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Pasión, paciencia y amor

Verla interactuar con sus alumnos es un regalo. Cuando no se hablaba de inclusión de niños especiales, ya Magdalena Frómeta trabajaba en ella. Con Federico Pacanins entró a la producción musical

  • Diario El Universal

16/11/2019 11:15 pm

CAROLINA JAIMES BRANGER
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL

Ha saltado con gracia y destreza la altísima valla que representa ser hija de Billo Frómeta y haberse dedicado a la música en el país más “billero” del mundo. Es fuente de inspiración para sus alumnos, a quienes les ha enseñado el valor de la inclusión, la empatía y la compasión. Ha aumentado la autoestima de muchos niños especiales al darles la oportunidad de demostrar que sí pueden. Es exigente, uno de los ingredientes del éxito. Aunque se confiesa “Grinch”, es muy dulce. Como productora musical se ha anotado éxito tras éxito, recreando la vida de su padre. Hoy espera que regresen los que se han ido de Venezuela, para reír y llorar de alegría. 



- Ser hija del Maestro Billo Frómeta además de un honor, es un compromiso del que has salido airosa. ¿Qué tiene Magdalena de su papá?  
-Tengo de papá el oído, el carácter y la exigencia musical. El gusto por abrazar, sentir, ser cariñosa y soy llorona como él. Me molestan mucho las canciones con letras mal dichas, sin sentido estético, mal acentuadas, malos mensajes y peor aún si desafinan. Cuando tengo un proyecto, me enamoro: no siento cansancio, lo siento después. Mis trabajos los hago con mucho cariño, pero también reconozco que a veces me convierto en un Grinch, exigente. ¡Muy Billo, pues! Aprendí con él a soñar, a viajar con la música, con el sonido, la armonía de los instrumentos. Muchas veces me involucro tanto con la música que no pongo atención a las letras. Aprendí que debo utilizar en mis producciones melodías y canciones que le lleguen al público y lo sensibilicen. Muy propio de papá. A él le gustaba comenzar los bailes con un pasodoble, porque las personas se levantaban alegres y con ánimo para bailar. ¡Y no fallaba el final con un toque de nostalgia interpretando él su ¡"Epa, Isidoro"!



-Tu mamá, Haydée Grillo, también es una mujer maravillosa. A sus noventa y tantos años sigue activa y con proyectos. ¿Qué tiene Magdalena de su mamá? 
-De mamá aprendí el valor y la importancia de la familia, el respeto a mi persona y a los demás. El cariño y la lealtad por los amigos. Con sus cuentos musicales, enseñar a niños y adultos los mensajes de valores familiares, ciudadanos, las costumbres y la música venezolana. El deseo de superación en todo sentido, educativo, espiritual, la apariencia personal. Expresarme en público con naturalidad, seguridad. Y.... muy importante: saber comer y comportarme en la mesa. Como siempre nos dice: uno conoce a la persona cuando se sienta en la mesa, si sabe utilizar los cubiertos y comer sin hacer ruidos (risas). Mamá a sus 94 años, tiene una memoria increíble, lamentablemente no la heredé. Pero es una apuntadora maravillosa que me recuerda todo.



-Escogiste la música como carrera. Ser hija de Billo es una carta de presentación, pero una vara muy alta y un compromiso de demostrar valía. Háblame del desarrollo de tu vida artística. 
-Desde pequeña tuve inclinaciones musicales. A los cinco años compuse mi primera canción El cochino comelón lo cantaba mi hermana Ileana y yo tocaba el piano. Con esa canción nos ganamos un primer lugar en un concurso en el Club Puerto Azul, me imagino que llamó mucho la atención dos pichurras tocando y cantando. Cuando le dijimos a papá nos dijo: “ya mis hijas comenzaron a ganar con la música”. Yo estaba muy segura de que papá jamás me dejaría ser cantante, nada que tuviera que ver con la vida artística y menos, música popular. Y como la música siempre estuvo en mí, decidí estudiar pedagogía musical, con técnicas nuevas desconocidas para él. Por lo tanto, logré su aceptación y admiración. Él disfrutaba mucho escucharme tocar el piano. Y a los 12 años me invitó a tocar con su orquesta en el programa "Esta Noche Billo" por Radio Caracas Televisión un vals venezolano. Esa noche me di cuenta de que estaba muy nervioso, me dirigía con temblor y yo ¡FELIZ!



-Has producido muchos espectáculos que han sido muy taquilleros, alabados por el público y la crítica. ¿Cuál es el secreto del éxito? 
-Desde que trabajaba en colegios, los montajes musicales con mis alumnos siempre se diferenciaban por la forma, trabajo musical, trabajo gestual, rítmico y los mensajes. Yo creía que sabía mucho, hasta que Dios me puso en el camino a un gran maestro, gran amigo y hermano, Federico Pacanins. Gracias a Federico, su disciplina y enseñanzas, aprendí (y sigo aprendiendo). De esta manera llegué a las tablas, teniendo triunfos en cada presentación. Con “Las Canciones de Billo”, “Navidad con Billo”, “Billo Romántico”, ciertamente he tenido grandes logros, a la vez que me han ayudado a conocer más la parte compositiva y artística de papá. Eso me llena de una gran satisfacción, orgullo y responsabilidad de mantener el recuerdo de un hombre que, no siendo venezolano, quiso muchísimo a este país.



-Has trabajado por años dando clases de música a niños especiales. ¿Cómo ha sido esa experiencia?
-Cuando trabajé en los colegios, comencé a notar que había niños que tenían alguna dificultad o necesidades distintas a los demás. Tomé la decisión de estudiar pedagogía, musicoterapia y técnicas para la enseñanza de los niños con discapacidad. Puedo decir que he aprendido mucho de ellos. El amor, la sonrisa, el cariño, su transparencia, me llenan cada día en mi trabajo. Es un trabajo de mucha observación, paciencia y amor, más que de tecnicismo. En este momento estoy montando un cuento musical, donde no sólo trabajo con ellos canciones y gestos, sino que hago un trabajo terapéutico, logrando que ellos se sientan importantes, útiles y capaces.


-¿Qué significa Venezuela para Magdalena Frómeta?
-¿Qué es Venezuela para mí? Es la grandeza y verdor del Ávila que veo todas las mañanas, son los pájaros, en particular las guacharacas que vienen a comer a mi balcón. Es el mar cálido de nuestro litoral, la cordillera andina con la belleza del frailejón, el cielo azul claro que tenemos siempre, el amarillo de nuestro Araguaney, la risa y los buenos días del panadero de las Palmas (donde vivo), del señor Jesús que limpia mi calle y conversa conmigo en el desayuno que compartimos sábado y domingo. La música de cada región, los jóvenes de la Orquesta Gran Mariscal de Ayacucho, los jóvenes creativos, que me llenan de orgullo, porque dan lo mejor de ellos en cada creación y presentación, luchando en esta Venezuela que por los momentos se nos ha convertido en una tierra difícil. Venezuela para mí en este momento es la madre, la abuela que tiene los brazos abiertos deseando el regreso de sus hijos y de sus nietos para reír y llorar de alegría.
 
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