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Pero nos equivocamos...

Tenemos la convicción que la nobleza del pueblo venezolano, su talante libertario, irreverente, decente, mixto y profundamente matriarcal, volverá por sus fueros a recuperar la República

  • ORLANDO VIERA-BLANCO

14/03/2023 05:00 am

Hemos tenido la oportunidad de dictar cátedra magistral como Guest lecture en el Instituto Guarini de la Universidad John Cabot de Roma, Escuela de Ciencias Políticas. Todo un reencuentro con nuestra realidad y antecedentes, que deseo compartir porque sin ánimo de profetizar el pasado, sin duda de haber abierto otra puerta de nuestra historia reciente, Venezuela sería hoy un oasis, el esplendor de Latinoamérica.

Siglo XX. Petróleo, reparto, desarrollo y ostracismo

El siglo XX, centuria de la Venezuela petrolera, nos dejó una sociedad desruralizada, movilizada socialmente y urbana. Más educada pero también relegada y pobre. Un país mezclado-entre migrantes latinos, europeos, asiáticos y nativos-resilientes y a su vez dependientes del estado, que nos hizo una nación multicultural, plena de oportunidades y anhelos, alcanzados y frustrados. De esa mezcla étnica, brota nuestra belleza y nuestra actitud grupal, generosa, igualada y horizontal. Y de esa mezcla de circunstancias, nuestra tragedia.

La guerra civil española, la II guerra mundial y el polvorín en Latinoamérica, convirtió a Venezuela en el país receptor de la ola migratoria más significativa del siglo XX en la región. Españoles, Italianos, portugueses, alemanes, judíos, libaneses, griegos, húngaros, Colombianos, Peruanos, Argentinos, Cubanos… desplazados y perseguidos por la guerra, la guerrilla, las dictaduras y la hambruna, llegaron a tierra de gracia, siendo recibidos con generosidad y sentido familiar. Cero discriminaciones, nada de xenofobia.

Quiero destacar que entre dictaduras [Gómez y Pérez Jiménez] vivimos momentos tanto de represión como de bonanza petrolera; agitación política desde la cual se parió la democracia, siendo el petróleo un factor indiscutible de desarrollo que nos trajo paz social y un nuevo orden económico. Venezuela se convirtió en un destino estable. Pero también significó el oro negro, el clivaje de un nuevo caudillismo. Nuestra moneda [el bolívar] llegó a ser una de las tres tasas referentes del mundo junto al dólar y al franco suizo [años 60], virtud económica que no drena con solvencia a las clases bajas.

Nace la democracia del Pacto de Punto Fijo, uno de los consensos políticos más importantes de la historia de Latinoamérica. Comienza una era de masificación educativa, progreso, bastimento. Nacía un nuevo tejido social edificante. Pero también clientelar y embriagado de populismo.

Mucho debemos agradecer a los 40 años de la primera democracia de Latinoamérica. Vialidad, energía, tecnología, infraestructuras, educación, escuelas, universidades, parques industriales; parques nacionales, represas, cultura, hospitales; emprendimientos [públicos y privados] que fueron el orgullo y ejemplo de LATAM. El costo: un censurable rentismo, un doloroso ostracismo y un estado todopoderoso pero fofo a la vez.

Miles se fueron de la provincia a la capital para estudiar y trabajar. Muchos fueron becados dentro y fuera de Venezuela [e.p.g. Beca Gran Mariscal de Ayacucho], pero otros quedaban relegados por una suerte de movilización social-lotería y carnetizada. Construimos la Cota Mil, un viaducto volador, de Petare (la favela más grande de Latinoamérica) a La Pastora (la parroquia más popular del país, que da fe de una selva de cemento y lugareños en techos de cartón. Alzamos el Puente sobre el lago de Maracaibo, el Guri, las torres del silencio. Del Banco central y la ciudad universitaria, acordonadas de palafitos y casas muertas. Entonces alumbra un país rico-pobre, feliz-sufrido, moderno-olvidado, entre lo vibrante y lo rural, que registra los contrastes más extremos del continente. Un tejido social complejo que nos hizo progresistas y voluntariosos pero súbditos de una riqueza fácil, administrada por pocos, que fue caldo de cultivo reflujos y conjuras que aflora de golpe, el 4F-de 1992.

La rebelión de los náufragos: un autogol histórico

¿Por qué el golpe contra Carlos Andrés Pérez [CAP]? Es la gran pregunta. Acaso la indiferencia social, la violencia pasiva, la ignorancia del desposeído y excluido, que no supimos anticipar con desprendimiento y sensibilidad social. Sin duda a los venezolanos no nos enseñaron a compadecernos de una miseria que veíamos desde nuestro balcón, e incluso, vivida por muchos.

