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Kico Bautista: ¿Qué hiciste Benedetti? Como dice el dicho "borracho no vale"

Los venezolanos necesitamos una democracia de debate, de libertades. Nos urge cierta estabilidad

  • Diario El Universal

10/06/2023 10:49 am

Caracas.- Lo ocurrido con Capriles en Valencia o en Maracay, la agresión, no puede pasar por debajo de la mesa. Además de rechazar la violencia contra el ex gobernador de Miranda, el gesto nos obliga a un debate impelable y decisivo para el país.

Los venezolanos necesitamos una democracia de debate, de libertades. Nos urge cierta estabilidad. Un espacio donde se pueda discutir y generar las ideas y reflexiones necesarias para salir de la crisis. No habrá confianza en la democracia si no producimos una ruptura definitiva con la violencia.

No solo se trata de superar la violencia que es sinónimo de atraso, de exclusión o de intolerancia. El país no tiene más opción que avanzar y dejar atrás las posiciones extremistas que imponen sus puntos de vista a punta de odio y fuerza.

Volver a los tiempos en que no se podía poner un pie en alguna zona popular porque era una propiedad, un territorio oficialista es un retroceso. Las agresiones contra Capriles no son un detallito, un exceso que disimulas o escondes y no pasó nada.

Los venezolanos no estamos para seguir en lo mismo, limitados a un conflicto eterno y sin salida. Debemos dejar atrás la confrontación, esos discursos radicales que fueron los que nos llevaron a esta crisis profunda en la que vivimos y que nos tiene viviendo tan mal.

La violencia puede restituir el espíritu de venganza y eso es lo peor que nos puede volver a ocurrir. Sustituir un vengador de izquierda por uno de derecha es una maldición que este pueblo noble no se merece.

Más de lo mismo 

No hay gasolina, se va la luz, falta el agua, los salarios no alcanzan para nada y para colmo resurge la intolerancia. No tiene sentido mantener la crisis política que es el sustento de la crisis económica. En vez de intentar resolver los miles de problemas que nos asfixian, volvemos a olvidarnos de la gente y a guiarnos por consignas tan atrasadas como aquella que sostiene que “quien no está conmigo, está contra mí”.

El autoritarismo es el modus operandi que caracteriza a los radicales del Gobierno y de la oposición. En el mundo real una señora, seguramente siguiendo instrucciones, golpea con saña a Henrique Capriles en una caminata en Valencia. En las redes los extremistas hacen lo mismo todos los días sin ninguna contemplación.

Insultan, descalifican e impiden cualquier debate que plantee una relación civilizada, de respeto en el escenario político. No hay diferencia entre la violencia que se promueve desde el poder a la que se impulsa en las redes.

Quienes piensan que volver a la polarización, camino al 2024, los beneficia, se equivocan. Eso es una tragedia para el país. Tal y como lo reflejan las encuestas, los venezolanos aprendimos a reconocer que la confrontación solo nos ha traído puras desgracias.

Hablamos otra vez de Postverdad

Hemos venido escribiendo sobre las redes y los fenómenos que se dan dentro de ellas. De cómo los algoritmos y la comunicación emocional nos han ido llevando a simplificar la realidad y, por ese camino, a una mayor polarización.

En la Postverdad no importan los hechos y su interpretación. Lo que piensa el chat, el grupete con el que nos comunicamos en Facebook o en WhatsApp es la única verdad: “Me sabe a casabe lo que piensan los demás”.

La diversidad es un componente fundamental de la realidad. Ningún análisis es efectivo si descartamos los distintos elementos que entran en juego en un hecho. Por más que pensemos que la verdad no existe o es relativa, la historia del pensamiento humano señala que el debate de las ideas es lo que nos ha permitido progresar.

Somos data y nada más

Cuando juego Candy Crush o me tomo una foto con mi celular, cada movimiento, cada botón que aprieto, se convierte en información. Son señales que enviamos a un servidor donde nos ubican en una clasificación que supuestamente, contiene nuestra personalidad. En las redes somos pura data.

La información que aporto es recompensada con estímulos de placer. Me consienten mandándome las noticias de mi agrado, la música, los videos o cualquier otra cosa que me haga feliz.

Milito, sin darme cuenta, en una especie de partido político donde todos sus militantes coinciden en una única sola manera de ver las cosas. Una estructura cerrada por todos lados. Como hemos sostenido en estos artículos, las redes generan un mundo de burbujas emocionales que reaccionan con agresividad cuando se pone en duda nuestro esquema de valores o la personalidad.

Actuamos como pandillas, tribus o guetos que cuando interactúan en la web con otros burbujas diferentes, la tendencia es a canibalizarse.

