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Costa Rica

El país centroamericano ofrece turismo de naturaleza con sus volcanes, bosques y paradisíacas playas

  • Diario El Universal

07/05/2019 06:44 pm

National Geographic
En una era en la que quedan pocos paraísos naturales, un pequeño país de Centroamérica despliega con orgullo el estandarte de la ética conservacionista. En Costa Rica, las tortugas y las ranas multicolores conviven con los sigilosos jaguares y millares de aves en un escenario enmarcado por playas de ensueño. San José, su capital, es la base de un itinerario que recala en los volcanes más imponentes de la Sierra Central, continúa por los bosques nubosos de Monteverde y se desvía hacia las epicúreas arenas del Parque Nacional Manuel Antonio, a orillas del Pacífico. Al otro lado del país, la localidad de Puerto Limón es el punto de partida para explorar el Parque Nacional Tortuguero y los pueblos de cultura jamaicana.

Las anchas avenidas de la capital quedan sumergidas en un mar de selva mientras la ruta se aleja serpenteando con destino a la ciudad colonial de Cartago. Desde allí, a media hora, se alza el volcán Irazú, el pico más alto del país. El ascenso a los 3.432 metros de altitud es una profusión de sembradíos y haciendas cafeteras. Al aproximarnos a la cumbre, sin embargo, la fuerza devastadora del magma se hace palpable en los árboles carbonizados de la última erupción. La luz del amanecer es la mejor para admirar este paisaje lunar, con los cuatro cráteres que conforman la cima y la laguna esmeralda que anida en uno de ellos. Incluso es posible contemplar a la vez el océano Atlántico y el Pacífico, separados por apenas 120 kilómetros.

Con esta panorámica da comienzo la ruta que recorre la espina dorsal de Costa Rica. A otros 40 minutos de San José, el Parque Nacional Braulio Carrillo es un santuario de bosques húmedos que abarca varios pisos térmicos y concentra una fauna de lo más diversa, desde monos hasta el esquivo jaguar. Un paseo en teleférico permite sobrevolar las copas de los árboles y observar de cerca algunas de las más de 500 especies de aves que habitan en el parque. 

A poca distancia se encuentra Alajuela, la segunda ciudad del país, que brinda la oportunidad de conocer el alma de los «ticos» (costarricenses), siempre dispuestos a conversar bajo la sombra de los mangos de su plaza mayor. En las calles angostas y los bulevares con jardines se ven murales y esculturas, mientras que en la calle La Garita decenas de puestos ofrecen platos cargados de arroz, frijoles y carne con salsa Lizano, una mezcla de especias autóctonas. 

Para llegar al parque del volcán Poás basta apenas una hora y media. El cráter, de 1,5 kilómetros de diámetro y 300 metros de profundidad, es uno de los más grandes y activos del mundo: su eterna chimenea humeante ampara fumarolas que borbotean barro y emiten vapores ácidos. El entorno adaptado permite alcanzar miradores y enclaves sin peligro, como la laguna de Botos, cuyas aguas pluviales ocupan un cráter inactivo. 

La Fortuna se halla a otra hora y media de ruta, en las faldas del volcán Arenal. Durante mucho tiempo la perfecta forma cónica camufló su estirpe de dragón hasta que, en 1922, se coronó como el más vivo de los 112 volcanes del país. La mejor hora para contemplarlo es de noche, cuando los ríos de fuego que descienden por las laderas arden en la oscuridad. Para los habitantes de La Fortuna, sin embargo, el volcán es hoy una fuente de ingresos gracias a las rutas turísticas y a los establecimientos termales. 

A casi cinco horas de allí se ubican los bosques nubosos de Monteverde. A cada paso por las sendas o los puentes colgantes se descubre alguna de las 1.400 especies de orquídeas que se han contabilizado en Costa Rica. 

San José vuelve a ser la base para cambiar de rumbo el viaje, esta vez para dirigirnos al sur y visitar los espectaculares parques de Corcovado y Manuel Antonio. El primero se localiza en la remota península de Osa,Puerto Jiménez cuyo aeropuerto es el más próximo y protege hasta ocho ecosistemas, que pueden conocerse a través de rutas guiadas a pie y también montando a caballo. 

La reserva de Manuel Antonio está mucho más cerca de la capital, a 171 kilómetros. Su bahía alineada con palmeras y en forma de media luna es una invitación a tumbarse sobre las arenas blancas, a salir en barco para avistar delfines, o a sumergirse entre los arrecifes coralinos que proliferan a pocos metros de la orilla. 

Si giramos la brújula la costa del Caribe se presenta como un final de viaje inolvidable. La región permaneció a merced de piratas y contrabandistas hasta que, en el siglo XIX, la exportación de café y banano impulsó que el ferrocarril llegara a Limón. Su construcción con mano de obra jamaicana cambió el destino cultural de esta área. El calipso (fusión de reggae, salsa y son cubano) halló aquí tierra fértil para plantar sus raíces y la mixtura de razas e ingredientes inventó una gastronomía de las más creativas. 

Puerto Viejo de Talamanca, en la carretera sur, es el mejor lugar para saborear la sopa rondón, preparada con leche de coco, mandioca, plátano verde, camarones y un toque de chile habanero picante.

Remontando la costa hacia el norte se alcanza el Parque Nacional Tortuguero, famoso porque a sus playas acuden a desovar cada año cientos de tortugas de diferentes especies, todo un reclamo para el turismo de naturaleza. Ya sea para apreciar este espectáculo o para navegar por sus canales bordeados de bosques repletos de monos, manatíes y perezosos, una estancia en Tortuguero se vuelve imprescindible.

Viajar a Costa Rica es más que conocer un país: es catar las texturas de un territorio que siempre está naciendo, desde los brotes de su flora hasta los fulgurosos bramidos de sus volcanes. Un juego cíclico que queda plasmado en el saludo insignia de la cultura costarricense: ¡Pura Vida! 
Fuente: National Geographic
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