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La escucha

Quien puede dudar de que los que nos llevan, por caminos de bochinche y algarabía, pretenden algo más que la dominación. Irrestricta y hegemónica. Pan y circo hace referencia a los romanos. Ahora es hambre y desorden. Imagen y propaganda

  • JOSÉ ANTONIO GÁMEZ E.

15/03/2023 05:01 am

“El silencio no es el exilio de la palabra. Es el amor de la Palabra única. La abundancia de palabras, por el contrario, es el síntoma de la duda. La incredulidad siempre es charlatana.” (La fuerza del silencio, Cardenal Robert Sarah)

Si hay algo molesto en esta noche, ya larga, de nuestra historia, es el ruido. El ruido que llega hasta los gritos. Parece que el nivel de autoridad, se mide en decibeles. Gritos que ahora nos llegan, hasta de ultratumba. El ruido de lo inmediato, por lo urgente. Lo inmediato suele ser, salvo pocas excepciones, ruido o distractor. Al punto de hacer perder la capacidad de respuesta y reacción. No es que estemos sordos. El ruido nos aturde. Los gritos nos paralizan.

Quien puede dudar de que los que nos llevan, por caminos de bochinche y algarabía, pretenden algo más que la dominación. Irrestricta y hegemónica. Pan y circo hace referencia a los romanos. Ahora es hambre y desorden. Imagen y propaganda. Es obvio que el grito, la patada a la mesa, el berrinche o el chantaje, impiden el diálogo. Como se puede dialogar con un verdugo o secuestrador. De qué manera es posible conversar con aquel, que no para de descalificar y mentir. Hace falta una base mínima de confianza, para generar el diálogo. De esa forma, el intercambio es esperanzador.

Es inútil pretender con técnicas, aunque sean de negociación, establecer una conversación civilizada. Sin respeto, consideración y empatía, se hace cuesta arriba el cruce de palabras, fecundo. El respeto suele comenzar con la consideración de que mi interlocutor tiene, al menos, los mismos derechos y responsabilidades que yo. La empatía es saber colocarse, en los zapatos del otro. Suele suceder que solo encontramos ese calzado, en el silencio y la reflexión. Nunca se trata de dialogar por dialogar. El fin siempre es encontrar salidas, que beneficien a todas las partes. Especialmente cuando hay un bien superior: el bien común. Que se encuentra en juego.

Hay pocas cosas tan poderosas como la palabra. Cuando proviene de un espíritu sereno y cordial, puede lograr verdaderos milagros. Con frecuencia olvidamos el inmenso bien que se puede hacer con la palabra. Es algo de lo que tenemos certeza. Es mediante palabras, que se logra revertir el curso de la naturaleza. Hasta cuando esta se encuentra en su estado más retorcido y enfermo. La palabra es un don. Compromiso, mandato, tarea. La palabra siempre es una oportunidad de acuerdo y avance. Para que la palabra sea fructífera, hace falta el silencio. Espacio y tiempo para aquietar las pasiones y afinar el ingenio. La importancia de la palabra es tal. Merece el silencio que la antecede. Vale la pena intentarlo.

“Hay que imponer silencio al quehacer del pensamiento, calmar la agitación del corazón, el tumulto de las preocupaciones, y eliminar toda distracción artificial. No hay nada que permita comprender mejor la escucha que la relación entre el silencio y la escucha, la atención y el don…” (La fuerza del silencio, Cardenal Robert Sarah)

JOSÉ ANTONIO GÁMEZ E.
jagamez@icloud.com
@vidavibra
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