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“Soy de donde me encuentro bien”

Miguel Ángel Guerrero Ormeño es el autor del cuento La fiesta de Yayo. Perfeccionista, le gusta la poesía, aunque no la escribe; su sueño: publicar una novela

  • Diario El Universal

31/03/2019 05:57 pm

Es experto en marketing. Analítico, observador y más que reservado, callado. Pero cuando escribe es una fuente maravillosa de relatos, de historias impecablemente narradas, de ésas que uno como lector no quiere nunca que terminen. Hace un par de años presentó su primer libro de cuentos, “La fiesta de Yayo”, e hizo lo propio en Perú, su país natal, de donde nos llegó hace muchos años. Es perfeccionista, le gusta la poesía, aunque no la escribe y sueña con publicar una novela. Sus iniciales, MAGO, le vienen como anillo al dedo: es un auténtico mago de las palabras.

-En un relato desgarrador, escrito impecablemente, describes la muerte de tu madre cuando apenas eras un bebé. ¿Recuerdas algo de ella? ¿Quién la suplió?
-Yo tenía ocho meses cuando mi madre murió, por lo tanto no puedo tener recuerdo alguno de ella, al menos de manera consciente. Lo que sé de mi madre me lo contaron mis abuelos y mis tíos. Mi padre evitaba hablar de ella, como se evita hablar de un infortunio o de una gran pena. Fue mi abuela materna la que se encargó de mi crianza desde aquel momento con la ayuda de mis muchas tías, las biológicas y las políticas, quienes me arroparon y cubrieron de cariño y amor infinito.

-Tu padre, como hombre viudo y joven que era, rehace su vida y te envía a vivir con tu abuela materna y tus tías. ¿Te sentiste extraño, en comparación con tus amigos? ¿Tenías más o menos libertad que ellos?
-En realidad, fue mi padre -frente a sus propias circunstancias- quien accedió a que sus suegros se hicieran cargo de mí. Para él hubiera sido imposible trabajar y también tener que alimentar, asear, cuidar y arrullar a un bebé de ocho meses. Tampoco estaba preparado para eso; tenía que seguir adelante con su vida y, por supuesto, proveer para ambos. 

Cuando eres hijo único, como fue mi caso, y estás rodeado sólo de adultos, aprendes a no aburrirte, a jugar solo, a inventarte compañías y, sin proponértelo, te vas convirtiendo en tu mejor amigo. Desarrollas ciertas habilidades que sólo se dan en un ambiente donde reinan el silencio y las ausencias. Mi abuela - quien para entonces rondaba los sesenta y había criado nueve hijos de su propia cosecha – actuó como una madre sobreprotectora durante mis primeros años. Ella tenía una gran responsabilidad sobre sus hombros y quizás demasiada edad para lidiar con una criatura que demandaba supervisión y cuidados constantes. Todo niño necesita de la conducción y dedicación que solo una madre joven y comprometida puede aportarle a su hijo para que se desarrolle bien emocional e intelectualmente. Allí tuve una carencia que todo el amor de mi abuela no pudo suplir. Por ello mis habilidades sociales empezaron a desarrollarse, tardíamente, con mi llegada al “Kindergarten”. Recuerdo que al principio me costó muchísimo relacionarme y compartir juegos con otros niños de mi edad. Pero cuando cumplí seis años y llegué a primer grado, ya me había adaptado por completo. Desde entonces fui un niño extremadamente curioso, travieso y libérrimo. 

-¿Cuándo y cómo encontraste la vena de escritor?
-Aunque la escritura llegó tarde a mi vida, ya desde pequeño me inventaba aventuras – absolutamente descabelladas para mi edad - que luego les contaba a mis amiguitos, a quienes dejaba con la boca abierta: “¡¿En serio hiciste eso?! ”, me preguntaban, con los ojos a punto de salirse de sus órbitas. Así inventé hazañas imposibles, duelos y peleas callejeras, conquistas y romances. Es, quizás, en aquellos años de pre adolescencia cuando se empezó a forjar el fabulador de hoy. 