La conjura contra CAP, resumida por Mirtha Rivero como la rebelión de los náufragos, ha quedado probada como el preludio del fin de una era que merecía “otra muerte”. Puerta a un abismo que, de haberse evitado, hubiese germinado el país más próspero, estable y sólido del siglo XXI en LATAM.

Un autogol político muy costoso, que en todo caso no merecía ni Venezuela, ni Pérez. Ya lo predijo CAP: “Supuse que la política venezolana se había civilizado y que el rencor y los odios personales no determinarían su curso. ¡Me equivoqué!”. Ese curso, fue la llegada de Hugo Chávez. Un nuevo mesías con “charreteras revolucionarias”, que vino a despertar el monstruo de la venganza, la ojeriza y los resentimientos. Un pueblo noble y triste, a quien se le enseñó a odiar en vez de amar [dixit Madiba/tata].

En mayo de 1993 se realiza un antejuicio express y complotado a CAP. Un asalto histórico, “notable’, que nos conduce a la etapa más oscura, represiva y corrupta que haya vivido nación alguna de Tijuana al Perito Moreno. Un saqueo republicano sin precedente, pleno de hambruna, desmantelamiento institucional, violación de DDHH, desplazamiento forzoso, lucha de clases, militarismo y cubanización. ¿Por qué? Porque una sociedad que endosa de forma absoluta sus deberes sociales, morales, cívicos y ciudadanos al Estado, produce un Estado frágil, vulnerable, embriagado y enratonado. Y porque la política se hizo de oídos.

Y amaneció de golpe. El 4F-1992 Venezuela sufrió su peor accidente histórico de la mano del otrora comandante Hugo Chávez. Un movimiento de apariencia Bolivariana, redentor y popular, irrumpe contra la constitución, como el nuevo El Cid Vengador. El resto es historia padecida. Un cocktail revolucionario cívico-militar, que “decreta” la cultura de Dios, el libertador, de nuestros aborígenes; Simón Rodríguez, Chomsky, Martí y Ali Primera, que resultó ser un arrebato impune de nuestra identidad, nuestra riqueza y nuestro suelo.

Un mundo que observa, despacio

El Derecho Internacional tiene una gran deuda con los desplazados, encarcelados, desaparecidos, torturados...por regímenes que amparados bajo el concepto de soberanía y no intervención, amputan derechos y eternizan su autoritarismo.

Es urgente que el Derecho Internacional dé un paso adelante. De cómo convertir la responsabilidad de prevenir y proteger en algo más que un postulado de letra muerta. De cómo no reconocer Estados secuestrados por gobiernos totalitarios. De cómo declarar el Estado Ausente, cuando no existe democracia sino prevalece al decir del poeta rebelde Ruso, Osip Mandelstam refiriéndose a Stalin, “EL MONTANEZ DEL KREMLIN, con sus dedos gruesos como gusanos, grasientos, sus palabras como pesados martillos…y sus bigotes de cucarachas que parecen reír y relumbran las canas de sus botas”.

Tenemos la convicción que la nobleza del pueblo venezolano, su talante libertario, irreverente, decente, mixto y profundamente matriarcal, volverá por sus fueros a recuperar la República. Alumbraremos una nación nueva, propia de nuestra multiculturalidad y bondadosa identidad. Y predominará la justicia, que es el bien sobre el mal, del mismo modo que nos has favorecido la historia cuando ardía Venezuela entre montoneras y cerbatanas.

No puedo terminar este ensayo sin parafrasear un extraordinario artículo de Thays Peñalver, “las cinco muertes de Chávez”. Quiero decir: […] Si hubiésemos enterrado el proyecto intrépido, totalitario, rapaz, minado de odios y rencores, “como lo calcan sus amigos Cristina Kirchner de Argentina, Lula y Dilma de Brasil; Evo Morales de Bolivia; el ecuatoriano Rafael Correa, el hondureño Porfirio Lobo, el guatemalteco Otto Pérez Molina; el peruano Ollanta Humala; sus amigos el primer ministro portugués José Sócrates, Robert Mugabe Zimbabwe, Teodoro Obiang de Nueva Guinea, Omar Al-Bashir o el ex presidente Mahmud Ahmadinejad"; si no hubiésemos abierto el Ministerio del tiempo a Fidel Castro en su butaca, Venezuela hubiese tenido otra vida, otro destino, otro presente. Pero al decir de CAP, ¡nos equivocamos! Aprendamos entonces la lección y construyamos un nuevo futuro…Estamos a tiempo.

@ovierablanco
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