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Análisis: El camino de Miami

El estilo de la oposición cubana no es el mejor ejemplo para propiciar el implazable cambio

  • MANUEL FELIPE SIERRA

25/08/2019 05:30 am

Los contactos oficiosos entre los gobiernos -aun sin que existan relaciones diplomáticas entre ellos- son comunes y necesarios para los países incluso por meras razones informativas.

Donald Trump aseguró esta semana que existen contactos con el gobierno venezolano, lo cual fue confirmado posteriormente por el propio presidente Nicolás Maduro, quien advirtió que no se trata de negociaciones sobre una agenda específica sino de aproximaciones rutinarias; incluso la representación opositora en los diálogos celebrados en Oslo y en Barbados (que se consideran transitoriamente interrumpidos) viajó a Washington para ofrecer su versión sobre el rumbo de un proceso que según ellos avanza en el tema fundamental de la convocatoria a elecciones. 

También altos voceros del oficialismo apuestan a darle continuidad a una gestión que es avalada y estimulada por la Unión Europea, el Grupo Internacional de Contacto, Rusia, China, Cuba y por otras instancias internacionales que apuestan a una salida pacífica a la crisis venezolana. 

Se conoce que desde hace meses se mantienen reuniones de los miembros del "Grupo de Boston" (integrado por parlamentarios de los dos países) que son monitoreadas por importantes personajes vinculados a la Casa Blanca y que facilitaron el año pasado la liberación del prisionero norteamericano, Joshua Holt, quien fuera recibido en el despacho presidencial por el propio Trump. 

Todo ello pese al endurecimiento de las sanciones aplicadas contra funcionarios que tienden a agravarse y las restricciones económicas-financieras cuyos efectos como se sabe castigan a la población cada vez en mayor medida y que incluso impedirían jugar en su país a los peloteros venezolanos contratados por los equipos del Norte. 

Una restricción que, recordando la experiencia cubana en la materia, tiene un impacto significativo en el interés y la atención nacional de las temporadas de béisbol y que seguramente serían ampliadas también en otras áreas no necesariamente vinculadas con la política ni con el gobierno. 

No obstante ello, las tensiones tienden a intensificarse de acuerdo a recientes declaraciones de los funcionarios John Bolton y Eliott Abrams, quienes actúan en la práctica como actores políticos nacionales, asumiendo de esta manera el papel y la responsabilidad que corresponde a los partidos y la dirigencia opositora. 

El último llegó incluso a sostener cuáles serían los términos de una posible transición e imponer de antemano un veto moral sobre algunos ministros del actual gobierno, amén de que se avanza en la configuración en la práctica de un gobierno paralelo en el manejo del tema petrolero, como en los casos de Citgo, Pdvsa y al parecer también en relación a las empresas de la CVG. 

Todo ello al margen de lo que puedan decidir las partes en conflicto en los diálogos y negociaciones en marcha que buscan rescatar la necesaria soberanía e independencia de los actores envueltos en la conflictividad y que están obligados a respetar y preservar los intereses de los venezolanos. 

Contadora 
Una situación que obliga sin duda a la dirigencia opositora a definir con claridad los límites de la ayuda o la mediación internacional, que si bien es necesaria e indispensable en situaciones parecidas, debería limitarse a facilitar un clima para la convivencia y la búsqueda de salidas consensuadas y no como un factor que estimula y gana protagonismo, en este caso frente a los factores que rechazan el modelo chavista-madurista. 

En este sentido, es pertinente invocar la experiencia del Grupo Contadora en la guerra centroamericana, tal como lo recordaba recientemente la presidenta de Copei, Mercedes Malavé. 

En aquellas circunstancias gobiernos democráticos prestaron su apoyo para buscar salida al conflicto, sin que asumieran el apoyo a las organizaciones que le eran cercanas y con las cuales comulgaban ideológicamente para facilitar de esta manera que la mediación tuviera los resultados que se esperaban, generando confianza y respeto en los grupos que abrazaban la violencia guerrillera. 

¿Habría tenido éxito aquella gestión mediadora, si por ejemplo, el gobierno de Luis Herrera Campins a través del excanciller Arístides Calvani hubiera colocado su apoyo a los partidos demócrata-cristianos que le eran afines frente a los grupos guerrilleros sin tomar en cuenta la necesidad y la urgencia de crear las bases para la paz como objetivo prioritario? 

En buena medida, en esta materia, más que la mediación, que como tal supone concesiones y flexibilidad pareciera que se procura coincidir y favorecer (más allá de identidades y simpatías políticas) a uno de los polos de la confrontación; lo cual como es obvio conduce a profundizarla y agravarla. 

La estrategia norteamericana ahora asume el rumbo aplicado en el caso cubano, cuyo punto de partida ha sido la desaparición de un régimen sin tomar en cuenta las condiciones y particularidades del proceso que le dio nacimiento, con las consecuencias que ya se conocen y que en ningún caso podrían considerase acertadas y menos aún exitosas. 

A estas alturas -después de los cambios ocurridos en el mundo y particularmente en América Latina- resulta incomprensible insistir en un esquema que no solo impide las salidas necesarias sino que paradójicamente es un factor que fortalece los regímenes sobre los cuales se plantea la necesidad de las transiciones y los cambios. 

En este caso es una responsabilidad que atañe al mediador, pero también a los sectores que pugnan por soluciones desconociendo las realidades y las condiciones propias de las experiencias políticas. El estilo de la "oposición cubano-mayamera" no es el mejor ejemplo para propiciar el cambio ya inaplazable de la situación venezolana hacia un clima de convivencia y de gobernabilidad democrática.       
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