La segmentación genera una ficción que hace creer a las minorías que son mayorías y viceversa. Esa situación ha generado que muchos grupos ignorados o excluidos obtengan reconocimientos que antes le fueron negados a punta de quejas, lo que es positivo.

Estamos hablando de un mercado enorme, el más grande de la historia de la humanidad. De 4 billones de personas, la mitad de la población del planeta en un mismo y enorme ring de boxeo que, de acuerdo a nuestra emocionalidad, se trasforma en satisfacciones o en agresión.

Países, idiomas, realidades muy diversas se convierten en millones de burbujas exigiendo cada una reconocimiento. Tanto ruido, tanta información simultánea genera confusión e inseguridad. Eso es negativo.

Si revisamos YouTube encontraremos que los 10 videos más vistos, día tras día, son aquellos que recurren al sensacionalismo, a eso que en el periodismo llamamos “el amarillismo”. La tendencia es a subirle volumen a nuestras comunicaciones para atraer la máxima atención.

La dictadura de la emoción

Como quiera que la emoción es la clave, los algoritmos tienden a ir directo a nuestro corazón y a dejar a un lado el uso del cerebro. Tal simplificación ha generado un fenómeno que se ha hecho característico de las redes: la radicalización. Una realidad inducida para que las emociones bloqueen nuestra racionalidad.

Hay numerosos registros de cómo las minorías en las redes, en defensa de su identidad, de sus esquemas de valores, generan actos de violencia permanentes. Convocan saqueos, enfrentamientos entre policías y manifestantes, miles de protestas que funcionan como desahogo.

No es que tales posiciones no existieran antes, que la televisión o la prensa no influyeran en el ánimo de las audiencias. El asunto es que ahora, en la globalización, los algoritmos, introducen nuevos parámetros que influyen en el comportamiento de las masas con mayor puntería y efectividad.

Canibalismo mismo

Los grupos defensores de la diversidad sexual nos pueden servir para explicar la complejidad de estos fenómenos. Hay un cambio sustantivo en la manera en que percibimos sus reclamos. Se ha acelerado su reconocimiento gracias a la masificación de sus consignas en las redes.

Hay avances importantes en este tema y hoy en día, la sociedad global ha ido aceptando como algo normal que la definición de la sexualidad es un derecho fundamental del ser humano.

Pero, el desarrollo de este reconocimiento, no supone la desaparición de los perjuicios o el rechazo a la homosexualidad. La opinión conservadora muta y ofrece una resistencia a lo que a todos luces significa inclusión y tolerancia.

Hollywood: punta de lanza

La industria cinematográfica ha promovido la diversidad sexual como política. Aún así, 3 de sus más recientes películas han resultado un fracaso económico desastroso. Nos referimos a “Thor: Amor y Trueno”, “Buzz Lightyear” y “Un Mundo Extraño”.

Thor ha sido la película del Dios del Trueno de más baja recaudación en Marvel. Buzz Lightyear” perdió 106 millones de dólares y “Un Mundo Extraño” 197. Esta cifra constituye la mayor pérdida de Disney en toda su historia. El problema, según los analistas, estuvo en el tratamiento del tema de la diversidad sexual y los niños.

En las redes se desató un campaña contra estas películas inclusive antes de que se estrenaran. Según los investigadores, a la gran mayoría de los padres no les agrada la idea de que a sus hijos les toquen el tema fuera de la casa: “La homosexualidad podrá ser algo normal pero, lejos de mi familia”.

La inclusión forzada

La repercusión del fracaso económico de estos contenidos ha generado una tendencia muy de moda en estos días en la web. Actores como Sylvester Stallone, Arnold Schwarzenegger o Clint Eastwood han dejado ver su rechazo a lo que se ha denominado como “La inclusión forzada”.

En la Internet se ha desatado un movimiento extremo que rechaza desde la diversidad sexual hasta el color o la raza de los protagonistas de películas como “La Sirenita 2023” o "Cleopatra” de Netflix. En ambas producciones los actores principales son mujeres de piel oscura: “El racismo no ha muerto, andaba de parranda”.

Los algoritmos igual estimulan posturas negativas que positivas. Eso no tiene la mejor importancia. Como quiera que ahora se considera que la verdad es relativa o no existe, cualquier discurso, por más absurdo que nos parezca, es considerado un ejercicio de libertad. El asunto, visto de esta manera, nos invita a una discusión filosófica inevitable.

La filosofía y la verdad

Intentemos meternos en este debate sin la pretensión de quedarnos pegados en un tema tan complicado y donde hay montones de posiciones, todas muy respetables y de muy alto nivel.

Podríamos partir dividiendo el tema en dos tiempos. En el primero, la discusión sobre la verdad se relaciona con el pensamiento religioso, la relación entre la razón y el alma y, en el segundo, prevalece la idea que fundamenta la ciencia: “solo lo material es lo real”.

