Diplomático argentino dijo que se requiere "mucho barrio" para laborar en Venezuela
"Estuve 45 días sin luz y 25 sin agua. Nos faltó comida" dijo Eduardo Porretti, representante argentino en Caracas
Caracas.- El representante argentino en Caracas, Eduardo Porretti, a través de una nota de prensa de Mariano Beldyk, dijo que ser diplomático en Venezuela "requiere mucho barrio".
Argentina reconoce al líder opositor, Juan Guaidó como presidente "encargado" de Venezuela, pero no ha cortado relaciones con el Gobierno de Nicolás Maduro.
Nota de prensa:
Eduardo Porretti es embajador
en el escalafón diplomático. Sin
embargo, en la misión argentina en Caracas, no existe ese
rango desde que Carlos Cheppi
dejó la delegación en octubre
de 2015 a cargo del encargado
de Negocios, lugar que asumió
Porretti un mes después y ocupa desde entonces. En los papeles, se encuentra acreditado
ante el presidente Nicolás Maduro, pero el Gobierno que representa, el de Mauricio Macri,
lo tilda de “dictador” y apoya al
líder opositor Juan Guaidó. Todo eso forma la delgada línea
sobre la que Porretti hace equilibrio sin red en su labor diaria.
Quizás por ello se despide en
su diálogo con PERFIL con un
mensaje: “Nada es gratis sobre
las cosas que uno hace. Ni esta
conversación. No hacer nada es
lo único que no trae consecuencias y yo hago muchas cosas.”
—Desde el miércoles pasado
se encuentra en su residencia
Richard Blanco, diputado opositor al que la justicia venezolana acusa de “traición” por el
levantamiento del 30 de abril,
¿ha solicitado asilo?
"Hay dos asilos. El territorial es cuando usted tiene un
problema con un gobierno y se
asila en otro país. El diplomático, cuando lo hace en la embajada de ese otro país en su territorio. El caso de Richard Blanco
no es ninguno. Es un huésped..."
—¿Y puede llegar a recibir
más huéspedes?
"Es probable, no es decisión
mía. Vivo en esta casa, pero no me pertenece, es del Estado argentino. Solo la administro".
—¿Podría sufrir la Argentina alguna represalia por esta
decisión?
"Estamos preocupados. No
es una decisión que sea sin costos, como cualquier otra decisión en la vida".
—Macri llama “dictador” a
Maduro y el venezolano lo tilda de “cobarde”. Mientras, la
Argentina reconoce al opositor Guaidó como mandatario,
pero no corta relaciones con
el gobierno chavista. ¿Cómo
trabaja entre dos fuegos?
"Es una situación bastante...
novedosa. Tratamos de manejarnos con equilibrio dentro de
lo que podemos. Trabajar con
realismo. Algunas labores son
muy incómodas y otras, más
entretenidas, siempre trabajando sobre la realidad local".
—¿Mantiene diálogo con el
gobierno de Maduro?
Sí. Personalmente, tengo
línea, es el gobierno ante el
cual estoy acreditado y por eso
debo ser muy prudente. Hablo
con ellos y me preguntan qué necesito. A veces me responden, a veces, no, depende de lo
que pase entre ellos y Buenos
Aires y de lo que suceda acá.
Es una situación muy inusual
los vínculos entre Caracas y
Buenos Aires, nada que uno
aprenda en la academia diplomática. Requiere mucho barrio.
Tengo mucha formación académica pero aquí, lo que a uno lo
salva, es tener una fuerte dosis
de realismo y cintura".
—¿Hay margen para una intervención militar?
"Una invasión militar no
es una opción realista, moral,
ética ni viable, y no debería
ser parte de la conversación.
Lo que enfrentamos es una situación de empate hegemónico, cuando una fuerza política
tiene suficiente musculatura,
capacidad institucional, innovación y agenda para frenar a
otro actor predominante sin
imponerse a él. Y esta acumulación de capacidades genera
un empate, no importa de qué
lado está la justicia o la razón".
—¿Es el destino más difícil
que le ha tocado?
"Estuve 45 días sin luz y 25
sin agua. Nos faltó comida. La
pasamos muy mal... tan mal como se lo imagina. Heredé una
embajada del kirchnerismo que
tenía siete diplomáticos y ahora
somos cuatro. Con todo, profesionalmente, es un destino extremadamente desafiante".
—¿Cerraría la embajada si
se lo ordenaran?
"No me queda otra, soy un
funcionario. Me daría mucha
tristeza..."
Se octuplicó el pedido de asilo de venezolanos en el país
En 2018, se octuplicó el número de solicitudes de refugio por
parte de ciudadanos de origen
venezolano en Argentina. Solo en el lapso de doce meses,
el número de requerimientos
ante la Comisión Nacional para los Refugiados, dependiente
del Ministerio del Interior, se
disparó de 135 casos presentados en 2017 a 883 el año pasado, convirtiéndose en el tercer
grupo a nivel nacional, detrás
de los senegaleses y haitianos,
en demandar este estatus de
protección internacional.
Si bien el arribo de población
de origen venezolano al país se
ha venido duplicando año a año
desde el estallido de la crisis en
2014, con 1.777 radicaciones temporarias y permanentes,
hasta las 70 mil del año pasado,
el crecimiento meteórico de las
solicitudes de asilo ha tomado
por sorpresa al Gobierno. En
esencia, porque los venezolanos han gozado de su estatus de
ciudadanos del Mercosur –pese
a la suspensión que recae sobre Venezuela como miembro
pleno desde 2017– que les ha
facilitado el tránsito e ingreso.
Y a ese respaldo inicial, se le
añadieron una serie de flexibilizaciones burocráticas en los
últimos meses para ayudarlos
en su integración educativa y
laboral. Aún así, son cada vez
más los venezolanos que se
aproximan tanto a la Conare
como a la oficina local del Alto
Comisionado para los Refugiados de las Naciones Unidas
(Acnur) para asesorarse e iniciar el trámite.
Según las hipótesis que barajan fuentes oficiales, la explicación de este salto en los
pedidos de protección humanitaria radicaría en dos factores
que crecen en frecuencia en los
testimonios de los solicitantes.
En primera instancia, el arribo
paulatino y cada vez mayor a
la Argentina, Chile y Uruguay
de los “caminantes” venezolanos, inmigrantes que han desandado el trayecto por tierra
desde el Norte empujados por
un sostén económico mucho
más precario. Otra razón se
explicaría por un sentimiento
que se multiplica entre quienes
se aproximan con el objetivo de
ser reconocidos como refugiados por el Gobierno: el de hostigamiento y persecución. Cada
vez son más los que afirman
que su vida correría peligro si
vuelven a su tierra.
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