Populismo y “democradura”
El permiso de gobernar que le damos a nuestros funcionarios elegidos nunca debe ser un cheque en blanco, y mucho menos una autorización indefinida...
El término populismo, que trasciende el debate entre izquierdas y derechas pues hay populismos en ambos extremos del espectro, está siendo ampliamente estudiado por ser un fenómeno político cada vez más vigente. Sin embargo, faltan todavía muchas explicaciones para poder comprender el asunto en su totalidad, y sobre todo carecemos de propuestas que puedan significar una alternativa a esa forma de gobernar cada vez más frecuente. El populismo ha resultado muy seductor como mecanismo para ganar elecciones, y también para permitir a líderes enfermos de poder permanecer en él el mayor tiempo posible. A diferencia de las dictaduras, el populismo se ocupa de darle un aspecto muy democrático al proceso de acaparamiento del poder, por medio de múltiples elecciones y referendos. El resultado ha sido una nueva forma de gobierno bautizada “democradura” – mezcla de democracia y dictadura – vocablo que en el año 2019 fue admitido como válido en el diccionario de referencia francés Petit Robert. La definición exacta es: “Régimen político que combina las apariencias democráticas con un ejercicio autoritario del poder”.
La democradura implica que ahora existen tiranos –en el sentido del Barón de Montesquieu, refiriéndose a aquél gobernante que acapara todos los poderes- en casi todos los continentes manipulando elecciones, en vez de prohibirlas o suspenderlas. Todo ello sin necesidad de golpes de estado. Para que las democraduras funcionen, es indispensable destruir la idea de alternancia y sustituirla por el concepto de irreversibilidad. Ejemplos hay muchos, pero todos pasan por la proposición de asambleas constituyentes, como fórmula mágica para que el pueblo –el “verdadero” soberano– sea escuchado en su totalidad. Todas esas constituyentes terminan permitiendo la reelección indefinida, que es el dispositivo ideal para asegurar la irreversibilidad. Ese concepto lo defienden los líderes populistas en América Latina, pero también en la Europa de Kaczynski, Jean – Luc Melenchon, Pablo Iglesias, Putin, Endorgan y Orbán, por mencionar solo algunos.
El reputado investigador francés Pierre Rosanvallon, cuyos trabajos sobre teoría política son punto de referencia obligado de los politólogos contemporáneos, publicó en el año 2020 su obra “El siglo del populismo”, con la intención de ir más allá del estudio del comportamiento de los votantes populistas –unidos siempre en torno al resentimiento social y al complejo de inferioridad-, para analizar el fenómeno en sí mismo desde sus orígenes. Rosanvallon cita al investigador argentino Ernesto Laclau, referente de todos los populistas latinoamericanos, quien afirmaba que “Una democracia real en América Latina debe fundarse en la reelección indefinida”. Además, asegura el francés, los populismos se dedican a suprimir los otros contrapesos del Poder Ejecutivo, y a disolver las instituciones existentes para instalar otras nuevas sumisas a sus intereses. Eso incluye un dominio sobre los medios de comunicación. La polarización exacerbada es otro ingrediente determinante del populismo. No valen términos medios, no se aprecia la justa medida; o estás con nosotros o contra nosotros. Rosanvallon utiliza como ejemplo a Donald Trump. La polarización del populismo lleva a un endurecimiento de las oposiciones sociales. “Trump actuó instintivamente como si su país se dividiera entre hombres e infrahombres”, afirma en su libro. Y sentencia en una forma lapidaria: “Para los líderes populistas, no se trata únicamente de defender sus opiniones y proyectos. Ellos se presentan como celosos servidores de la verdad, asediados por las mentiras de sus opositores”. Eso vale para los populistas de derecha y de izquierda por igual, solo que sus verdades son diferentes.
¿Cuáles alternativas se pueden proponer ante el auge del populismo? Muchas, pero todas pasan por reforzar los valores profundos de la libertad, para escoger o sacar a nuestros gobernantes. Ya que ser conservador no está de moda, entonces quedan opciones de mejorar la democracia “multiplicando sus formas de expresión para darle cuerpo. Apuntalar sus instituciones”. La democracia, asegura Rosanvallon, es por naturaleza experimental. Tenemos que tener una democracia más interactiva para combatir las seducciones del populismo. Dice el politólogo francés que “La solución más pertinente a la crisis de representación, es multiplicar sus modalidades y expresiones más allá del papel a la vez indispensable y limitado del ejercicio electoral”. El permiso de gobernar que le damos a nuestros funcionarios elegidos nunca debe ser un cheque en blanco, y mucho menos una autorización indefinida. Ya sabemos que una vez enquistado en el poder es muy difícil, extremadamente difícil, quitarle a un líder populista sus privilegios por la vía del voto. Como la democracia es un régimen que nunca se cansa de preguntarse por él mismo y lleva intrínsecas unas debilidades naturales que al final le fortalecen, preguntémonos cómo evitamos que se transformen en esas “democraduras” que tanto gustan a los líderes populistas alrededor del mundo.