Digamos que estas premisas son una simplificación necesaria para tratar de explicar el clásico enfrentamiento entre el idealismo y el materialismo. En la primera reflexión la razón está del lado de la fe y en la segunda la verdad es lo tangible.

Para no hacer largo el asunto digamos que la verdad en el idealismo estaba asociada a la idea de la virtud, del conocimiento, del bien y de Dios que lo era todo. El alma constituía el soporte de la verdad.

Con la revolución industrial el debate sobre la verdad comenzó a cambiar de rumbo, se inclinó más hacia el pensamiento científico. Marx sostenía que había que transformar la realidad más que interpretarla. Bajo esta corriente se consolidó la vieja idea que asociaba el poder económico a la imposición de la verdad.

Recuerdo que Américo Martín me comentó una vez que la revolución industrial había salvado a la humanidad de la hambruna que se le venía encima. El contexto incide en la definición filosófica de la verdad.

Todo pasa y todo queda

Lo interesante del debate filosófico es que desde Tales de Mileto, Heráclito, Sócrates o Santo Tomas de Aquino, Ortega y Gasset, hasta el día de hoy, no hay una verdad que sea estática o que prevalezca. Todo se mueve y cambia con el paso del tiempo. Ya sea porque el alma, la virtud, el lenguaje, el conocimiento, el razonamiento o la lucha de clases sean propuestas que intentan explicar la realidad en cada época, la dialéctica es un concepto que se registra igual entre idealistas o materialistas.

Sócrates aunque era idealista tenía un pensamiento dialéctico al igual que Hegel. Platón escribía en forma de diálogo y en sus escritos, cuya preocupación fundamental era la búsqueda de la virtud, del conocimiento, había una lógica parecida a los fundamentos del pensamiento científico: “Una tesis, una antítesis y una síntesis”.

En la Postverdad la verdad es relativa o no existe. Nietzsche rechaza esta idea. En sus formulaciones, el asunto de la verdad es de perspectivas.

Todo este intento de meternos con el tema de la verdad es para aterrizar en la Postverdad y en un debate más que urgente sobre lo que ocurre en las redes y en este, nuestro tiempo.

Nada que discutir

La opinión es un acercamiento a la verdad, no la verdad. La crisis de la democracia tiene que ver con las ausencia de debates por la simplificación a la que nos someten los algoritmos y por la supremacía de la cultura de lo instantáneo, de lo breve muy de moda en estos tiempos.

Se pensaba que después de la pandemia venía un regreso al humanismo y sin embargo, la guerra Rusia-Ucrania se ha vuelto una ecuación sin solución. En los países más desarrollados, ningún gobierno defiende la paz, el fin del conflicto. Esto tiene que ver con el discurso de la Postverdad, con los fake news y la legitimación de las mentiras, con la prédica de la violencia.

Facebook y Google apacaparan el 85% del mercado publicitario. Hace unos años la televisión, la radio y los periódicos eran los dueños supremos en lo que se refiere a la inversión en publicidad. Ahora, el negocio cambió. Es más grande.

Los algoritmos son la fase superior de la publicidad. Vender por las redes es más personal, más eficiente y barato que en los medios tradicionales. En las redes, cada persona cree que es el centro del universo porque su opinión, su ego, es lo que manda. Sin embargo, resulta que en el auge de lo digital se ha generado el proceso de masificación más grande de la historia.

La teoría de la ventana abierta

Todo estos procesos, tan acelerados y cambiantes, nos deben llevar a discutir qué es lo que está pasando y para dónde vamos. En el caso venezolano el debate es todavía más urgente. Hay que entrarle a la trampa de la Postverdad. Nuestro conflicto interno está metido en el
mero centro de la geopolítica y eso es un peligro.

Cuando Lula le dijo a Maduro, en su más reciente visita a Brasil, que él era una víctima de una narrativa construida que lo hacía ver como un dictador maluco, no se estaba refiriendo a lo que salió en las redes y fue tendencia.

Lula no estaba escondiendo la violación de los derechos humanos en Venezuela. Boric, en todo caso, se encargó de dejar claro que no había ninguna complicidad. Lo que el presidente brasileño le estaba intentando decir al mandatario venezolano es que se moviera, que cambiara de aptitud.

Desde hace rato López Obrador, Petro y Lula vienen planteando una relación distinta con los Estados Unidos. Una comunicación de mayor respeto entre la potencia número uno del mundo y las nacionales latinoamericanas ahogadas en problemas económicos pero, conscientes de su soberanía.

