectuales y morales del niño o del joven por medio de preceptos, ejercicios, ejemplos. Esto suena muy pomposo. Personalmente siento que, para ser educador, para poder educar a otros, hay que tener algunas virtudes: ser muy humilde, para reconocer tu propio y justo valor, y ser curioso, para poder reconocer y valorar a quienes te rodean y son tus alumnos. Mas estas dos cualidades no son suficientes si no existe la empatía que permite construir puentes con quienes te rodean, y a través de esos puentes, tener amplitud para transmitir el conocimiento que tienes y recibir el que quien te rodea puede ofrecerte. Es decir, que, para mí, la educación es un organismo vivo, una red más que una herramienta de aprendizaje; es un instrumento de interconexión y de reconocimiento mutuo. Ciertamente educar es un apostolado y lo considero un sacrificio personal, quizás sólo desde el punto de vista económico. Las recompensas que desde el punto de vista humano puede dar, y de hecho da la educación, no tienen comparación. Y no hablo de aquellas recompensas asociadas al cuerpo del conocimiento que reposa en libros y revistas científicas o culturales. Esos son también importantes, pero se pueden buscar en múltiples fuentes de información certificadas. Hablo del acervo cultural, de hábitos y métodos de trabajo, de la razón de ser de las cosas que se aprenden..., que a la larga conforman un imprinting y se incorporan a la manera de ser del alumno. Y se educa en la calle, en el aula, en la casa, en la fiesta, en todas partes...Yo creo firmemente en la educación como el pilar fundamental de la construcción de un país y son los estudiantes, su entusiasmo, su presencia, su entrega y su talento los que me motivan a seguir en esta senda.


Horacio Vanegas y Alicia Ponte Sucre   FOTOS CORTESÍA

-Háblanos de tu experiencia como investigadora en la Universidad de Würzburg en Alemania.

-Cada vez que visito Alemania por razones académicas, llego a esta hermosa ciudad, mi segundo hogar. Durante los últimos 25 años he visitado Würzburg para trabajar como investigador invitado en la Universidad. Esto no hubiera sido posible sin el apoyo de dos profesores de la Uni-Würzburg, el profesor Robert Schmidt del Instituto de Fisiología, y la profesora Heidrun Moll del Instituto de Biología Molecular de Enfermedades Infecciosas. A principios de septiembre de 1994 el Prof. Schmidt aceptó hospedar a Horacio Vanegas, mi esposo, en el Instituto de Fisiología como profesor invitado, financiado por la fundación Alejandro de Humboldt, Alemania. De inmediato escribí a la Prof. Moll y le expliqué que me encantaría visitarla y trabajar en su laboratorio por unos dos meses en 1995. Su respuesta positiva llegó de inmediato; seis meses después, Horacio y yo llegamos a Würzburg, yo financiada por el Consejo de Desarrollo Científico de la UCV. Así surgió esta maravillosa interacción con la ciudad de Würzburg, su atmósfera mágica y la excelencia de su universidad. Desde entonces, nos volvimos adictos a esta pequeña ciudad, llena de experiencias no solo desde el punto de vista académico, sino también desde el punto de vista de la cultura, la música, el vino y la amistad. Regresamos a Würzburg cada vez que podemos, con financiamiento hoy en día, principalmente de la Fundación de Alejandro de Humboldt, de Alemania. Esto significa que tengo el privilegio de haber caminado casi todas las esquinas y calles de la ciudad vieja, y sentirme cómoda en cada salón de clase, iglesia, museo, parque o teatro que visito.
Inicialmente en el laboratorio de la Prof. Moll, mi trabajo se centró en el metabolismo del parásito Leishmania, y en el estudio de transportadores de membrana esenciales para la supervivencia del parásito, o involucrados en el desarrollo de resistencia a los medicamentos y en proteínas relacionadas con la diferenciación celular y la interacción del parásito con su hospedero. Luego, durante 1999-2000, regresé a Würzburg con una beca de la Fundación Alejandro de Humboldt y trabajé en moléculas de superficie de Leishmania, fundamentales para la señalización hacia el sistema inmune de su hospedero. Posteriormente, de 2003 a 2007, regresé nuevamente a Würzburg y trabajé en la caracterización de productos naturales y compuestos diseñados, como posibles agentes leishmanicidas, en el marco de un proyecto multidisciplinario y multicéntrico denominado “Identificación y caracterización de productos naturales, productos y compuestos diseñados contra objetivos específicos (bacterias, hongos y parásitos) como agentes antiinfecciosos”, financiado por el Consejo Alemán de Investigación (DFG). Este proyecto se concretó en el laboratorio de la Prof. Moll. Desde 2009 regreso casi todos los años a Würzburg, ahora al Instituto de Misiones, invitada por el Prof. August Stich y al Departamento de Bioinformática, invitada por el Prof. Thomas Dandekar. Mi trabajo actual está relacionado con posibles agentes parasiticidas preferentemente contra Trypanosoma brucei y en la dilucidación del proteoma y el transcriptoma de varios de estos parásitos. Esta interacción continua con científicos alemanes e instituciones alemanas, así como la colaboración y la amistad surgida en todos estos años han sido cruciales para mi carrera profesional y mi desarrollo académico. Volver a Würzburg durante tantos años ha transformado nuestra experiencia. No nos sentimos extraños en esta ciudad. Pertenecemos a su cultura. Hemos cultivado amigos alemanes y de muchas partes del mundo. Hemos aprendido sobre las muchas culturas que nos rodean cuando estamos allí. Hemos visitado pequeñas ciudades, grandes ciudades, museos e iglesias, teatros... Hemos discutido con amigos sobre numerosos temas. Hemos ido a muchos conciertos. Hemos convertido ese lugar en nuestra segunda casa. Ese lugar nos adoptó. 