 Ya en la adultez, debido a mi profesión (Marketing) desarrollé un estilo de redacción sobrio, sucinto, preciso, característico de los Business Plans que tenía que escribir periódicamente en inglés. Aprendí a economizar palabras, a ir al grano, a prescindir del floreo que diluye las ideas y arruina los textos. De tanto en tanto, cuando fallecía un familiar o un amigo querido, aguijoneado por la nostalgia propia de la lejanía con mi tierra natal, Lima, escribía cartas de condolencia y obituarios que hacían llorar a sus destinatarios, quienes luego me escribían agradecidos por el gesto, animándome a que me hiciera escritor. Pero nunca me lo tomé en serio, hasta que un día mi esposa me dijo que en vista de que me gustaba tanto escribir y ya que lo hacía con tanta pasión y soltura, debía inscribirme en algún taller o curso que me permitiera depurar mi estilo, aprender nuevas técnicas y desarrollar mi talento. Fue ella la que me habló de un taller de escritura creativa que ofrecía en su programa de radio de los fines de semana una reconocida escritora venezolana. De manera que fui a parar a un lugar maravilloso en el norte de Caracas llamado “El Campito”, donde conocí a esa profesora de escritura, quien tan sólo al escuchar un primer ejercicio que hice en clase, descubrió en mí eso que llamas “vena de escritor”. No hace falta que te diga el nombre de esa escritora... ¿verdad?...

-¿En qué estilo te sientes más cómodo escribiendo? Me consta que eres un gran cuentista. ¿Qué otros géneros has explorado?
-Me siento muy cómodo escribiendo relatos cortos, pero me tienta mucho escribir textos de largo aliento, novelas, por ejemplo. Puedo escribir un cuento en un día, pero una novela demandaría mi atención y compromiso absoluto por un tiempo mucho más largo. Su estructura compleja, el desarrollo de sus personajes en la trama, relatar sus historias y conflictos individuales requiere de un esfuerzo y un tiempo que no he tenido hasta ahora. Por otro lado, me encanta la poesía, pero siento que no es lo mío. Es un género que exige perfección y no acepta menos que eso. Cuando el poema no está bien logrado suena falso, hueco, frívolo y muchas veces presuntuoso.

-Dentro del género de cuentos, los tuyos que recrean tus experiencias juveniles son absolutamente magistrales. La fiesta de Yayo, que también es el título de tu primer libro de cuentos, recrea una hermosa historia juvenil. Flaubert dijo "Madame Bovary c'est moi". ¿Es Miguel Ángel el protagonista de todos sus cuentos?
-No siempre soy protagonista de mis historias, lo que ocurre es que la realidad y la ficción cohabitan en el alma del escritor y a veces es difícil separar una cosa de la otra. Uno escribe desde su propia experiencia, aquello que ha vivido en carne propia o que ha escuchado o presenciado a lo largo de su vida. Esas vivencias se convierten en la materia prima esencial de tus relatos; lo que no impide que luego maquillemos o cambiemos la realidad para enriquecerla, mejorarla, hacerla más colorida e interesante.

-¿Eres un peruano venezolano o un venezolano peruano?
-Disculpa el clisé, pero me gusta pensar que soy un pasajero del mundo, un ciudadano de Occidente. Creo que las nacionalidades nos separan y terminan siendo etiquetas incómodas que te encasillan dentro de fronteras arbitrarias que están solo en la mente de quien las quiere ver. En lo personal tengo más intereses en común con muchos venezolanos, argentinos o franceses, que con algunos de mis compatriotas. Creo que fue Dante Allighieri quien dijo alguna vez: “Io sono di dove mi trovo bene”. 

-¿Qué extrañas del Perú?
-Extraño por supuesto a mi familia, a los amigos de mi infancia y juventud; también algunos lugares entrañables donde he dejado mis huellas. Extraño Lima, “la sin lágrimas” como decía Herman Melville en “Moby Dick”, con sus nostalgias, tradiciones y orgullo virreinal; con sus avenidas, calles y jirones ideales para caminar; con su excelente mesa y sus maneras formales y conservadoras. El Perú es un país muy complejo donde habitan dos almas a menudo contrapuestas – la indígena y la española - que conviven desde la Colonia sin terminar de reconocerse.


-¿Qué quisieras escribir que no has escrito?
-Una gran novela, quizás una historia de amor contrariada, ambientada en el siglo XIX. Después de eso me gustaría escribir mi biografía, a manera de legado y testamento.

-¿Qué significa Venezuela para Miguel Ángel Guerrero Ormeño? 
-Venezuela explica la segunda mitad de mi vida por completo. Es el lugar que elegí para vivir, donde eché raíces, donde me casé y nacieron dos de mis tres hijos, el sitio donde me hice escritor. Quiero a Venezuela, no como se quiere a un padre o a una madre, sino como se quiere a una mujer a la que deseas con pasión y con quien fundes tu destino. Sus penas y sus alegrías son las mías, su destino, ahora incierto, se ha convertido en mi desvelo. 
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