alvaromont@gmail.com
La democradura implica que ahora existen tiranos –en el sentido del Barón de Montesquieu, refiriéndose a aquél gobernante que acapara todos los poderes- en casi todos los continentes manipulando elecciones, en vez de prohibirlas o suspenderlas. Todo ello sin necesidad de golpes de estado. Para que las democraduras funcionen, es indispensable destruir la idea de alternancia y sustituirla por el concepto de irreversibilidad. Ejemplos hay muchos, pero todos pasan por la proposición de asambleas constituyentes, como fórmula mágica para que el pueblo –el “verdadero” soberano– sea escuchado en su totalidad. Todas esas constituyentes terminan permitiendo la reelección indefinida, que es el dispositivo ideal para asegurar la irreversibilidad. Ese concepto lo defienden los líderes populistas en América Latina, pero también en la Europa de Kaczynski, Jean – Luc Melenchon, Pablo Iglesias, Putin, Endorgan y Orbán, por mencionar solo algunos.
El reputado investigador francés Pierre Rosanvallon, cuyos trabajos sobre teoría política son punto de referencia obligado de los politólogos contemporáneos, publicó en el año 2020 su obra “El siglo del populismo”, con la intención de ir más allá del estudio del comportamiento de los votantes populistas –unidos siempre en torno al resentimiento social y al complejo de inferioridad-, para analizar el fenómeno en sí mismo desde sus orígenes. Rosanvallon cita al investigador argentino Ernesto Laclau, referente de todos los populistas latinoamericanos, quien afirmaba que “Una democracia real en América Latina debe fundarse en la reelección indefinida”. Además, asegura el francés, los populismos se dedican a suprimir los otros contrapesos del Poder Ejecutivo, y a disolver las instituciones existentes para instalar otras nuevas sumisas a sus intereses. Eso incluye un dominio sobre los medios de comunicación. La polarización exacerbada es otro ingrediente determinante del populismo. No valen términos medios, no se aprecia la justa medida; o estás con nosotros o contra nosotros. Rosanvallon utiliza como ejemplo a Donald Trump. La polarización del populismo lleva a un endurecimiento de las oposiciones sociales. “Trump actuó instintivamente como si su país se dividiera entre hombres e infrahombres”, afirma en su libro. Y sentencia en una forma lapidaria: “Para los líderes populistas, no se trata únicamente de defender sus opiniones y proyectos. Ellos se presentan como celosos servidores de la verdad, asediados por las mentiras de sus opositores”. Eso vale para los populistas de derecha y de izquierda por igual, solo que sus verdades son diferentes.
¿Cuáles alternativas se pueden proponer ante el auge del populismo? Muchas, pero todas pasan por reforzar los valores profundos de la libertad, para escoger o sacar a nuestros gobernantes. Ya que ser conservador no está de moda, entonces quedan opciones de mejorar la democracia “multiplicando sus formas de expresión para darle cuerpo. Apuntalar sus instituciones”. La democracia, asegura Rosanvallon, es por naturaleza experimental. Tenemos que tener una democracia más interactiva para combatir las seducciones del populismo. Dice el politólogo francés que “La solución más pertinente a la crisis de representación, es multiplicar sus modalidades y expresiones más allá del papel a la vez indispensable y limitado del ejercicio electoral”. El permiso de gobernar que le damos a nuestros funcionarios elegidos nunca debe ser un cheque en blanco, y mucho menos una autorización indefinida. Ya sabemos que una vez enquistado en el poder es muy difícil, extremadamente difícil, quitarle a un líder populista sus privilegios por la vía del voto. Como la democracia es un régimen que nunca se cansa de preguntarse por él mismo y lleva intrínsecas unas debilidades naturales que al final le fortalecen, preguntémonos cómo evitamos que se transformen en esas “democraduras” que tanto gustan a los líderes populistas alrededor del mundo.
alvaromont@gmail.com
Siguenos en
Telegram,
Instagram,
Facebook y
Twitter
para recibir en directo todas nuestras actualizaciones