Separar la descripción y poner significados
Pareciera estamos inmersos en una cultura de legitimación del conflicto perverso, mediante una aceptación de los términos de su desarrollo, dado que los actores se visten con las cargas simbólicas de su curso.
Cuando todo pasa a dominio del conflicto, todas las relaciones sociales están interpenetradas y se llega a hablar, del destino que tocó en suerte a ese cuerpo social específico, como fatalidad.
Al fin y al cabo el poder no es más que una representación, y para adelantarnos a los reclamos de ocuparnos del presente real, hay que decir que esa representación requiere de constante reconocimiento mediante una percepción de lo que se cree de él. Lo hemos reclamado a lo largo de los años: “la modificación de la mirada”. Ya va siendo hora de que los venezolanos dejen de describir fenómenos y pongan significados. La falta de respuestas – y seguramente de interrogantes- ya parece la conversión del conflicto en un anhelo de aclaración insatisfecho.
Pareciera estamos inmersos en una cultura de legitimación del conflicto perverso, mediante una aceptación de los términos de su desarrollo, dado que los actores se visten con las cargas simbólicas de su curso. Debemos asumir una cultura de cambio que debe aceptarse como modificaciones sustanciales en todos los órdenes de la vida social y que permita un reconocimiento tal capaz de generar de nuevo identidad y reconocimiento mutuo.
El planteamiento ideológico provee de una autovaloración y de una justificación, en pocas palabras, otorga la fe, como concede una autorización para determinar lo bueno y lo malo. En verdad el contenido ideológico arrogado sólo otorga la especificidad a una eficacia. Así sucede a pesar de ser una noción del marxismo ortodoxo el ‘fin de la ideología” al considerarla como típico producto del capitalismo y en consecuencia innecesaria al término de las relaciones de dominación. Lo único que interesa a los efectos del conflicto es su eficiencia práctica, dado que otorga coherencia en el ejercicio del poder.
Un retorno a la política permitiría conformar lo que llamaremos a estos fines específicos “objetividad”, cuya ausencia, extrema paradoja no visible para los ojos cegatos de los extremismos, impide la realización de lo social.
El conflicto político venezolano se desarrolla sobre las minucias de la acción política cotidiana. Un conflicto ejercido a diario sobre lo circunstancial es en sí mismo una lucha por el poder y no más.
@tlopezmelendez
Al fin y al cabo el poder no es más que una representación, y para adelantarnos a los reclamos de ocuparnos del presente real, hay que decir que esa representación requiere de constante reconocimiento mediante una percepción de lo que se cree de él. Lo hemos reclamado a lo largo de los años: “la modificación de la mirada”. Ya va siendo hora de que los venezolanos dejen de describir fenómenos y pongan significados. La falta de respuestas – y seguramente de interrogantes- ya parece la conversión del conflicto en un anhelo de aclaración insatisfecho.
Pareciera estamos inmersos en una cultura de legitimación del conflicto perverso, mediante una aceptación de los términos de su desarrollo, dado que los actores se visten con las cargas simbólicas de su curso. Debemos asumir una cultura de cambio que debe aceptarse como modificaciones sustanciales en todos los órdenes de la vida social y que permita un reconocimiento tal capaz de generar de nuevo identidad y reconocimiento mutuo.
El planteamiento ideológico provee de una autovaloración y de una justificación, en pocas palabras, otorga la fe, como concede una autorización para determinar lo bueno y lo malo. En verdad el contenido ideológico arrogado sólo otorga la especificidad a una eficacia. Así sucede a pesar de ser una noción del marxismo ortodoxo el ‘fin de la ideología” al considerarla como típico producto del capitalismo y en consecuencia innecesaria al término de las relaciones de dominación. Lo único que interesa a los efectos del conflicto es su eficiencia práctica, dado que otorga coherencia en el ejercicio del poder.
Un retorno a la política permitiría conformar lo que llamaremos a estos fines específicos “objetividad”, cuya ausencia, extrema paradoja no visible para los ojos cegatos de los extremismos, impide la realización de lo social.
El conflicto político venezolano se desarrolla sobre las minucias de la acción política cotidiana. Un conflicto ejercido a diario sobre lo circunstancial es en sí mismo una lucha por el poder y no más.
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