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Varsovia

La capital polaca es una mezcla de pasado con edificios altos. Un testimonio fiel de la guerra, del horror, pero también a la resiliencia

  • Diario El Universal

08/12/2019 06:00 am

Adriana Herrera

Corrían los días entre octubre y noviembre de 1940, en Polonia, y estaba desatada la Segunda Guerra Mundial. En Varsovia, la capital polaca, la Alemania nazi levantó un muro que medía tres metros y estaba cercado únicamente con un alambre de púas. Se extendía por 18 kilómetros en la ciudad y dentro de sus límites, los oficiales nazis confinaron a 400 mil judíos en su mayoría de Varsovia, aunque también estaban algunos deportados de otras partes de Europa y de la misma Alemania. Lo difícil no era saltar el muro y huir: era intentar sobrevivir del otro lado. El Gueto de Varsovia, fue el mayor gueto judío establecido en Europa y allí solo existió humillación, trabajos forzados, hambre, enfermedades, muerte. Y destrucción. 

Hoy, al caminar Varsovia, es posible llegar a observar algunos restos del muro que siguen en pie. Pedazos de pared oscura y sucia, casi insignificantes que no terminaron de caerse y que están ahí, tras algún edificio de apartamentos, como un recordatorio del horror. Eso no aparece en ningún mapa, la curiosidad es la única guía y a veces, el viajero no sabe si ir a verlo o no. Un pedazo de pared, un recuerdo silente. Pero también aparecen en la ciudad, líneas armadas de concreto y metal que recuerdan por dónde se levantaba el muro. Líneas que van trazando límites. En ellas se puede leer: Gueto de Varsovia y los años 1940-1943, tiempo que el muro permaneció allí. 
Es un camino que se puede seguir con los pies y que luego termina tras alguna pared y aparece en otra acera. Ver eso puede ser más impactante que el muro en sí. Se hace un ejercicio de imaginación profundo, sobre todo en estos tiempos en que la ciudad ya no es un cúmulo de ruinas. 

En el verano de 1942, los alemanes deportaron a casi 300 mil judíos del gueto al campo de concentración de Treblinka, sin saber que los que quedaban se estaban armando para oponer resistencia. Era, desde todo punto de vista, casi imposible sobrevivir, pero se las ingeniaron para conseguir armas y esconderlas de los oficiales nazis; lograban repartir panfletos que aparecían regados en las calles llamando a resistir. Y entonces, morían en masa acribillados en las paredes del gueto mientras los oficiales intentaban encontrar a los responsables.

Entonces, el 19 de abril de 1943, el día del alzamiento del gueto de Varsovia -y noche del Pésaj, una festividad judía que conmemora la liberación del pueblo hebreo de la esclavitud de Egipto-, dos mil oficiales nazis entraron a los límites del muro con la orden expresa de eliminar a todos los judíos, sin excepción. La resistencia dio la batalla y en su mayoría eran hombres muy jóvenes, cansados por el hambre y pobremente armados. Sabían que tenían pocas posibilidades de sobrevivir y prefirieron morir en combate. 

En el Museo del Alzamiento de Varsovia que hoy se encuentra en el distrito de Wola, y que está abierto al público desde el 2004, hay un muro con huellas de disparos. Si te acercas a ellos, escucharás latidos y sonidos de batalla. Un muro que late, que recuerda, que cuenta la historia. Cada parada en este museo, relata, con esmerada exactitud cómo se armó la revuelta, cómo murieron, cómo resistieron. Se hace indispensable recorrer sus pisos con calma, digerir la historia sin prisas. Quien quiera entender Varsovia y cómo fue que después del horror logró levantarse, tiene que ir a ese lugar. La visita, según la curiosidad, podría extenderse por seis horas, pero son necesarias, desgarradoras. El museo hace contener el aliento, respirar profundo varias veces y avanzar. 

Un mes después del día del alzamiento del gueto, más oficiales nazis entraron a los límites del muro, disparando a los edificios que quedaban en pie, prendiendo fuego y arrasando con todo a su paso. A quienes conseguían escondidos, los eliminaban allí mismo y algunos, fueron enviados a campos de concentración. Mordechaj Anielewicz, líder del alzamiento del gueto, estaba escondido en un bunker junto a otra docena de insurgentes. El 8 de mayo fueron acorralados por los alemanes y optaron por suicidarse. Algunos judíos lograron escapar por las alcantarillas de ese fuego que intentaba devorarlos. El 16 de mayo, para dejar clara su victoria, los alemanes volaron la Gran Sinagoga en la calle Tlomackie. Y entonces, el gueto dejó de existir.
Después de finalizada la Segunda Guerra Mundial, Varsovia solo despedía tristeza y destrucción. Fue la ciudad de Europa más devastada durante la guerra: seis millones de polacos no sobrevivieron. 

La ciudad comenzó un lento camino de reconstrucción entre los años 1945 y 1953. Desempolvaron fotografías para adivinar algunas calles, rescataron pinturas antiguas de artistas como Bernardo Belloto y Marcello Bacciarelli para replicar edificios en los sitios exactos donde se encontraban. El sentido de pertenencia se exacerbó: artistas, arquitectos, diseñadores, se dedicaron a recordar la ciudad, limpiarla de la guerra, pero sin borrar por completo su rastro, para que siempre fuese necesario recordar. Reconstruyeron una ciudad lo más parecido posible a como estaba en el año 1939, pero que también tuvo vistos modernos para abrir paso a una nueva vida. 

Hoy, Varsovia es una mezcla de pasado con edificios altos. Un testimonio fiel al alcance de la guerra, del horror, pero también a la resiliencia. Contar la historia será necesario cada vez, llegar allí y buscar los pedazos del muro, imaginar, pero también ver su movimiento cosmopolita, sorprenderse y entender que todo eso que estamos viendo ni siquiera tiene 100 años de estar en pie y que ahí están, contando la historia, paseándose constantemente por el recuerdo. 

En 1980, la ciudad fue declarada por la UNESCO como Patrimonio de la Humanidad.
Sí, Varsovia es la ciudad que se levantó.
@viajaelmundo
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