Lula viene diciéndole a Maduro que tiene que corregir sus posturas y salirse de las etiquetas donde lo han metido y, él mismo, ha ayudado a consolidar. Sus colegas presidentes le están pidiendo que vuelva a la OEA, a los organismos de integración latinoamericana y restituya la institucionalidad en Venezuela.

Petro lo dejó claro cuando le dijo al gobernante venezolano que había que comprender el concepto de “Democracia Liberal” que es el que funciona y se reconoce en nuestros países y que pasa por elecciones libres.

Una ventana abierta

La oposición en vez de entender que Lula estaba tirándole un salvavidas a Maduro y meterse por esa rendija para restituir la institucionalidad, volvió a lo suyo. No hizo otra cosa que responder dentro del tradicional esquema de la confrontación y la narrativa de la “dictadura”.

Pero, desde el punto de vista estratégico, que en Venezuela se respeten las leyes, el clima sea de diálogo y se amplíe la democracia, ese camino es más conveniente que continuar en el conflicto. En el choque de trenes entre polos que se rechazan.

Por eso es fundamental plantearle a Maduro que las agresiones a Capriles a quien más afectan es a su propio gobierno. Una oposición inteligente debería aprovechar que Lula, Petro y familia están ayudando al oficialismo a salirse del aislamiento y facilitar el desarrollo de ese proceso.

Deberían generar un debate sobre la necesidad de respetar las reglas del juego democrático. Ganarse la opinión pública. Dejar que la violencia vuelva a sustituir al diálogo es un retroceso y un sin sentido.

El padre Ugalde acaba de dar una declaración que vale la pena respaldar: “Gobierno y oposición deben tratarse con humildad y pensar más en los problemas de los venezolanos que en el poder”.

La lengua es castigo del cuerpo

A la Postverdad hay que responderle con análisis y lógica. Salirse de los discursos habituales y hablarle al país en términos positivos. Sin renunciar a las diferencias, avanzar con los mejores argumentos. Sacar a los venezolanos de la confrontación debe ser uno de nuestros principales objetivos. Es la única manera de generar alternabilidad.

El discurso de María Corina es la continuidad de los errores de la oposición en estos 24 años. Es insistir en la narrativa de Guaidó o Leopoldo López que fue derrotada al igual que el golpe de Carmona. Es vender una posibilidad de victoria que no existe. Es pura Postverdad.

De persistir en la prédica de las salidas de fuerza se obtendrán los mismos resultados de siempre. Es mentira que la señora Machado va a meter preso a Maduro o a cambiar el CNE. Esa es una oferta engañosa. Si la Dama de Hierro se convierte en una amenaza real para los socialistas criollos, no la habilitarán y listo. Una vez más se estarán generando unas expectativas difíciles de cumplir y eso lo que genera es frustración y atornillar a Maduro.

¿Qué va a hacer la señora Machado con las primarias que se realizarán con la participación del CNE? ¿Mantendrá su discurso contra las máquinas o se calará las captahuellas pensando que puede ganar? ¿Sacrificará su coherencia para comportarse como el liderazgo tradicional o mantendrá su palabra?

Platón y Benedetti

Hay que cambiar el discurso y la manera de entender la política. En el siglo V antes de Cristo, Platón sostenía que la democracia era una propuesta de gobierno que favorecía los autoritarismos. El filósofo griego creía que debían gobernar los sabios, los virtuosos, quienes tenían más conocimientos y no los políticos.

Era adversario de los “sofistas”, de una tendencia de la época que priorizaba la palabra por encima de la razón y el conocimiento. Platón veía a los políticos como unos agitadores que soñaban con ser gobierno. Gente sin escrúpulos.

Fueron los sofistas y su oratoria los responsables del ajusticiamiento y la muerte de Sócrates.

Platón sostenía que los políticos eran demagogos por naturaleza. Se caracterizaban por su enorme ego. Solían decirle a la gente lo que querían oír, nunca la verdad. Solo les importaba su bienestar y para nada el de los demás. No tenían virtud y por eso se corrompían. Terminaban, por lo general, traicionando al pueblo.

El episodio del embajador Benedetti es tal cual lo que decía Platón hace un montón de años. Este señor, furioso porque lo dejaron esperando tres horas, se puso a chatear con la jefa del gabinete en términos ofensivos y esos textos se los pasó a la revista Semana para que los publicaran. No le importó para nada las consecuencias de su egoísmo, de su enloquecida vanidad.

Benedetti estaba herido en su miseria. No lo nombraron ministro y por eso promovió el escándalo que le costó el puesto a la señora Sarabia y a su propia persona. Escribió un tuit, a modo de excusa, diciendo que estaba triste y ebrio, cuando hizo lo que hizo.

¿Cuántos políticos se parecen a Benedetti en Venezuela?

Por Kico Bautista
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