Los cuentos de mi tierra
Aroa
Reconocida en tiempos de la colonia por sus minas de cobre, Hoy su camino se llena de coco y cacao porque su gente no se rinde busca alternativas
Tenía veinte años sin visitar este destino, tanto que ya no recordaba la vía que debía tomar para llegar hasta el pueblo, se me había olvidado que su carretera es de curvas cerradas que se deben tomar con cuidado, no era capaz de medir el tiempo que iba a tomar en llegar hasta Aroa.
Por eso, me paré en Macagua a preguntar a que distancia se encontraba, ya habían pasado unos veinte minutos desde mi salida de San Felipe y me llamó la atención que el paisaje estaba dominado por cocoteros, no tenía recuerdos de que este rubro fuera tan grande en la zona. Vi un letrero que ofrecía coco frío y aproveché para tomarme uno. Le pregunté al vendedor porque este se veía tanto, él me explicó que desde hace dos décadas los pobladores han orientado sus cultivos al noble fruto.
Alcides Gaspar es uno de ellos, me cuenta mientras abre el coco, que su esposa fue quien lo impulsó a mudarse por estos lados. Ellos vivían en Oriente hasta que la siderúrgica dejó de ser aquella industria que alguna vez les dio el sustento. Ya con 36 radicado años en Venezuela, este portugués en lo menos que piensa es en regresar a su tierra natal. Su excusa, el clima caribeño. Asegura que no soportaría nuevamente el frío.
En cuanto llegó a este caserío donde hoy ofrece agua de coco helada al viajero se dio cuenta que el producto podría ser parte de su forma de vida, aprendió entonces como sembrarlo y ahora tiene unas cuantas hectáreas cultivadas y un vivero donde distribuye semillas e injertos para quien quiera iniciarse en esta actividad, porque me cuenta que hay muchos interesados en esta planta, y tiene que ser así porque en la gastronomía yaracuyana varias recetas incluyen el fruto, y hasta un festival en su honor se realiza cada Semana Santa.
Saciada la sed sigo según las indicaciones de Alcides, quien me explicó que la montaña me abrazaría un rato más hasta abrirse en una pequeña sabana que deja ver campos aptos para la cría de animales, eso explica parte de la actividad económica de este lugar. A uno de ellos me dirijo, la hacienda de Luis y Yelitza Batista, quienes por más de diecinueve años se han dedicado a la cosecha en su propiedad. La naranja fue siempre su fuerte, pero treinta hectáreas se redujeron a quince gracias a la enfermedad del dragón amarillo. Los troncos de los árboles comenzaron a secarse, las hojas cambiaron de color y el fruto dejó de tener su apariencia lozana. Esto fue una alerta para la familia, que de inmediato reaccionó y de inmediato orientó su trabajo hacia especies como el coco, y recientemente el cacao.
Yelitza me muestra que Pozo Blanco, como se llama la propiedad, es además de su hogar, un centro recreativo, fue la alternativa que encontró la familia para tener una entrada más de dinero. Dos piscinas, un caney, parrilleras, cancha de fútbol y bolas criollas componen la oferta. Me explica esta larense radicada en tierras yaracuyanas que el turismo debería ser la apuesta en el municipio. Me indica que la ruta bien pudiera orientarse hacia las áreas de historia fomentando la visita al parque Minas de Aroa donde se encuentran las antiguas minas de cobre de Simón Bolívar; de naturaleza promocionando los senderos que conducen hacia los ríos y cascadas que ya tienen demarcados los miembros del grupo Caminantes del Cobre, un equipo de personas dedicadas a realizar paseos para contemplación de naturaleza. También impulsando la cultura a través de festivales que por años se realizaron aquí y que por la crisis dejaron de organizarse.
La propuesta también va ahora hacia la realización del turismo agrícola, la visita a las fincas para ver y aprender de la producción. Y en eso andan Ramón Gil y Carolina Camacaro, dueños de Agropecuaria Mi Refugio, una unidad de producción de ganado lechero, ovino, caprino, de cerdos, equinos y hasta cría de búfalas. Ellos comercializan todo lo que de estos animales se obtiene y de esta forma han contribuido al incremento de las opciones en la despensa de la gastronomía yaracuyana. Pero también tienen espacios diseñados a la contemplación de la vida del campo y su aprendizaje. Con ellos termino mi recorrido para conociendo sobre los quesos de cabra y las posibilidades de los nuevos emprendimientos para Venezuela, eso que llaman reinventarse, no rendirse, abrir ventanas cuando se cierran puertas. Algo en lo que andamos por todos por este país, rehaciendo los espacios para que no se derrumben.
@loscuentos de mitierra
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