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La palabra como defensa

Le hubiera gustado tener más inteligencia emocional que acumulación de conocimientos, pero éstos lo han convertido en una de las estrellas del periodismo venezolano contemporáneo. Es Alexis Correia

  • Diario El Universal

20/07/2019 09:44 pm

CAROLINA JAIMES BRANGER
ESPECIAL PARA EL UNIVERSAL

Confiesa haber sido un niño mañoso y solitario. Es tímido, está seguro de que le falta inteligencia emocional y se auto califica de “poco sociable”. Pero como periodista es uno de los más más inteligentes y preparados de su generación. Sus artículos son profundos, mordaces, incisivos. Maneja con maestría el humor negro, aunque quisiera ser tierno. Estudió Comunicación Social más por casualidad que por vocación, pero en las áreas en las que se ha desempeñado lo ha hecho con excelencia. Cuando tenga tiempo, quiere escribir una novela sobre un gran amor. 

-Dicen que hay cosas que no se pueden ocultar. Citan la tos, el dinero, el amor y el humo. Yo agregaría la inteligencia, que en tu caso es obvia cuando uno te lee. Háblame de tu infancia, de dónde y cómo te formaste.
-Era un niño de clase media tirando hacia abajo y descendiente de inmigrantes portugueses que vinieron durante la dictadura de Pérez Jiménez. Lo primero que leí en mi vida fue el letrero de la tienda de IMGEVE en la avenida Francisco de Miranda de Chacao. Desde entonces empecé a leer todo lo que caía en mis manos y, también, cada vez más a escribir. Stephen King dice que hay que leer todo lo bueno y sobre todo lo malo para ser un redactor con conciencia del ridículo. Siempre desde muy pequeño me repugnó masticar carne animal y era muy un niño muy mañoso para comer, lo que de algún modo contribuyó a mis problemas de socialización. Solía pasar el día muy encerrado en mis juegos y lecturas, sin salir mucho de casa. Quizás me hubiera hecho bien que me inscribieran en algún deporte al aire libre: jugaba fútbol conmigo mismo en mi cuarto. Siempre recuerdo que uno de los primeros libros que leí completo fue Naná, de Emile Zola, que es una novela para adultos. Estamos hablando de que tenía 6 o 7 años. También leía revistas de sexualidad de mis padres (por ejemplo, una llamada LUZ) y sabía más o menos cómo funcionaba la reproducción humana sin que nadie me explicara. Me hubiera gustado tener, no obstante, más inteligencia emocional que acumulación de conocimientos.

 


-¿Por qué pudiendo ser cualquier cosa que quisieras escogiste ser Comunicador Social?
-Fue un poco por accidente y el resultado nunca me deja 100% satisfecho. Con frecuencia me pregunto por otras vidas posibles que pude haber vivido. Después de terminar mi bachillerato en la Unidad Educativa Alcázar, un liceo privado de los más pobretones de La Candelaria (justamente en la calle atrás de El Universal), cayó en mis manos el libro de opciones universitarias que repartía la OPSU, con todas las carreras que se impartían en Venezuela. Solo entonces me enteré de que existía algo llamado Comunicación Social y que tenía que ver con medios de comunicación. Desde entonces lo coloqué siempre como primera opción. Estamos hablando de 1992, el año del golpe más bajo contra nuestra democracia. Cuando niño fui lector de muchas cosas (entre ellas periódicos) y con frecuencia elaboraba mis propios boletines de noticias y dibujaba tiras cómicas. También estructuraba mis juegos en la tarde como si fueran programas de televisión, con horarios de comienzo y final y con historias que continuaban al día siguiente. Me hubiera gustado probar también con carreras como Biología y Psicología.

-En estos tiempos los periodistas hemos estado expuestos a los abusos más viles del régimen. ¿Cómo te proteges?
-He solido trabajar en áreas del periodismo que son relativamente poco peligrosas, como Deportes, Espectáculos y Cultura, entre otras cosas porque no me considero demasiado valiente o heroico. Admiro a todos los periodistas que tienen un enorme compromiso y arriesgan el pellejo investigando corruptos. De todos modos, aquí está expuesto cualquiera y hay que vivir siempre preparado para lo peor. No recuerdo haber sufrido una agresión grave por mi trabajo, quizás con la excepción de la noche en que Lina Ron y sus partidarios nos impidieron salir de manera violenta de la sede de El Nacional. Es importante medirse con lo que publicamos en redes, no solo un tema de protección, sino de salud mental. Por tendencia busco las posiciones intermedias. Creo que también habría podido ser un mejor diplomático que comunicador, ya que jamás conocí la experiencia de caerme a puños ni de niño ni de adulto.