Alicia Ponte Sucre es integrante del Consejo Consultivo de la Asociación Cultural Humboldt

-Fuiste presidente de la Asociación Cultural Humboldt. Háblame de tu trabajo al frente de una institución dedicada a la cultura y si fue un reto para ti que vienes del mundo de las ciencias.

-Quiero comenzar hablando de los fundadores de la Asociación Cultural Humboldt (ACH), Dr. José Ignacio Baldó y Dr. Rudolf Jaffé, ambos médicos, quienes junto con 25 venezolanos y 25 alemanes residenciados en el país crearon esta hermosa institución. Edgardo Mondolfi Gudat en el cuaderno editado por la ACH, dedicado a José Ignacio Baldó, lo cataloga como “alguien quien trasciende los límites de sí mismo y cultiva otros mundos más allá de su profesión”. Esto nos habla de la pasión del maestro Baldó por la diversidad y la pluralidad como factor que mantiene el balance, para mí una palabra mágica. Por otra parte, Werner y Verónica Jaffé, nos narran en el cuaderno dedicado a su padre y abuelo, como en un día de marzo de 1936, “los ojos que se asoman por la borda del barco que los trajo a Venezuela son el reflejo de la angustia de la familia Jaffé, escapando de una situación al límite”; así, se enfrentaron a un puerto desconocido y a un futuro incierto. A los pocos años el Dr. Jaffé se sentía como pez en el agua en esta, su Venezuela. Óscar Beaujon decía de él “puede señalársele con todas las características de los hombres que han forzado las barreras habituales de la medicina clásica” y José Ignacio Baldó lo consideraba “un gran valor humano a quien la medicina venezolana le debe eximios servicios”. De nuevo, estas palabras ilustran la capacidad del Dr. Jaffé de romper paradigmas, trascender a sí mismo. La ACH  es una institución que rompe paradigmas, trasciende a sí misma, cree en la diversidad y la pluralidad y en la magia del balance entre individuos y culturas. De la mano de mi padre, Guillermo Ponte Rodríguez, aprendí a ser así. Algunos domingos en la mañana, cuando yo tenía unos 8-10 años él y yo nos escapábamos a galerías de arte, conciertos en el Aula Magna y alguna otra cosa cultural que ahora no recuerdo. Él sembró en mí esa curiosidad por explorar la cultura y aprendí amarla. Más tarde, de la mano de mi esposo, Horacio Vanegas, aprendí aún más de cultura, música, arte, etc. Y además amar la cultura alemana. De tal forma que el ser miembro primero de la Junta Directiva de la ACH, luego presidente de la misma y ahora coordinador del Consejo Consultivo ha sido para mi un capítulo natural de mi historia,  además de una experiencia enriquecedora que me mantiene activa en la misión de la importancia de la difusión de la ciencia y la cultura y la interacción entre las culturas de estos dos países. Reconozco que es un desafío inmenso el continuar siendo espacio para el enriquecimiento de los valores científico-culturales de Venezuela, yo lo llamo “hacer civilidad” pero vale la pena el esfuerzo.

-¿Qué significa Venezuela para Alicia Ponte Sucre?

-Mi hogar, herido, golpeado, pero mi hogar. Conozco todos los estados de Venezuela excepto Monagas y Delta Amacuro. He visto florecer los bucares, apamates y araguaneyes en muchas carreteras del país. He visto ponerse el sol en tantas playas. He jugado en sus llanos, en sus nieves, en sus montañas, en sus campos. He conocido sus gentes, sus caseríos, sus alegrías, sus dolores. He dado clases en Maracaibo, Barquisimeto, Puerto La Cruz, Valencia, Caracas. He trabajado incansablemente por Venezuela. Mi familia Ponte llegó al país a comienzos del siglo XVI, mi familia Sucre, a mediados del siglo XVIII. Ambas familias han trabajado durante siglos por este país, yo soy heredera de esa tarea. Así, que, ¿qué otro lugar podría ser mi hogar?






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