-Tienes que reportar a través de portales web y redes sociales para poder informar. La gente busca al periodista y no al periódico. ¿Cuál es el reto mayor para poder llegarle al gran público? 
-En mi caso siempre apuesto a la visión personal. Creo que el lector la valora más, siempre que sea auténtica. Aunque la palabra suene fuerte, estamos en un supermercado. O también se puede decir que en una jungla de contenidos. Y allí tienes en ese ecosistema que sobrevivir como sea: como especialista estrella que reina entre todos los depredadores (nunca pude llegar a serlo por inconstancia), como todero, como zapatero remendón. En mi caso, trato de mostrar siempre una parte de mí en mis textos. De la manera en que veo las cosas y de lo relativamente poco que he vivido en cuanto a relaciones humanas. Y hasta ahora digamos que me he podido defender. Aunque con bastante suerte. Pero el consejo que daría es que en este negocio hay que perder el pudor y mostrarse, que es un poco como desnudarse en público. Aunque es más difícil mostrar los sentimientos que las partes íntimas. 

-Tu estilo va de lo serio a lo cómico y de lo cómico a lo sarcástico. ¿Cómo lo desarrollaste sin caer en lo ridículo o en lo anodino?  
-En realidad, me gustaría poder expresar ternura, aunque muy pocos lectores se dan cuenta, hay que encontrarla en el fondo de la caja de cereales. Pero creo que ese es un poco el secreto. Una amiga me dijo una vez que mis textos podían dar risa, pero siempre en el fondo dejaban una sensación incómoda. Es mentira que uno es 100% auténtico escribiendo. Nadie lo es. Pero hay que ser un poco exhibicionista. La palabra es literalmente lo único que tengo para defenderme, en todas las demás canchas de la vida pierdo por goleada. No sé si he desarrollado un "estilo". No lo he planificado. Pero cuando digo eso, no me jacto. Admiro a la gente que es capaz de diseñar una imagen personal y cumplirla con disciplina. Creo que es un don y a que a esas personas les va a ir mejor que yo.

-¿Tienes planes de ser escritor además de ser periodista?
-Sí, ya debería haber empezado a serlo hace siglos. Llegué a escribir una novela a los 16 y la perdí porque la guardé en un diskette (era la memoria externa de aquella época) que se deterioró y no tenía más respaldo. Luego el exceso de trabajo ha sido y es la excusa. Todavía me pregunto cómo empezar y también me pregunto si para la época en que empiece valdrá la pena publicar libros. Quiero escribir la historia de un gran amor, aunque haya sido un amor 100% imposible y muerto al nacer: ese tipo de amores también existen, tienen derecho a existir. También creo que puedo darle a la autoayuda, pero desde mi punto de vista muy personal, envenenando y distorsionando un poco el género. Lo que no quisiera hacer nunca es recopilar textos que haya escrito antes, aunque a lo mejor no me salvo.

-¿Qué significa Venezuela para Alexis Correia?
-En general soy poco nacionalista, pero me considero xenófobo desde mi heterosexualidad con poco kilometraje. Venezuela son las mujeres que he amado, de las que me siento profundamente orgulloso cuando las veo hoy, aunque ninguna de ellas esté a mi lado. Son mujeres 100% distinguibles como venezolanas a kilómetros de distancia. Si las amé, algo no está tan mal en mí y en mi país. Se me hace casi imposible imaginarme que amo a una mujer no venezolana. Venezuela es el sitio en el que sigo viviendo. Venezuela para mí en este momento es Caracas, una ciudad por la que me sigue gustando caminar y en la que no la paso tan mal. Venezuela está choreta y aporreada, pero sigue teniendo lo suyo. Venezuela es una vista al Ávila desde San Bernardino o La Florida un sábado por la tarde mientras escucho un programa viejo de Valentina Quintero. Venezuela es una mujer blanca con nariz de negra que baila tambores y tiene el rostro más hermoso del mundo. 
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